Educar desde los pobres: una nueva perspectiva social
Por: Moisés Matamoros | Fuente: yoinfluyo.com
Hablar de los pobres no es lo mismo que hablar de la pobreza. En los pobres encontramos
rostros, nombres, historias, dolor, sufrimiento, pero también esperanza de
cambio.
La educación desde los pobres y no solo para los pobres no es solamente
una manera de orientar las prioridades de servicio, sino que debe ser, tras las huellas de la humanidad justa, una
verdadera escuela de coherencia.
Servir a
los pobres es un acto de humanización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad
ética y estímulo de conversión permanente para la sociedad, puesto que cuando
uno se abaja a lo más bajo de sus prójimos, entonces se eleva admirablemente a
la más alta caridad (San Gregorio Magno).
Los
pobres son nuestros maestros, son nuestros jueces. En ocasiones poco nos
ponemos en su lugar para considerar el destino del quehacer educativo, desde
sus realidades, sus necesidades, sus criterios y sus anhelos.
Solidaridad, capacidad festiva, su propia fragilidad, el vivir sin
cuentas ni seguros los hace desinstalados, generosos, libres, esto nos lleva a
creer que los pobres son creadores de futuro. Tener conciencia de que ellos son
los verdaderos agentes de cambio, fuente de dinamismo para todos. Querer con
todo, colaborar en cambiar las estructuras de la historia.
Los
pobres son prioridad. En nuestros criterios prácticos, ¿tienen
prioridad, las necesidades de los pobres, de los menos dotados?, ¿cuáles son
nuestros criterios de admisión y permanencia? Porque la gran evaluación
docente es nuestro actuar. Es buena señal si los pobres nos escogen y se hallan
bien con nosotros, sea cual sea nuestra oferta educativa. Pero si más bien los
alejamos, los asustamos o más aún los ofendemos, estamos categóricamente
llamados a revisar nuestros criterios de puertas abiertas.
Los
pobres representan el propio estatuto ontológico-creatural de todo hombre. Ser
criatura es originariamente, no tener. Es
recibir incesantemente De Dios la esencia y la existencia. Habiéndolo recibido todo de Dios
y siendo propiedad y don de Dios, todo debe convertirse en don para los otros.
Pobre no es sólo el que recibe sino también aquél que da y lo hace sin límites.
Servir a
los pobres en una sociedad como la nuestra significa oponerse activamente a
caer en el espíritu consumista, haciendo uso de las cosas de tal manera que nos
permita constantemente recordar y vivir los valores como únicos, absolutos y
necesarios al prójimo, especialmente hacia los que educamos.
En un
mundo como el nuestro marcado por las desigualdades cada vez mayores, en el que
anualmente mueren de hambre de 40 a 50 millones de personas, en donde tantas
personas quedan excluidas de los beneficios económicos, en donde surgen nuevas
pobrezas, debe darnos vergüenza aplicarnos a la ligera el título de pobres. Sin
embargo el ser distintos no imposibilita el ser pobres y solidarios con los
pobres, sino que nos invita a poner esa diferencia a su servicio.
El Padre Kolvenbach, antiguo prepósito general de los jesuitas, en un encuentro con los antiguos alumnos de Bolivia en el año 2001 hablaba de la presión tremenda a la que se ven sometidos los centros educativos en la jungla globalizada en la que nos movemos, en la que sólo sobreviven los más preparados y añadía: “Naturalmente tenemos que preparar a nuestros estudiantes para que puedan competir en el mercado y asegurarse uno de los relativamente escasos puestos de trabajo disponible. Pero si éste es el único criterio que tenemos para evaluar nuestras instituciones, podemos considerarnos como fracasados... Si lo que logran es simplemente convertirse en hombres y mujeres «para sí mismos y los suyos», y no «para los demás», especialmente para los pobres y excluidos, nuestra educación no habrá conseguido su objetivo, no habremos educado para la justicia”.
En aras
de que reubiquemos una retórica que sea vivencial, con especial atención a los
gritos silenciosos de quienes claman justicia y de quienes por derecho les
corresponde un lugar digno en este mundo; seamos valientes cada vez que nos
corresponda decidir en torno a los más vulnerables. Que
sean nuestras determinaciones en pro de su crecimiento, de su madurez, de su
inclusión. Seguro lograremos espacios más dignos, más humanos, incluso más
evangélicos.
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