Las causas de esclavitud pueden ser variadas.
Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net
Cuando pensamos en aquello que te esclaviza,
hacemos referencia a los vicios, que pueden ser las drogas o el alcohol, sin
embargo en nuestras almas se encuentran las causas más grandes por las cuales
perdemos la libertad.
Aun cuando Jesús nos dice en Gálatas 5,1: “Cristo
nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no
se sometan nuevamente al yugo de esclavitud”. Luego en 2 Pedro 2,19 dice: “Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos
de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado”.
Y es que la libertad se
encuentra en Cristo y la esclavitud en todo aquello que nos preocupa, nos
atormenta, nos quita la paz y nos limita la felicidad. Se transforman en
hábitos por lo que permanecen arraigados en nuestra conducta; siendo parte de
nosotros, ni siquiera nos percatamos de cuán esclavos de nosotros mismos
podemos estar.
Las causas de esclavitud
pueden ser variadas. Un puesto laboral, un trabajo, un cargo en una empresa,
que nos hace pensar el día entero en cómo mejorar nuestro rendimiento, cómo
incrementar nuestra productividad, cómo ser más competitivos o cómo alcanzar un
aumento salarial. O un hobbie que nos quita un tiempo precioso que podríamos
dedicarlo a la familia y por lo demás significa un importante porcentaje de mi
ingreso mensual.
Pueden ser aquellos
sentimientos que nos quitan la felicidad: la
envidia, el rencor, la ambición, los celos, el egoísmo, la inseguridad.
“Pero lo que sale de la
boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre.” (Mateo 15,18).
“Desechad toda maldad todo
engaño y toda clase de hipocresía envidia o maledicencia.” (1 Pedro 2,1).
También puede
esclavizarnos nuestro pasado: alguna herida de la infancia, algún amor no
correspondido, alguna traición o una pérdida dolorosa; todo aquello que no
podemos olvidar e incluso, perdonar.
“Soportaos unos a otros y
perdonaos si alguno tiene queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os
perdonó, así también vosotros debéis perdonaros.” (Colosenses 3,13).
La rutina también puede
ser una esclavitud: todos los días realizando las
mismas actividades y en los mismos horarios no deja espacio para nada nuevo,
nada distinto, para ninguna sorpresa de nuestro Señor.
Un exceso de afectividad
hacia ciertas personas también puede transformarse en una causa de esclavitud,
en la medida que no podamos establecer los límites pertinentes. Así como
también podemos ser esclavos de las mismas personas que nos rodean, pues
destinamos nuestros esfuerzos en agradarles ya sea para pertenecer a un grupo o
para ser considerados en algún lugar.
“¿A quién busco agradar, a
los hombres o a Dios? Si tratara de agradar a los hombres, no agradaría a
Dios.” (Gálatas 1,10).
Sin percatarnos, podemos
estar paralizados por el miedo; al éxito, al fracaso, a la crítica, a la
opinión de las personas, a cometer errores, a la soledad, a la traición:
personas esclavizadas por el miedo.
“¿Qué más podemos decir? Si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Romanos 8,31).
“El Señor irá delante de
ti; él estará contigo, no te dejará ni te abandonará; no temas ni te
desanimes.” (Deuteronomio 31,8).
“Porque no recibisteis el
espíritu de esclavitud para recaer de nuevo en el temor, sino que recibisteis
el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre!” (Romanos 8,15).
“No temas, pequeño Rebaño,
porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.” (Lucas 12,32).
Pues bien, todo aquello que
nos esclaviza representa pequeños ídolos.
“La idolatría no se refiere
sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la
fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios.” (Papa Francisco).
La Sagrada Escritura nos
dice: “No tendrás otros dioses
frente a mí.” (Éxodo 20,3).
Un "Dios", es aquello que está en el centro de nuestra
vida y de lo que dependemos, aquello que ocupa nuestro pensamiento. Y
centrarse en aquello que no es de Dios, es idolatría. Nuestro trabajo,
pasatiempo, incluso el conyugue, puede ser un ídolo.
Es tiempo de reflexión, ¿Qué
te esclaviza? ¿Cuál es tu ídolo? Si hacemos una especie de examen de
conciencia podemos identificar aquello. Lo importante es no perder nuestro
centro, Jesús. Colocar nuestra atención en otras cosas nos hace olvidar que
nuestra prioridad es Dios y nuestras acciones deben guiarse por su ley, por sus
mandamientos, por las bienaventuranzas.
“Reconocer las propias
idolatrías es un inicio de gracia que pone en el camino del amor” (Papa Francisco).
Dejemos entonces
nuestras amarras, las cadenas que no nos hacen libres para gozar del amor de
Dios. Volver a la fuente verdadera, al único motor de nuestras vidas, a aquel
que dio la vida por nosotros. Jesús nos invita a dejar a los pies de su cruz,
todo aquello que nos impide a seguirlo, porque no hay más: Él es el camino, la verdad y la vida (Juan 14,6).
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