En el confesar sus pecados y en el recibir la certeza del perdón, la persona percibe la infinita misericordia de Dios.
Por: P. Jacques Philippe | Fuente: la-oracion.com
Una persona que pasa por un momento difícil y acude a un consejero o «counselor » para hablar de sus problemas, puede
obtener una cierta paz, particularmente si se trata no sólo de «desahogarse» (¡lo cual procura una paz poco duradera!) sino
de buscar ayuda y consejo.
Por diversos motivos: teniendo la posibilidad de
hablar, la persona se siente menos sola para sobrellevar sus problemas, sobre todo
si el consejero manifiesta una mirada de benevolencia hacia ella. Por otro
lado, el hecho de expresar lo que uno vive con palabras que otro pueda
comprender, permite a la persona que sufre no quedarse sólo al nivel de sus
emociones y pensamientos, sino acceder a un punto de vista más objetivo y
racional, redimensionar ciertas cosas, tomar una cierta distancia de su
vivencia subjetiva. Esto es también fuente de una cierta paz. Asimismo, es
posible que durante este diálogo la persona pueda recibir algunos buenos
consejos y comprender mejor cómo encauzar sus decisiones. Se siente, entonces,
menos perdida.
Esta paz, incluso aunque permanezca en un nivel humano, no ha de despreciarse;
tiene su valor. Lo que acabamos de decir forma parte de la experiencia de un
acompañamiento espiritual y en una cierta medida del del encuentro con un
sacerdote en la confesión.
En el campo del acompañamiento espiritual, la paz recibida puede ser más
profunda y sólida. Se da una gracia particular en el encontrar a la guía
espiritual con el sincero deseo de hacer la voluntad de Dios. «Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo
en medio de ellos» dice Jesús. El fin de un momento de acompañamiento
espiritual es el de ayudar a una persona, en un momento particular de su vida a
percibir mejor la voluntad de Dios. Una luz en este sentido es donada
habitualmente, al menos la suficiente para hoy. Cada vez que una persona
entiende mejor qué es lo que el Señor espera de ella, y se compromete en este
sentido, recibe una paz. El comprender y el decidirse a cumplir la Voluntad del
Padre viene siempre acompañado por la paz.
Una gracia y un don de paz más profunda todavía pueden derivar de la confesión
y de la absolución recibida, si este sacramento ha sido vivido con sinceridad y
verdad, y con un verdadero deseo de progresar hacia una vida más conforme al
Evangelio y un amor de Dios más auténtico.
En el confesar sus pecados y en el recibir la certeza del perdón, la persona
percibe la infinita misericordia de Dios, se siente liberada del peso de sus
culpas, se da cuenta de que a pesar de su fragilidad y debilidad, es acogida
por Dios y que la bendición de Dios reposa sobre su vida. Esto puede ser un
gran consuelo y fuente de una profunda paz.
Esta paz deberá después conservarse mediante la fidelidad a la oración y la
búsqueda de Dios. Haber recibido esta paz no significa que la persona no tendrá
más altos y bajos, combates y luchas, porque son cosas que forman parte de la
vida cristiana, pero ha sido de todas maneras un don precioso de Dios.
Una señal de que una cierta paz ha sido verdaderamente don de Dios y fruto de
su gracia (y no sólo un tranquilizarse humanamente) es que esta paz impulsa a
la gratitud y dilata el corazón hacia un amor más intenso a Dios y más generoso
hacia los hermanos.
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