PABLO CERVERA, TRADUCTOR Y EDITOR DE PARTE DE SUS OBRAS COMPLETAS
Ríos de tinta (aunque cada vez
sea más virtual por la crisis del papel) corren estos días en medios de
comunicación sobre la grandeza teológica de
este gran hombre que nos acaba de dejar. Creo que seguirá siendo poco todo lo
que se diga y estudie al respecto dada la envergadura cuantitativa y
cualitativa de su obra teológica. Las 15.000 páginas de sus obras
completas en la edición
alemán dicen mucho de ello.
Sin embargo, hay un aspecto del
que no se habla suficientemente y que sería aplicable tanto a su etapa de
sacerdote-obispo-cardenal como a su pontificado. Me refiero al aspecto de
la predicación.
Es conocida la tesis del teólogo
suizo Hans Urs von Balthasar de que la teología y la santidad corrieron
parejas hasta la Edad Media.
Hasta entonces pastores, teólogos y predicadores coincidían en la misma figura.
Los Santos Padres fueron grandes pastores y la mayor parte de su teología está
recogida en su actividad de predicación. El pueblo de Dios recibía un banquete
de evangelización a través de la riqueza, presentada muy diversamente según
tradiciones o lugares, de la predicación
litúrgica, o de
las explicaciones mistagógicas de los sacramentos.
Por más que se haya insistido
desde las instancias vaticanas en los temas de la predicación y la homilía
(exhortación apostólica Verbum Domini sobre
la palabra de Dios en la vida de la Iglesia; Directorio Catequético, 29 de mayo
de 2014; el Papa Francisco, en preciosos párrafos
en la Evangelii gaudium,
135-143), la predicación en la Iglesia suele tener un notable déficit de preparación, contenido y expresión comunicativa.
Si desde la Edad Media se separó
la santidad y la teología, en nuestro tiempo la predicación anda muy descolgada
de la teología. Es verdad que son funciones distintas. La teología
pretender ahondar en el misterio de Dios y de
la revelación, hacerlo comprensible en cada momento de la historia. La
predicación, por su parte, debería buscar introducir a los
fieles en el misterio de
Dios, para lo cual muchas veces se hace necesaria una tarea explicativa de la
Palabra de Dios aunque no sea de naturaleza estrictamente teológica.
El volumen de
escritos de predicación de Joseph Ratzinger es asombroso: se trata del volumen 14, que consta de 3 tomos
con un total de 2.200 páginas. Todavía están a la espera de ser publicados en
nuestra lengua. A ellos hay que sumar otras 400
páginas del tomo 12 que incluyen predicaciones en retiros sacerdotales,
ordenaciones sacerdotales y diaconales, primeras misas y misas jubilares. Este
sí existe ya en castellano: Predicadores de la Palabra y
servidores de vuestra alegría (BAC,
Madrid 2018).
Esperemos que los editores se
lancen pronto con los otros tres mencionados… y con todo el resto de la obra
que falta por publicar. La predicación de los años como Papa se recogió
en tres volúmenes en la BAC siguiendo
los tres años litúrgicos. Son 1.500 páginas.
La lectura de esta inmensidad de
predicación descubre la altura del que es pastor y teólogo. El cariz de estos
escritos no es asemejable a los escritos teológicos. Ya hemos dicho que se
trata de funciones distintas. Ahora bien, la tarea del Pastor, en su función de
predicación, siempre está acompañada en Ratzinger/Benedicto XVI por la
roturación para desentrañar hondamente la Palabra de Dios que se proclama en la
liturgia. En ese sentido la liturgia
dirige la tarea del predicador. El mismo Benedicto XVI dijo, al presentar su Obra completa,
que deseaba que el primer volumen a publicar, haciéndose eco del orden de los
documentos en el Concilio Vaticano II, fuera el dedicado a la liturgia. Desde él habría de leerse el resto de su obra.
La densidad,
que no dificultad o nebulosidad, de los
escritos de predicación está cimentada hondamente en el discurso teológico,
bíblico y litúrgico. No pretende crear discusión en torno a los temas a tratar.
La predicación y la liturgia no están para ello. Desde las verdades firmes de
fe, Ratzinger/Benedicto XVI pretende introducir los fieles en el misterio de
Dios para que lo vivan y saboreen. La carencia
de ese soporte sólido teológico lleva, en la predicación de nuestros días
(episcopal o sacerdotal), al sentimentalismo,
al moralismo (si es que hay contenidos de este tipo) o
al aburrimiento y
desconexión si la homilía asimila al lenguaje del mundo o cae en tópicos que
nada tienen que decir al fiel que la escucha.
Cuando preparé los tres volúmenes
mencionados de la predicación de todo su pontificado no tuve temor de expresar
que se podía poner en paralelo la predicación de San
León Magno y la de
Benedicto XVI. Mi afirmación hubiera sido muy atrevida si no fuera porque
alguien autorizado dijo algo parecido. Me refiero al cardenal Angelo Bagnasco, entonces presidente de la Conferencia Episcopal
Italiana, que reconoció la grandeza de este ministerio papal y lo eligió como
modelo para todos los pastores de la Iglesia, cuando a los obispos del Consejo
permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, el 21 de enero del 2010, dijo:
"No tememos decir que nos admiramos de esta
arte suya, y no nos cansamos de señalarla a nosotros mismos y a nuestros
sacerdotes como una alta y extraordinaria escuela de predicación. Como el papa
León Magno, también el Papa Benedicto pasará a la historia por
sus homilías".
La predicación de Benedicto XVI
ha quedado atrás en el tiempo pero impresa para ser asimilada, estudiada
aprovechada. Hoy, su desaparición aumenta la importancia
e interés de su ministerio como pastor-teólogo. El 20 de marzo de 2018 me llamó para
visitarle y darme las gracias (sic!) por lo que había hecho en
la preparación de sus obras completas y de predicación como Papa. Hoy nuevamente
doy gracias a Dios por el regalo que han sido su
persona y su obra para mí y
para toda la Iglesia.
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