Julio Arévalo Mandujano vende periódicos todos los días, en su kiosko ubicado en la avenida 28 de Julio, cerca de la avenida Echenique. Ahí se le encuentra todas las mañanas con su gorrita que cubre su rostro moreno. Una mañana de este invierno húmedo me acerco para plantearle un diálogo sobre Huacho. Me cita sin mucho esfuerzo en su casa ubicada en la calle Bolívar.
Él
estudió en el colegio La Merced hasta 2do. de secundaria, era muy piadoso,
amigo de los padrecitos, de los padres Codina, Causillas, García. Llegué a ser
sacristán, sacristán mayor. Todos los domingos estaba con ellos, como un solo
hombre. Me mudé a Lima, con mis padres, vivía por el Jr. Amazonas, cerca a la
Iglesia de San Francisco y volví a Huacho, por los años 40. De lo que pasó a
partir de este año, soy testigo de los hechos. De lo de antes, me contaron y lo
vi de pequeño.
Comenzó a
trabajar en la Imprenta de Soto Peré, que
quedaba donde ahora está la Librería Patty. Esta Imprenta antes fue de Benjamín Angulo, el que editó varios almanaques
con información y fotografías referentes a Huacho. Pasó donde el señor José Marcial Carbajal a La
Verdad y colaboró en El Imparcial, lo
que hace hasta el momento, cuando Adán Manrique requiere
de sus servicios.
PERIÓDICOS
Y PERIODISTAS:
Carbajal guardaba -dice- los clichés de
las fotos del municipio, de las actuaciones, de los alcaldes. Una vez vino un
escritor y compró todo este material y se perdió. Llegaba, añade, mucha gente
al periódico, yo aprendía de la gente de edad, de hombres respetables. David Pollo Carreño mantenía su columna Chispitas, una vez se lanzó para alcalde y le
sacaron una foto con la escoba. La escoba era más grande que él (ríe). Augusto Torero la propagó en la Peña Mau o Leey.
Se hacían bromas fuertes y al mismo tiempo se querían.
Otra vez
fue cumpleaños de Augusto Torero, Pollo Carreño fue
a Radio Huacho y emitió un saludo con la
canción Tronco viejo (ríe).
Carbajal tenía en su periódico, la
columna: Salchichas huachanas. No estudió
para periodista, era contador. Heredó el periódico de su padre. Acomodaba bien
bonito, lo que sacaba de sus archivos, de aquí, de allá, le salía un artículo.
Caldosolo Augustín Gonzales y Gonzales era
creativo, planteaba problemas y encontraba soluciones, un señor periodista. -¿Por qué el apelativo? -En los agasajos, decía para
mí un caldito solo, no más. Se quedó por ese con este mote. Las personas lo
celebraban, los mozos de restaurante lo esperaban: Ahí viene “caldosolo”. Caminaba como en el aire, porque no
había tenido cuidado con sus pies, los tenía maltratados.
Odiaga dueño de un periódico con
audiencia: La Voz del Obrero y un bar
llamado La Dolorosa, al costado de la
catedral. Sus dos hijas mujeres y un hijo hombre lo ayudaban con la tipografía.
Conrado Martz, el periodista de El Mosquito era de película. Se disfrazaba como Drácula, enamorado de una dama de apellido Arévalo, la llevaba donde estaba el túnel, en el Malecón Rocca, y la cubría con la capa, parecía
que estaba solo, era medio locumbeta. Tuvo un caserón, todavía vive su hija
menor. Llegó a ser secretario del Concejo provincial.
Excelentes
periódicos: EL Heraldo, El
Amigo del Pueblo, de Pedro Gallangos. Por su
parte, Pedro Arévalo manejaba bien el
lenguaje como periodista deportivo. Jerricote era
un periódico pequeño, quería decir Te corrijo;
Humberto Bisso y Pichón
Ramírez eran los dueños de la situación en esta gaceta. Ramírez trabajaba en Industrias
Pacocha.
De
japoneses:
Momiy, Tanaka tenían sus bazares en esta acera
donde trabajo y en otras de 28 de Julio, antes Malambo. Eran muy surtidos. Higa tuvo el Restaurante
Hotel Panamá, se especula que lo mataron en un submarino alemán.
Desaparecían de la noche a la mañana cuando los acontecimientos de la Segunda
Guerra Mundial. La mayoría eran peluqueros, agricultores, dueños de bazares. A
las mujeres se les llamaba María, a los
hombres, Juan.
Agricultores
japoneses alquilaban los terrenos cercanos al colegio La
Merced, por los años 37, 38, 40 sembraban verduras. El guano que utilizaban era, en algunas
oportunidades, humano, maduraba y nutrían
las tierras. También usaban el guano de los burros y
el de las vacas. Habían mecánicos entre ellos, enllantadores, por la plazuela
San Martín.
El papá
de los Matzumura tuvo una fonda donde
quedaba hasta, hace poquito La casona de Carmen
Fong y el actual Venecia. Era un
local bien amplio que se dividió, el lado que colinda con La Casona se convirtió en el Hotel Gloria, uno de sus dueños fue un señor de
apellido Cóndor.
El hijo
de Minami fue un gran boxeador, su hermana
del boxeador trabaja en el mercado, vende pollos. Don Juan
Shimabukuro era deportista, corredor, velocista en sus tiempos mozos.
El Bazar Tanaka se convirtió en el Bazar Dos Mundos, de Tipiani.
Muchas propiedades de ellos les fueron arrebatadas y confiscadas. Un señor de
alto copete se convirtió en el apoderado de sus propiedades, así llegó a mis
oídos.
Anécdotas
de personas recordadas por el pueblo:
Había un
cargador, hombre fuerte, medio sonsón que le decían cuatro
leales, porque cuando le preguntaban cuanto ganaba, decía: cuatro leales, por cuatro reales. Esto era ya
una fortuna. Carrasco era un serrano trabajador, bien trejo, fuerte como cuatro
leales, muy conocido. Copello tenía su
imprenta, cuando avistaba un vapor decía: ¡uhli!
¡uhli!, con los años su imprenta pasó a Romero.
Cuatro leales, Carrasco y Copello,
discutían, peleaban y se insultaban cuando se encontraban y cada uno defendía
sus ideales políticos. El primero era defensor de Sánchez Cerro “camisa negra”, el segundo, civilista y el último, italiano
comunista.
El cojo Carmona y Choclito
eran lustrabotas, se desempeñaban en este oficio en lo que hoy se llama Pasaje Ricardo Palma. Se agredían por los
clientes, cada uno estimaba que era el mejor lustrabotas. Mozo Pancho que
trabajaba en el hotel El Pacífico era el que conseguía a los clientes de los
lustrabotas. 10 centavos costaba la lustrada, 20 centavos era ya lo óptimo, “con tinta” ¡Sí, que valía el dinero!
Los
panetones de Chaval eran una delicia, su
panadería estaba por la comisaría. El señor Mariano Medina contaba con una
pastelería que quedaba en la Calle Comercio (Bolognesi), donde funcionaba hasta
hace poco el Comité de Transportes América. En su establecimiento se reunía muy
buena gente, como Marcenaro, Aurelio Balarrubio. Recuerdo de él que decía: 'Santo que no hace milagros, fuera del templo. Su
heladería daba hacia la calle Correo (Alfonso Ugarte) con un pequeño cinema,
trabajaban sus hijos Reynaldo, Paco y Graciela; a Paco
y Graciela les gustaba la música, él tocaba
la batería y ella, el piano.
En la calle Comercio se hallaban los bazares más
surtidos y donde había una esmerada atención. El Can
Can de Cornejo se ubicaba en esta calle, su hijo fue padrecito, amigo
del padre Mojica. Padrastro del negro
chocolatero. Este negro se apellidaba Ramírez,
su madre preparaba los chocolates que él vendía, llegó a tener un restaurante
en la calle La Palma, primera cuadra.
En la
Ferretería de Carlos Sánchez, funcionaba una
peña de amigos -él era huanuqueño-, cada uno ponía su cuota para el traguito
del día siguiente. Frente a Humberto Bisso,
en la calle Correo estaba la colchonería de los gringos. La gringa, la tuvo
hasta 1976. Salas tenía una zapatería grande en esta calle que abarcaba hasta
Bolognesi, vendía cueros, él era huachano. Y justo frente a Salas se situaba la gran casa Correa.
En el
cine Lux, esquina de Bolívar, la señorita
Pichilingue, hermana de Juan Jesús sacaba
su piano de fuelle, tocaba melodías para llamar a la función (ríe). Puedo
mencionar además la fábrica de chancaca de Vidaurre.
Raúl Echegaray La Rosa el popular Lulú, el hombre de los 100 ahijados, era un
campeón al bailar marinera con una botella de cerveza en la cabeza y defendía
con fanatismo, al Club José Gálvez o Los Eléctricos. Camalero de tradición, compraba
carne y la vendía. Llegó a pesar 144 kilos. A otro carnicero se le conoció con
el apodo de Pechoebuque.
La vieja Terrones era una persona de película,
chaposa, coqueta, destilaba hermosura, vivía en una casa de Malambo (28 de
julio), junto a la casa de Nicasio Phang.
En Matapaloma donde queda el Club
Social Tennis, eso se llamaba la Quinta
Seles. En esa quinta vivían los Honigman,
eran de origen judío y sembraban verduras, cuentan que cuando vino la lloquia
en el año 25 como consecuencia del Fenómeno del Niño, se caían techos, entonces
en la Quinta Seles se cayó un pino viejo por
los vientos casi huracanados, debajo de las raíces del árbol se hallaba una
petaca con oro y plata, suerte y fortuna para esta familia. Se volvieron ricos
y montaron varios negocios, algunos en Lima. Representaban a la Duncan Fox, en Huacho. Tuvieron una librería, la Botica La Económica y la Ferretería
de Carlos Sánchez, era de su propiedad.
El señor Arévalo asegura que por los jirones Bolívar y Sucre,
había un templo preinca. Construyeron en este terreno un taller que era del
padre de Diego La Rosa.
76 años
tiene en la actualidad Pedro Arévalo Mandujano,
canillita y tipógrafo de Huacho.
Huacho, 08 de setiembre de 1999.
Entrevista publicada en: “Encuentro con Huacho y
allende los mares” de Julia del Prado Morales. Libro del Fondo editorial de la Biblioteca
Nacional. 656 p. 2001. Lima, Perú.
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