Fueron sólo doce los que cambiaron la historia de la humanidad ¿Cómo es posible que los cristianos no podamos cambiar el mundo de hoy?
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
En el mundo tecnológico e individualista de hoy, ¿es posible meter la nariz en el Reino de Dios? Parecería que era más fácil en aquel mundo de aquella Galilea que caminó Jesús.
A Jesús no le importaba lo que el pagano de su tiempo pensaba de ÉL, si le importaba
saber lo que pensaban los que le seguían. Sus palabras sembraban admiración en
los que lo seguían y también odios en los que no creían. ¿No ocurre lo mismo en el día de hoy?
¿No será, que igual que en aquellos tiempos, hay
demasiados licenciados que solamente creen viable su saber y lo que se puede
tocar o paladear?
Ya que hablamos de cantidad, bueno será recordar que fueron doce los que
cambiaron la historia de la humanidad. Hoy en el mundo son casi dos mil
millones los cristianos, ¿cómo es posible que no se
pueda cambiar el mundo de hoy? ¿No será que hemos complicado el vivir el Reino
de Dios?
En aquellos tiempos la vivencia era lo que desparramó la fe. Aquellos
doce vivían lo que creían, los que veían lo que vivían, creían también y esto
explicaría en donde está la diferencia. Un puñado de personas en pocos decenios
fue capaz de transformar el mundo conocido.
Recordemos que los cristianos de hoy seguimos alimentándonos de la alegría de
aquellos cristianos que morían cantando mientras un león se les zampaba una
pierna. Hoy no hay leones como aquellos, pero sigue habiendo cristianos que
mueren cantando en países del medio oriente, en África ayudando a enfrentar el
Ébola. Son los leones de hoy, son diferentes, pero sigue habiendo leones.
No podemos pretender que todos tengan esta sublime entrega por lo que creen,
pero para estar en el Reino de Dios hay muchos caminos. Cada uno de nosotros
puede descubrir en qué nivel estás, ¿en qué peldaño
de tu fe estás? Todos pueden ser testigos de lo que creen.
Si un cristiano, vive en cristiano, su luz ilumina a todos, incluso a aquellos
que no conocen la gramática para hablar con Dios.
Ayudando, participando, estando, es un hablarles de Dios, sin decir una sola
palabra. Viviendo haciendo el bien es una manera de llenar el alma. No hay nada
que pese tanto como un cuerpo con el alma vacía.
¿Qué les decía Jesús cuando les explicaba que el Reino
de Dios, ya había llegado? El Reino de Dios es todo aquello que tú hagas
por el otro. Por eso les decía que ya había llegado el Reino. Todos podían ser
parte del Reino.
¡Cómo cambiaría el mundo si solamente una parte de los
casi dos mil millones de creyentes, estuvieran dispuestos a estar en el Reino
de Dios!
Hay que imitar al Papa Francisco en su humildad y sencillez y volver a las
fuentes del nacimiento del cristianismo: hay que meter la nariz en el Reino de
Dios, hay que querer estar. ¿Cómo? Mirando a tu
alrededor. No es necesario irse lejos. Tu barrio también te necesita.
Es muy buen negocio prestar atención a lo que necesita ayuda: Las últimas investigaciones en la Universidad de Harvard
están demostrando que la mejor y única manera de obtener la felicidad, es
buscar la felicidad de los otros, en lugar de la propia.
Los románticos se equivocaron en casi todo. Fue un error su instinto por buscar
en la soledad la inspiración de todas las cosas importantes, en lugar de buscar
la innovación resultante del contacto con los otros.
(Eduardo Punset autor de “Viaje al amor”)
Y sigue lo bueno de esta actitud: Para estar alegre
no hay nada mejor que ayudar a otros, nos dice Javier Iriondo ex pelotero vasco
que desde las cenizas de su existencia, renació a la vida.
¿Tu vida está llena de tristeza? Sigue el consejo de Iriondo.
Su actitud encaja a la perfección con aquellas palabras del Pobre de Asís: es dando que uno recibe.
Seguro que encontrarás algún dolor que aliviar, alguna situación que podrás
contribuir a moderarla, un consejo que dar, un apoyo que ofrecer, una presencia
que reconfortará. El Reino de Dios es tan amplio y abrazante que todos tienen
cabida. Cada uno debe encontrar el cómo, con quién, cuándo y dónde.
Y si quieres hacerlo más sencillo y no quieres mirar alrededor tuyo, limítate a
decirle al Señor, que simplemente te atreverás a decirle “si” y el mismo Dios pondrá delante de tu nariz el
donde y con quién.
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a
hacer lo que puedas, pedir lo que quieras y te ayudará para que puedas. (San
Agustín)
Y cuando esto suceda y siempre sucede, piensa que si Dios te lo pone por
delante, es que puedes y que donde tú no llegues, Dios siempre termina
arreglándolo a su manera, que para eso es Dios.
Y no me vengas a salir con alguno de los tantos “peros”
frecuentes que usan múltiples creyentes: pero
yo no sirvo, pero yo nunca lo hice, pero yo no sé, pero yo no tengo tiempo,
pero yo no podré. El mundo está lleno de cristianos del “pero”.
Las virtudes de cualquier persona suelen nacer de su misma esencia. Es evidente
que el transcurrir del tiempo y la asimilación de experiencias sea lo que
marquen aún más la manera de ser.
Es lo que podríamos llamar el acercamiento a la madurez. La construcción máxima
de nuestra manera de ser, acaba siendo la evolución de la esencia a través de
nuevas experiencias. Es la suma de un conocimiento interior junto a un
aprendizaje exterior que se acaba interiorizándose en nosotros.
Por lo tanto, parece evidente que es muy importante conocer qué es aquello del
exterior que merece cobrar protagonismo en nuestra vida porque reflexionándolo
acaba enriqueciendo la esencia.
Y ahí residen seguramente las decisiones más cruciales de cada uno de nosotros,
porque habremos optado en incorporarlas a nuestra manera de ser.
Si uno acaba optando por la desconfianza, la maledicencia y el negativismo, uno
acaba alejándose de todo el potencial de bien que hay en cada uno. En cambio si
uno es capaz de convivir con sus experiencias positivas acaba convirtiéndose en
un sabio. (Joan Galobart)
Cuando uno se acerca a su madurez espiritual es cuando desde la esencia de cada
uno está maduro para entrar y entender el Reino de Dios.
La madurez es el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar.
Cuando envejecemos la belleza se convierte en cualidad interior. (Ralph W.
Emerson)
Para el profano, la tercera edad es el invierno. Para el sabio, es la estación
de la cosecha, que la reparte desde la palabra y desde actitudes de vida.
Es cuando la comprensión ocupa el primer lugar de su ser.
No es un viejo. Podrá tener años encima de sus huesos, pero es un viejo joven.
A esta altura de la reflexión, que mi hermano en la fe y amigo Miguel me
sugirió que la hiciera, quizás más de uno pensará, ¿este
que escribe siempre fue así? No, Salvador no era así, no pensaba así. ¿Qué pasó entonces?
Hay un refrán que dice: “No hay mal que por bien no
venga”
¡Qué sabios que son los refranes, cuánta sabiduría
hay en ellos!
A la mitad de mi vida un cáncer casi me saca de este mundo. Aquellos meses,
quizás un año de vida que el médico me dio, se han convertido en más de 40 años
de poderlo contar.
Mentiría si dijera que viví de cerca la muerte. No, nunca la tuve cerca. Sabía
que podía recibir su visita, pero nunca sentí su cercanía.
Cada mañana afeitaba mi escuálida cara y empezó a rebotar en mí rostro una
frase que muchas veces había oído, pero nunca la había escuchado, nunca le
había prestado atención: “busca el Reino de Dios;
lo demás se te dará por añadidura”
Un día decidí que no me quería morir sin saber si la frase era cierta. Tomé mi
agenda de trabajo y la partí con una línea. La parte de arriba sería lo
prioritario en mi vida, es decir el Reino de Dios. La parte de abajo mi trabajo
cotidiano para seguir comiendo en este mundo.
¿Y qué pasó? Pasó que las dos partes se llenaron
por igual. Ni siquiera me tenía que preocupar en buscar. Solamente tenía que
decir si a lo que se iba presentando. ¡La de cosas
que viví! ¡Qué gran aventura es tener a Dios de socio! Eso sí, hay que
atreverse. No siempre eran cómodas. No siempre era fáciles ensamblarlas.
¡La de situaciones diversas que uno llega a vivir! Gracias
a ellas uno siempre termina creciendo en el creer.
Creo que si actuamos haciendo el bien, podremos estar en la lista de espera si
el Cielo existe. Y si no existe, habremos tenido nuestro propio Cielo aquí en
la Tierra. (Felipe Cubillos)
¡Atrévete a ser parte del Reino de Dios! Eso
sí, recuerda que tu primer otro, es aquel que duerme contigo.
Salvador Casadevall
salvadorcasadevall@yahoo.com.ar
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