El magisterio, según las necesidades de los tiempos y la maduración teológica ha proclamado de modo solemne que, tal o cual verdad, ha sido revelada por Dios.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
PREGUNTA
¿Adónde dice la Biblia que María fue subida al
cielo o que fue concebida sin pecado original y los demás dogmas católicos?
RESPUESTA
Ya he dicho reiteradamente, que sostenemos, los católicos, con
fundamento, que las fuentes de la Revelación son dos: la
Palabra de Dios escrita y oral; Biblia y Tradición. Ya lo hemos probado.
Me remito a los argumentos sentados más arriba. En base a ellos, el magisterio,
según las necesidades de los tiempos, (en muchos casos las diversas herejías
que fueron surgiendo) y la maduración teológica, ha proclamado de modo solemne
que tal o cual verdad ha sido revelada por Dios y se encuentra contenida en
ciertas afirmaciones bíblicas, y han sido siempre entendidas en este sentido
por la Iglesia (la tradición).
Teniendo esto en cuenta, podemos decir que el fundamento para sostener
las verdades que en este punto se consideran, ha sido expuesto por los Papas en
los documentos en que se han proclamado los referidos dogmas.
En cuanto a la inmunidad de pecado original (inmaculada concepción de
María), existen dos puntos de apoyo en la Sagrada Escritura.
El primer texto, es el pasaje clásico de Gn 3,15, (Entonces
Yahveh Dios dijo a la serpiente: …Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre
tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar);
si se entiende el pasaje de Cristo –el linaje de
la mujer contra el cual se alzará el linaje de la serpiente– entonces
hay que ver en la mujer de la cual procede este linaje no sólo a Eva, sino de
modo inmediato a María, madre de Jesús. Si la enemistad es total, debe excluir
(así lo ha entendido la tradición) toda connivencia con el pecado, puesto que “quien comete pecado es esclavo”, como dice Jesús
(cf. Jn 8,34); por tanto, no sólo el linaje de la mujer sino la misma mujer que
es madre de ese linaje, debe estar exenta de todo pecado. Esto no lo puede
cumplir Eva, pero sí María.
En el Nuevo Testamento, el fundamento es el pasaje de la Anunciación, en
la que el ángel llama a María con la palabra griega “kejaritôménê”
(Lc 1,28). Esta palabra significa, como indica C. Pozo [1], que María tiene, de modo
estable, la gracia que corresponde a su dignidad de Madre de Dios. La reflexión
de la fe, sigue diciendo el mismo teólogo, descubrió que esa gracia es una “plenitud de gracia”. Más aun, que la única
plenitud que verdaderamente corresponde a la dignidad de Madre de Dios, es
aquélla que se tiene desde el primer instante de la existencia, es decir, una
santidad total que abarque toda la existencia de María.
Éstos son los fundamentos; evidentemente no bastan por sí solos, ni la
Iglesia pretende que así sea; está además la interpretación de toda la
tradición de la Iglesia y del magisterio en particular.
Ya desde el siglo II aparecen fórmulas que indican la íntima asociación
de María y Cristo, el Redentor, en la lucha contra el diablo. La idea se expresa
en el paralelismo Eva-María, asociada al nuevo Adán (que ningún protestante
piense que, si el paralelismo es entre Eva y María/Nueva Eva, entonces se está
insinuando su pecado por cuanto Eva pecó, pues el mismo paralelismo pone en el otro término a Adán-Cristo; por tanto si Adán es figura de
Cristo, pero no en cuanto a su pecado sino en
cuanto a ser principio, lo mismo
vale para Eva como figura de María, en cuanto madre
de los vivientes “en la gracia”). Tenemos
textos al respecto ya en el siglo II, de san Justino, san Ireneo, etc. En el
siglo IV se cultiva más el tema de la plenitud de gracia en María, con hermosos
textos de San Ambrosio, San Agustín, San Máximo de Turín (quien dice, por
ejemplo, “María, habitación plenamente idónea para
Cristo, no por la cualidad del cuerpo sino por la gracia original”), etc.
A medida que pasan los siglos, la conciencia se va haciendo más clara al
respecto. Los textos pueden verse en las obras especializadas [2]. Algo digno de
consideración, es que hay testimonios de una fiesta consagrada a la Concepción
de María a fines del siglo VII o comienzos del VIII.
Es muy importante la controversia entre los teólogos católicos sobre
este tema, surgida en torno a los siglos XII-XIV, a raíz de teorías que
consideran que la afirmación de la inmaculada concepción de María, implicaría
que Nuestra Señora no habría sido redimida. Una inmaculada concepción que se
oponga a la redención universal de Cristo no puede ser aceptada por la verdad
católica; en razón de esto, algunos teólogos, pensando que ambas verdades eran
incompatibles –a menos que el magisterio auténtico declarase el modo misterioso
de esta compatibilidad– se inclinaron por negar esta verdad, diciendo que María
habría sido concebida con pecado original, pero inmediatamente, en el primer
instante, habría sido limpiada del mismo por el Espíritu Santo. Debemos
recordar que, paralelamente a esta controversia, el pueblo sencillo, intuyendo
el misterio, siguió profesando esta verdad, ajeno a las difíciles
especulaciones teológicas. Desde el siglo XV en adelante, volvió a profesarse
con serenidad esta verdad, incluso muchas universidades (como las de París,
Colonia, Maguncia, etc.) impusieron el juramento de defender la inmaculada
concepción antes de la colación de grados académicos. Destacable es también que
el concilio cismático de Basiela (año 1439) definió como dogma de fe la
doctrina de la Inmaculada Concepción. El Concilio de Trento manifiesta
explícitamente, que su decreto admirable sobre el pecado original no intenta
tocar el tema particular de María [3].
Finalmente, llega la definición dogmática por parte de Pío IX, aclarando que
María es inmaculada y la primera redimida (redimida por anticipación; por
aplicación anticipada de los méritos de Cristo, y que tal doctrina está revelada
por Dios) [4].
En cuanto a la asunción de María, es decir, la doctrina que dice que
María, después de su vida terrestre fue llevada en cuerpo y alma al cielo (sin definir si pasando por la muerte –a lo que se
inclinan la mayoría de los teólogos– o por un estado de dormición),
encuentra sus fundamentos bíblicos también en el texto de Gn 3,15, ya citado,
pues se basa en la asociación perfectísima de María a
Cristo en todos sus misterios (la encarnación, donde se pide su
consentimiento; el nacimiento; su acompañamiento en la vida pública; el
comienzo de sus obras en las bodas de Caná; su presencia al pie de la Cruz; su
presencia en Pentecostés, etc.), que invitan a considerar su asociación al
misterio de la muerte de su Hijo (para muchos teólogos, como he dicho), su
posterior resurrección y ascensión a los cielos y su coronación. También suele
aducirse el texto de Apocalipsis 12,1 (Una gran
señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus
pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza), aunque este
texto se aplica también a la Iglesia y al Israel de Dios.
Pío XII, en la Constitución Apostólica “Munificentissimus
Deus” procedió de modo mixto, por medio de una argumentación que apelaba
a: (a) que los
Padres desde el siglo II afirman una especial unión de María, la Nueva Eva, con
Cristo, el Nuevo Adán, en la lucha contra el diablo; (b) en Gn 3,15 la lucha de
Cristo contra el diablo había de terminar en la victoria total sobre el
demonio; (c) según
san Pablo (cf. Ro 5-6; 1Co 15,21-26; 54-57), la
victoria de Cristo contra el diablo fue victoria sobre el pecado y la muerte; (d) por tanto, hay que
afirmar una especial participación de María –que debería ser plena, si su asociación
con Cristo fue plena– que termine con su propia resurrección y triunfo sobre la
muerte.
Esto está corroborado con testimonios de la tradición más antigua, tanto
de los Padres como de la liturgia de la Iglesia (la fiesta de la Dormición se
celebra en Jerusalén desde el siglo VI y hacia el 600 en Constantinopla), etc.
Véase para todos estos testimonios, los textos indicados más arriba.
Los protestantes pueden estar en desacuerdo con estas enseñanzas, pero
deberán reconocer que sus negaciones sistemáticas son más recientes en el
tiempo que los testimonios de la misma tradición. Por eso, los primeros
apologistas los llamaron “novadores”: los innovadores o inventores de doctrinas.
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BIBLIOGRAFÍA:
Pozo, María en la obra de la salvación, BAC,
Madrid 1974;
José de Aldama, María en la patrística de los
siglos I y II, BAC, Madrid 1970;
Gregorio Alastruey, Tratado de la Virgen
Santísima, BAC, Madrid 1947;
B. Carrol, Mariología, BAC, Madrid 1964;
Ignace de la Potterie, La anunciación del ángel
a María en la narración de San Lucas, en: “Biblia y Hermenéutica”, Actas de
las Jornadas Bíblicas, San Rafael 1998, Ed. Verbo Encarnado 1998, pp. 141-166.
[1] Cf. Cándido
Pozo, op. cit., p. 298.
[2] Pueden verse
las citadas más arriba; por ejemplo, Pozo, pp. 298 ss. Este autor trae también
muchas indicaciones bibliográficas.
[3] Cf. DS 1516.
[4] Cf. DS 2803.
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