El hombre auténtico es el que busca decir sí, con fe y con amor, a ese proyecto que es él mismo.
Por: Vicente D. Yanes, L.C. | Fuente: GAMA-Virtudes
y valores
Cuando decimos que alguien es auténtico señalamos que en él encontramos
a una persona genuina, que no busca aparentar algo diferente a lo que es, que
no tiene miedos en presentarse como es. A veces podemos confundir la
autenticidad con el descaro o con una sinceridad mal entendida y bastante
despreocupada de lo que piensen y digan los demás frente a las propias
acciones, palabras o maneras de pensar. Es cierto que la autenticidad implica “ser como uno es”, pero no de cualquier manera.
Ser una persona auténtica no es sólo “ser
como soy” –y que los demás me aguanten porque “así
soy”–, sino ser lo mejor que yo puedo ser. Esto no es fingimiento, ni
hipocresía; todo lo contrario: es fidelidad a la
propia identidad, coherencia profunda con uno mismo y verdadero amor a lo que
uno es como persona única e irrepetible. Cuando buscamos elevar nuestra
situación, nuestra manera de ser, estamos actuando de acuerdo con nuestra
naturaleza, que tiende siempre hacia lo mejor. El hombre no es un ser “ya hecho” del todo, puede perfeccionarse cada vez
más por medio del ejercicio de su inteligencia y voluntad. Al alcanzar ese
estado superior, o mejor, mientras estamos en la lucha por conseguirlo,
seguimos siendo nosotros mismos. No estamos actuando ni representando un papel
que no nos corresponde.
Un ejemplo sencillo puede ayudarnos a entender con más claridad lo dicho: La
mayoría de los coches van mejorando su modelo año con año. En ocasiones los
cambios pueden ser pequeños, como el cambio de los acabados internos, el color
y la calidad de la tapicería. Otras veces, pueden ser más sustanciales: se amplía el espacio de la cabina, se instala un
navegador vía satélite, se optimizan los frenos, la suspensión y el motor y la
carrocería luce un diseño más fino y elegante. ¿Es
el mismo auto? Sí, pero mejor.
Ya hemos hablado, aunque de modo tangencial, de que ser auténtico requiere un
esfuerzo por dar lo mejor de lo que uno es. Es importante resaltar que no
debemos preocuparnos por imitar o copiar las actitudes, la personalidad o la
forma de ser de los demás. Hay quien actúa como otras personas no porque desee
ser mejor él mismo, sino porque no quiere ser como es. Quiere ser algo
diferente de lo que es, ser igual o semejante a otra persona a la que admira;
pero nunca lo conseguirá, precisamente porque son diferentes. Y aquí diferente
no quiere significar de suyo “mejor” o “peor”. Claro que una persona puede ser mejor que
otra, pero la diferencia no estará en su personalidad sino en aquello que ha
hecho con la misma y con el resto de sus cualidades y limitaciones.
Para ser auténtico, la primera regla es ser uno mismo. Podemos aprovechar el
ejemplo de algunas personas como inspiración y como estímulo, pero no esperemos
llegar a ser exactamente como ellas, ni perdamos el tiempo en intentarlo. Decía
Giacomo Leopardi: “Las personas no son ridículas
sino cuando quieren parecer o ser lo que no son”. Si la “piratería” en el campo del mercado es nefasta, en
el campo de la personalidad es todavía más funesta.
¿Cómo podemos trabajar para conseguir una personalidad
auténtica? Junto a la primera regla que ya hemos enunciado es muy
necesario un conocimiento personal claro, sereno y objetivo. Este conocimiento
debe abarcar nuestro pasado, nuestro presente y, en cierta medida, nuestro
futuro entendiendo por éste el objetivo o meta que nos hemos fijado en la vida.
Si no nos conocemos, no sabremos con qué “material”
contamos –puntos positivos y negativos– para realizar nuestra
personalidad.
Otro punto importante es mantener una coherencia a rajatabla con aquello que
sabemos que es bueno y correcto: fidelidad a
nuestros valores más íntimos. Es éste un aspecto no fácil de la vida,
pero es el que en definitiva nos hace ser mejores o peores. No es que somos
aquello que hacemos, pero nuestras acciones son un reflejo de lo que somos. En
cierto sentido, el adagio de los escolásticos “agere
sequitur esse” (el actuar sigue al ser) puede aplicarse perfectamente a
lo que tratamos. Pero también es verdad que nuestras acciones modifican lo que
somos, para bien o para mal: lo que hacemos dice
mucho más de lo que hablamos o de lo que buscamos transmitir.
También es preciso preguntarse por qué quiero cambiar –por qué deseo ser
auténtico– y si quiero realmente superarme a pesar de todas las dificultades.
El solo “querer ser mejor” no basta. Hay que
estar convencidos de que la autenticidad es un bien para nosotros porque es la
verdad y no el fingimiento ni la medianía la que hace feliz al hombre. Será
esto lo que nos mantendrá firmes en la tarea por no negar lo que somos, por
afirmarnos a nosotros mismos.
Una vez definido quiénes somos, cómo debemos ser y si lo queremos con fuerza o
no, no queda más que esforzarse día con día, en cada acción, grande o pequeña,
por ser un constante “sí” (Cf. 1 Co 1, 19).
Puede haber caídas, que son sólo una oportunidad para levantarse. El hombre
auténtico es el que busca decir “sí”, con fe
y con amor, a ese proyecto que es él mismo. El oro no lo es porque lo parezca,
sino porque lo es en verdad.
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