El Vaticano difundió este 27 de septiembre el Mensaje del Papa Francisco la XXXVI Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se celebrará a nivel diocesano el 21 de noviembre de 2021, Domingo de Cristo Rey, con el tema: “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto”.
“Espero que todos nosotros podamos vivir estas
etapas como verdaderos peregrinos y no como ‘turistas de la fe’. Abrámonos a
las sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro camino.
Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros hermanos y hermanas
en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a otros a levantarnos juntos, y en
este difícil momento histórico seremos profetas de tiempos nuevos, llenos de
esperanza”, invitó el Santo Padre.
A continuación, el Mensaje del Papa Francisco para la próxima Jornada
Mundial de la Juventud:
“¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que
has visto” ( Hch 26,16)
Queridos jóvenes:
Una vez más quisiera tomarlos de la mano para continuar juntos la
peregrinación espiritual que nos conduce hacia la Jornada Mundial de la
Juventud de Lisboa en el 2023.
El año pasado, un poco antes de que se propagara la pandemia, firmé el
mensaje con el lema “Joven, a ti te digo,
¡levántate!” (cf. Lc 7,14). En su providencia, el Señor
ya nos quería preparar para la durísima prueba que estábamos a punto de vivir.
En el mundo entero se tuvo que afrontar el sufrimiento causado por la
pérdida de tantas personas queridas y por el aislamiento social. También a
ustedes, jóvenes —que por naturaleza se proyectan hacia el exterior—, la
emergencia sanitaria les impidió salir para ir a la escuela, a la universidad,
al trabajo, para reunirse. Se encontraron en situaciones difíciles, que no
estaban acostumbrados a gestionar. Quienes estaban menos preparados y privados
de apoyo se sintieron desorientados. En muchos casos surgieron problemas
familiares, así como desocupación, depresión, soledad y dependencias. Sin
hablar del estrés acumulado, de las tensiones y explosiones de rabia, y del
aumento de la violencia.
Pero gracias a Dios este no es el único lado de la medalla. Si la prueba
nos mostró nuestras fragilidades, también hizo que aparecieran nuestras
virtudes, como la predisposición a la solidaridad. En cada rincón del mundo vimos
muchas personas, entre ellas numerosos jóvenes, luchar por la vida, sembrar
esperanza, defender la libertad y la justicia, ser artífices de paz y
constructores de puentes.
Cuando un joven cae, en cierto sentido cae la humanidad. Pero también es
verdad que cuando un joven se levanta, es como si se levantara el mundo entero.
Queridos jóvenes, ¡qué gran potencialidad hay en
sus manos! ¡Qué fuerza tienen en sus corazones!
Por eso hoy, una vez más, Dios le dice a cada uno de ustedes: “¡Levántate!”. Espero de todo corazón que este
mensaje nos ayude a prepararnos para tiempos nuevos, para una nueva página en
la historia de la humanidad. Pero, queridos jóvenes, no es posible recomenzar
sin ustedes. Para volver a levantarse, el mundo necesita la fuerza, el entusiasmo
y la pasión que tienen ustedes. En este sentido, quisiera que meditemos juntos
el pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que Jesús le dice a Pablo: “¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto” (cf. Hch 26,16).
PABLO TESTIGO ANTE EL REY
El versículo que inspira el lema de la Jornada Mundial de la Juventud
2021 está tomado del testimonio de Pablo ante el rey Agripa, mientras se
encontraba detenido en la cárcel. Él, que un tiempo fue enemigo y perseguidor
de los cristianos, ahora es juzgado por su fe en Cristo. Habían pasado unos
veinticinco años cuando el Apóstol narra su historia y el episodio fundamental
de su encuentro con Cristo.
Pablo confiesa que anteriormente había perseguido a los cristianos hasta
que un día, cuando iba a Damasco para arrestar a algunos de ellos, una luz “más brillante que el sol” lo envolvió a él y a
sus compañeros de viaje (cf. Hch 26,13), pero solamente él oyó
“una voz”. Jesús le dirigió la palabra y lo
llamó por su nombre.
“¡SAULO, SAULO!”
Profundicemos juntos este hecho. Llamando a Saulo por su nombre, el
Señor le hizo comprender que lo conocía personalmente. Es como si le dijera: “Sé quién eres, sé lo que estás tramando, pero a pesar de
todo me dirijo justo a ti”. Lo llamó dos veces, como signo de una vocación
especial y muy importante, como había hecho con Moisés (cf. Ex 3,4)
y con Samuel (cf. 1 S 3,10). Cayendo al suelo,
Saulo comprendió que era testigo de una manifestación divina, de una revelación
poderosa, que lo sacudió, pero no lo aplastó, al contrario, lo interpeló
personalmente.
En efecto, sólo un encuentro personal —no anónimo— con Cristo cambia la
vida. Jesús muestra que conoce bien a Saulo, que “conoce
su interior”. Aun cuando Saulo es un perseguidor, aun cuando en su
corazón siente odio hacia los cristianos, Jesús sabe que esto se debe a la
ignorancia y quiere demostrar su misericordia en él. Será justamente esta
gracia, este amor inmerecido e incondicional, la luz que transformará
radicalmente la vida de Saulo.
“¿QUIÉN ERES, SEÑOR?”
Ante esa presencia misteriosa que lo llama por su nombre, Saulo
pregunta: «¿Quién eres, Señor?» (Hch 26,15).
Esta pregunta es sumamente importante, y todos en la vida, antes o después, nos
la tenemos que hacer. No basta haber escuchado hablar de Cristo a otros, es
necesario hablar con Él personalmente. Esto, básicamente, es rezar. Es hablar a
Jesús directamente, aunque tengamos el corazón todavía desordenado, la mente
llena de dudas o incluso de desprecio hacia Cristo y los cristianos. Me
gustaría que cada joven, desde lo profundo de su corazón, llegara a hacerse
esta pregunta: “¿Quién eres, Señor?”.
No podemos dar por descontado que todos conocen a Jesús, aun en la era
de internet. La pregunta que muchas personas dirigen a Jesús y a la Iglesia es
justamente esta: “¿Quién eres?”. En todo el
relato de la vocación de san Pablo esta es la única vez en la que él habla. Y a
su pregunta, el Señor responde sin demora: «Yo soy
Jesús, al que tú persigues» (ibíd.).
“YO SOY JESÚS, AL QUE TÚ PERSIGUES”
Por medio de esta respuesta, el Señor Jesús revela a Saulo un gran
misterio: que Él se identifica con la Iglesia, con
los cristianos. Hasta ahora, Saulo no había visto de Cristo más que a
los fieles que había encerrado en la cárcel (cf. Hch 26,10),
cuya condena a muerte él mismo había aprobado (ibíd.). Y había visto
cómo los cristianos respondían al mal con el bien, al odio con el amor,
aceptando las injusticias, la violencia, las calumnias y las persecuciones
sufridas por el nombre de Cristo. Por eso, si se mira bien, Saulo de algún modo
—sin saberlo— había encontrado a Cristo, ¡lo había
encontrado en los cristianos!
Cuántas veces hemos oído decir: “Jesús sí,
la Iglesia no”, como si uno pudiera ser una alternativa a la otra. No se
puede conocer a Jesús si no se conoce a la Iglesia. No se puede conocer a Jesús
si no por medio de los hermanos y las hermanas de su comunidad. No nos podemos
llamar plenamente cristianos si no vivimos la dimensión eclesial de la fe.
“TE LASTIMAS DANDO GOLPES CONTRA EL AGUIJÓN”
Estas son las palabras que el Señor dirigió a Saulo después de que
cayera al suelo. Parece como si le estuviese hablando de modo misterioso desde
largo tiempo, tratando de atraerlo hacía sí, y Saulo se estuviera resistiendo.
Este mismo dulce “reproche”, nuestro Señor
lo dirige a cada joven que se aleja: “¿Hasta cuándo
huirás de mí? ¿Por qué no escuchas que te estoy llamando? Estoy esperando tu
regreso”. Como el profeta Jeremías, nosotros a veces decimos: «No
volveré a recordarlo» (Jr 20,9). Pero en el corazón de cada uno hay
como un fuego ardiente, aunque nos esforcemos por contenerlo no lo conseguimos,
porque es más fuerte que nosotros mismos.
El Señor eligió a alguien que incluso lo había perseguido, que había
sido completamente hostil a Él y a los suyos. Pero no existe una persona que
para Dios sea irrecuperable. Por medio del encuentro personal con Él siempre es
posible volver a empezar. Ningún joven está fuera del alcance de la gracia y de
la misericordia de Dios. De ninguno se puede decir: está demasiado lejos, es
demasiado tarde. ¡Cuántos jóvenes tienen la pasión
de oponerse e ir contracorriente, pero llevan escondida en el corazón la
necesidad de comprometerse, de amar con todas sus fuerzas, de identificarse con
una misión! Jesús, en el joven Saulo, ve exactamente esto.
RECONOCER LA PROPIA CEGUERA
Podemos imaginar que, antes del encuentro con Cristo, Saulo estaba en
cierto sentido “lleno de sí”, se consideraba
“grande” por su integridad moral, por su
celo, por sus orígenes y por su cultura. Ciertamente estaba convencido de que
hacía lo correcto. Pero, cuando el Señor se le reveló, “aterrizó”
y se encontró ciego. De repente descubrió que era incapaz de ver, no
sólo físicamente sino también espiritualmente. Sus certezas vacilaron. En su
interior advirtió que aquello que lo había animado con tanta pasión —el celo
por eliminar a los cristianos— había sido una completa equivocación. Se dio
cuenta de que no era el poseedor absoluto de la verdad, más aún, que estaba
lejos de serlo. Y, junto a sus certezas, cayó también su “grandeza”. De repente se supo perdido, frágil, “pequeño”.
Esta humildad —conciencia del propio límite— es fundamental. A quien
piensa que lo sabe todo de sí, de los otros e incluso de las verdades
religiosas, le costará encontrar a Cristo. Saulo, volviéndose ciego, perdió sus
puntos de referencia. Al quedarse solo en la oscuridad las únicas cosas claras
para él fueron la luz que vio y la voz que sintió. Qué paradoja: justo cuando uno reconoce que está ciego es cuando
comienza a ver.
Después de la revelación en el camino de Damasco, Saulo preferirá ser
llamado Pablo, que significa “pequeño”. No
se trata de un “nombre de usuario” o de un “nombre artístico” —tan en boga hoy incluso entre
la gente común—, fue el encuentro con Cristo el que lo hizo sentirse realmente
así, derribando el muro que le impedía conocerse de verdad. Él mismo afirmó de
sí: «Porque yo soy el más insignificante de los
apóstoles, incluso indigno de llamarme apóstol por haber perseguido a la
Iglesia de Dios» (1 Co 15,9).
A santa Teresa de Lisieux, como a otros santos, le gustaba repetir que
la humildad es la verdad. Hoy en día muchas “historias”
sazonan nuestras jornadas, especialmente en las redes sociales, a menudo
construidas artísticamente con mucha producción, con videocámaras y escenarios
diferentes. Se buscan cada vez más los focos del primer plano, sabiamente
orientados, para poder mostrar a los “amigos” y
“seguidores” una imagen de sí que a veces no
refleja la propia verdad. Cristo, luz meridiana, viene a iluminarnos y a
restituirnos nuestra autenticidad, liberándonos de cualquier máscara. Nos
muestra con nitidez lo que somos, porque nos ama tal como somos.
CAMBIAR DE PERSPECTIVA
La conversión de Pablo no fue un volver para atrás, sino abrirse a una
perspectiva totalmente nueva. En efecto, él continuó el camino hacia Damasco,
pero ya no era el mismo de antes, era una persona distinta (cf. Hch 22,10).
En la vida ordinaria es posible convertirse y renovarse haciendo las cosas que
solemos hacer, pero con el corazón transformado y con motivaciones diferentes.
En este caso, Jesús le pidió a Pablo expresamente que siguiera hasta Damasco,
hacia donde se dirigía. Pablo obedeció, pero ahora la finalidad y la
perspectiva de su viaje habían cambiado radicalmente. De ahora en adelante verá
la realidad con ojos nuevos. Antes eran los ojos del perseguidor justiciero,
desde ahora serán los del discípulo testigo. En Damasco, Ananías lo bautizó y
lo introdujo en la comunidad cristiana. En el silencio y en la oración, Pablo
profundizará la propia experiencia y la nueva identidad que le dio el Señor
Jesús.
NO DISPERSAR LA FUERZA Y LA PASIÓN DE LOS
JÓVENES
La actitud de Pablo antes del encuentro con Jesús resucitado no nos
resulta extraña. ¡Cuánta fuerza y cuánta pasión
habitan también en los corazones de ustedes, queridos jóvenes! Pero si
la oscuridad que los rodea y la que está dentro de ustedes les impide ver
correctamente, corren el riesgo de perderse en batallas sin sentido, hasta
volverse violentos. Y lamentablemente las primeras víctimas serán ustedes
mismos y aquellos que están más cerca de ustedes. Existe también el peligro de
luchar por causas que en el origen defienden valores justos pero que, llevadas
al extremo, se vuelven ideologías destructivas. ¡Cuántos
jóvenes hoy, tal vez empujados por las propias convicciones políticas o
religiosas, terminan por convertirse en instrumentos de violencia y destrucción
en la vida de muchos! Algunos, nativos digitales, encuentran en el
ámbito virtual y en las redes sociales el nuevo campo de batalla, utilizando
sin escrúpulos el arma de las noticias falsas para esparcir veneno y destruir a
sus adversarios.
Cuando el Señor irrumpió en la vida de Pablo, no anuló su personalidad,
no borró su celo y su pasión, sino que hizo fructificar sus talentos para hacer
de él el gran evangelizador hasta los confines de la tierra.
APÓSTOL DE LAS GENTES
Posteriormente, Pablo será conocido como “el
apóstol de las gentes”. ¡Él, que había sido un escrupuloso fariseo observante
de la Ley! He aquí otra paradoja: el Señor
depositó su confianza justamente en aquel que lo perseguía. Como Pablo,
cada uno de nosotros puede sentir en lo profundo de su corazón esta voz que le
dice: “Me fío de ti. Conozco tu historia y la tomo
en mis manos, junto contigo. Aunque a menudo hayas estado en mi contra, te
elijo y te hago mi testigo”. La lógica divina puede hacer del peor
perseguidor un gran testigo.
El discípulo de Cristo está llamado a ser «luz
del mundo» (Mt 5,14). Pablo debe dar testimonio de lo que ha
visto, pero ahora está ciego. ¡Estamos de nuevo
ante una paradoja! Pero es justamente a través de esta experiencia
personal que Pablo podrá identificarse con aquellos a los que el Señor lo
envía. En efecto, es constituido testigo «para
abrirles los ojos y que se conviertan de las tinieblas a la luz» (Hch 26,18).
“¡LEVÁNTATE Y DA TESTIMONIO!”
Al abrazar la vida nueva que nos fue dada en el bautismo, recibimos
también una misión del Señor: “¡Serás mi testigo!”.
Es una misión a la que dedicarse, que lleva a cambiar la vida.
Hoy la invitación de Cristo a Pablo se dirige a cada una y cada uno de
vosotros, jóvenes: ¡Levántate! No puedes
quedarte tirado en el suelo sintiendo pena de ti mismo, ¡hay una misión que te espera! También tú puedes ser testigo de
las obras que Jesús ha comenzado a realizar en ti. Por eso, en nombre de
Cristo, te digo:
- Levántate y testimonia tu experiencia de ciego
que ha encontrado la luz, que ha visto el bien y la belleza de Dios en sí
mismo, en los otros y en la comunión de la Iglesia que vence toda soledad.
- Levántate y testimonia el amor y el respeto que
es posible instaurar en las relaciones humanas, en la vida familiar, en el
diálogo entre padres e hijos, entre jóvenes y ancianos.
- Levántate y defiende la justicia social, la
verdad, la honradez y los derechos humanos; a los perseguidos, a los pobres y
los vulnerables, a los que no tienen voz en la sociedad y a los inmigrantes.
- Levántate y testimonia la nueva mirada que te
hace ver la creación con ojos maravillados, que te hace reconocer la tierra
como nuestra casa común y que te da el valor de defender la ecología integral.
- Levántate y testimonia que las existencias
fracasadas pueden ser reconstruidas, que las personas que ya han muerto en el
espíritu pueden resurgir, que las personas esclavas pueden volverse libres, que
los corazones oprimidos por la tristeza pueden volver a encontrar la esperanza.
- ¡Levántate y testimonia con alegría que Cristo
vive! Difunde su mensaje de amor y salvación entre tus coetáneos, en la
escuela, en la universidad, en el trabajo, en el mundo digital, en todas
partes.
El Señor, la Iglesia, el Papa confían en ustedes y los constituyen
testigos para tantos otros jóvenes que encuentran en los “caminos de Damasco” de nuestro tiempo. No se
olviden: «Si uno de verdad ha hecho una experiencia
del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para
salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas
instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado
con el amor de Dios en Cristo Jesús» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 120).
¡LEVÁNTENSE Y CELEBREN LA JMJ EN LAS
IGLESIAS PARTICULARES!
Renuevo a todos ustedes, jóvenes del mundo, la invitación a formar parte
de esta peregrinación espiritual que nos llevará a celebrar la Jornada Mundial
de la Juventud en Lisboa en 2023. El próximo encuentro, no obstante, será en
vuestras Iglesias particulares, en las diversas diócesis y heparquías del mundo
donde, en la solemnidad de Cristo Rey, se celebrará la Jornada Mundial de la
Juventud 2021 a nivel local.
Espero que todos nosotros podamos vivir estas etapas como verdaderos
peregrinos y no como “turistas de la fe”. Abrámonos
a las sorpresas de Dios, que quiere hacer resplandecer su luz en nuestro
camino. Abrámonos a escuchar su voz, también por medio de nuestros hermanos y
hermanas en la fe. De esta manera nos ayudaremos unos a otros a levantarnos
juntos, y en este difícil momento histórico seremos profetas de tiempos nuevos,
llenos de esperanza. Que la Bienaventurada Virgen María
interceda por nosotros.
Roma, San Juan de Letrán, 14 de
septiembre de 2021, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Redacción ACI Prensa
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