miércoles, 13 de octubre de 2021

IMPRESIONANTE

CUANTAS MENTIRAS SE ESCONDEN POR TRAS DE PERSONAS QUE ADMIRAMOS. O COMO UNA PERSONA PUEDE ESCRIBIR TAN LINDO, CON UNA HISTORIA OBSCURA EN SU HABER.

LO QUE EL "GRAN" PABLO NERUDA ESCONDIÓ

Ella es Malva Marina Reyes, la hija de Pablo Neruda. Nació con hidrocefalia y fue abandonada por ello. El hombre que escribió los más bellos y dulces versos, llamaba a su hija, "Punto y coma" (por la proporción entre su cabeza y su cuerpo), "Vampiresa de tres kilos" y "Ser ridículo". Malva murió en la indigencia con tan solo 8 años. Su padre no fue a su entierro.

Malva Marina Trinidad Reyes la hija abandonada por su padre Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda)

1- El poeta más amado de la izquierda: Pablo Neruda, tuvo una hija: Malva Marina Trinidad Reyes, muerta en Holanda a los ocho años de edad, abandonada por su padre que la detestaba por su hidrocefalia, uno de los tantos ejemplos de la doble moral.

2- El 18 de agosto de 1934 Malva nace en Madrid, donde el Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto) era Cónsul General. Pero para el poeta chileno, el nacimiento de una hija enferma y deforme (según su propia descripción) estaba fuera de todos sus cálculos.

3- En junio de 1934 publica “Residencia en la tierra” y conoce a la argentina Delia del Carril, afiliada al Partido Comunista Francés, la famosa Hormiguita. Delia le lleva 20 años y el romance será instantáneo. En agosto de 1934 Maryka, sufrida esposa de Neruda, da a luz a Malva.

4- Al mes de su nacimiento Neruda escribe a su amiga argentina Sara Tornú: “Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”. El 8 de noviembre se separa de Maryka y ese día abandona a Malva.

5- Huye con La Hormiguita a París y comienza el secreto del abandono de Malva, durante años encubierto con la complicidad de la cofradía literaria latinoamericana y el Partido Comunista chileno, que también ocultaron abusos y malos tratos a decenas de mujeres. Todo sea por Pablo Neruda.

6- Maryka se acerca a una iglesia de La Haya, donde encuentra una guardería para Malva. Allí será cuidada por el matrimonio de Hendrik Julsing y Gerdina Sierks. Neruda nunca responderá a las súplicas de su abandonada esposa para que envíe 100 dólares al mes.

7- Maryka vive en pensiones y trabaja en lo que encuentra para mantener a Malva, suplica a Neruda que le mande dinero.

Siete meses después, en julio del 37, la esposa y la hija abandonadas, con la ayuda del padrino y amigo Tricht, emprenden camino a Den Haag (La Haya en neerlandés, la capital de Holanda). Pronto María Antonia se hará a la idea de que ya no podrá creer más a su marido. Las penurias se suceden. Maruca vive en pensiones de mala muerte, el dinero se le acaba y su hija, con el cerebro cada vez más lleno de líquido, reclama muchas más atenciones. A través de organizaciones religiosas, como Christian Science, Maruca consigue dar con una familia de holandeses que residían en Gouda. Hendrik Julsing y Gerdina Sierks aceptan cuidar de la pequeña mientras su madre busca trabajo en La Haya, a menos de una hora por carretera. La tratan como a una más de la familia hasta su muerte, con ocho años, el 2 de marzo de 1943. Incluso contratan una niñera, Nelly Leijis, para que se dedique en exclusiva a la niña.

Maruca, mientras tanto, no rehúye ningún tipo de trabajo. Se ofrece a limpiar suelos, cuidar de enfermos, lo que sea con tal de sacar adelante a su desvalida hija. Quién se lo iba a decir a la niña rica que fue, a la descendiente de Jeremias van Riemsdijk, el patriarca de una estirpe de prósperos comerciantes holandeses, que hizo carrera en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Jeremias llevaba una vida tan opulenta que se paseaba por sus campos de arroz en Java en una carroza de cristal tirada por caballos árabes que había ordenado llevar desde Europa.

Para María Antonia o La javanesa, como a menudo se referían a ella los allegados a Neruda, ya sólo eran recuerdos de un pasado de cine. Nadie se acuerda de ella. Maruca, para el poeta, es un punto y aparte. Ya no le quedan padres y su hija camina hacia un final dramático. Por mediación de no sabe quién por fin encuentra trabajo, puede que no bien pagado, en la embajada de España en La Haya. Está a las órdenes de José María Semprún, padre del escritor Jorge Semprún, luego expulsado en 1964 del Partido Comunista de España (PCE), al que Pablo Neruda tanto admiraba. Lo que a esta mujer aún le queda por sufrir ni ella misma lo imagina.

Poco antes de que la II Guerra Mundial terminara, María Antonia fue detenida por los nazis -no por ser judía, sino por tener pasaporte chileno- e internada en el mismo campo de concentración en el que estaba Anna Frank. De Westerbork, ideado para acoger 107.000 prisioneros de los que se estima que fallecieron 60.000, salían en su mayoría de judíos y gitanos hacia los crematorios y cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka, en Polonia. Maruca pasa allí un mes entre alambradas, soldados de la SS y perros entrenados para matar. Pero esta vez la suerte no le daría la espalda. Cuando el campo fue liberado (15 de abril de 1945) por las tropas canadienses sólo encontraron 876 prisioneros con vida. Y entre ellos, a la esposa abandonada de Neruda. Nueve días antes de que las puertas del infierno se abrieran definitivamente, moría allí Anna Frank, su vecina en el campo.

De María Antonia Hagenaar no queda nada. Ni una lápida que indique el final de su azaroso camino. Tres años después de su liberación, viaja a Chile para errar el doloroso capítulo nerudiano, pues antes se negó a aceptar el divorcio que el vate quiso dar por hecho tras abandonarla. En noviembre de 1948 firma el divorcio y un acuerdo financiero. Aún tardó en regresar a Holanda. Dicen que se volvió adicta al opio. Un cáncer se la llevó, en 1965, estando de vuelta en La Haya, no lejos de la tumba en la que reposan los restos de su querida Malva Marina, a la que su madre no dejó de visitar hasta el final de sus días.

Nunca olvidar que detrás de alguien, se puede esconder una historia oculta.

En memoria de la pequeña Malva Marina Reyes.

Sánchez Tomás

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