6.- UNA FINGIDA AMBIGÜEDAD.—Un oxímoron, según la RAE, es una combinación, en una misma estructura sintáctica, de significados opuestos que originan un sentido nuevo. Una amalgama contradictoria que aparenta ambigüedad, pero cuyo efecto, en realidad, es suscitar una acepción novedosa y rupturista.
6.1.
Desde hace decenios es común
confundir ambigüedad y oxímoron. Con la primera se deja el significado
suspendido, que pueda inclinarse a un
lado o a otro mediante la balanza hermenéutica; bien hacia el lado de la
ruptura, bien hacia el lado de la reforma en la continuidad. Con el segundo se
inventan ex nihilo innovaciones
doctrinales. Reaccionando ante éstas, algunos, con buena intención e
ingenuidad, piden entonces clarificaciones interpretativas, y buscan luces
dónde sólo existen sombras que cohabitan para engendrar un monstruo.
6.2
Dejar un tema indefinido no
es lo mismo que dejarlo confundido. La ambigüedad sirve a menudo para innovar, pero
es tarea propia del oxímoron doctrinal: arrejuntando
opuestos saca a la luz una ruptura: estaba escondida en la sombra, agazapada,
surge con rostro oficial y de apariencia respetable y se hace
fuerte.
6.3.
Es la estrategia del
progresismo. De aparentes ambigüedades extrae nuevas doctrinas que transforman
la que había, en orden a un fin artificial. En el fondo no eran anfibologías,
sino malas sumas de opuestos, cuyo total es una nueva cantidad, y en clave
alquímica. Mezcla de contrarios que adulteran la naturaleza de las cosas. No
hablamos de un inocente recurso literario con que embellecer discursos o
poemas; sino de un oxímoron doctrinal, con todo el poder mágico que
posee. Es la goecia del progreso moderno, estirando el cristianismo hasta
deformarlo, para destrozar su fibra sobrenatural y convertirlo en otra cosa.
6.4
Y así, contamos con amalgamas
de opuestos ya normalizados: una situación
(hechos regulares) que se llama irregular; una relación (adulterio) que se
trata como matrimonial; un estado (el de gracia) que se daría en pecado; una
religión verdadera (la católica) tan supuestamente querida por Dios como las
falsas; un comunismo cristiano; una Iglesia de Cristo que no es sino que
subsiste en otra que sí es (la católica); una ley antigua que para unos (los
judíos) equivaldría a la nueva; una libertad (antirreligiosa) que sería tan religiosa,
tan religiosa, que se tiene por clave de bóveda de toda dignidad; (etc,
etc).
7.- UN CRISTIANISMO ANTICRISTIANO.— Este es en definitiva
el oxímoron infernal del progresismo, una religión irreligiosa, un pastoreo sin
pastor, una jerarquización plana; un matrimonio sin matrimonio, un catolicismo
anticatólico, una tradición viva que
mata la traditio. Una Anticristiandad. Lo advertía, con
expresividad y contundencia, el P. Meinvielle en El
progresismo cristiano:
«Por ello, hay
que tener el coraje de afirmar hoy, contra todo Progresismo, la necesidad
de que la vida profana, aun en sus manifestaciones
públicas nacionales e internacionales, se sujete a los
principios sobrenaturales depositados en la Iglesia. Por cuanto si no
hay Cristiandad, vale decir, orden público de vida conformado a la
Iglesia, habrá anticristiandad, la que, por un proceso lógico inexorable,
ha de caminar hacia un total antricristianismo, es decir hacia la apostasía
pública universal».
7.1
Concluía con precisión el P.
Meinvielle: «El Progresismo, en efecto, quiere
bautizar, de una manera o de otra, el anticristianismo del mundo moderno». De
este espurio deseo manan muchos males que hoy nos aquejan; males a los que
asistimos, día a día, sin saber qué hacer o qué pensar. Y es que el oxímoron de
ese cristianismo anticristiano, que tanto anhela el progresismo, es norma normarum de gran parte de la vida
eclesial actual: quieren que su anticatolicismo
pase por católico. Creen que pintando corazones en las guillotinas se
transforma en bien el mal.
Alonso Gracián
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