Afirmar que la persona humana es masculina o femenina desde su concepción, es sencillamente evidenciar una realidad para una grandísima mayoría de personas -también científicos- a lo largo de los muchos milenios de la existencia de la humanidad, si bien esta sexualidad inicial, por razones diversas, puede sufrir alteraciones en sus expresiones y tendencias propias.
Es evidente que no toda
desigualdad y discriminación es algo malo. El ser humano posee una igualdad radical
como persona desde su concepción, y muchas diferencias o desigualdades por
diversos motivos. Una de esas diferencias en la sexual. Sostener y defender que
la persona humana es esencialmente o naturalmente sexuada no implica es sí
mismo una discriminación negativa: es un hecho biológico, gracias al cual es
posible la reproducción natural de la especie humana. Por tanto, no debería
ofender a nadie.
Es un hecho científico,
histórico y sociológico que las personas humanas tienen un sexo biológico desde
el momento de su concepción, y que la diferenciación sexual -fenotípica y
cerebral- empieza a manifestarse y visualizarse, al menos, entre la 5 y 9
semana de gestación. Afirmar que la persona humana es masculina o femenina
desde su concepción, es sencillamente evidenciar una realidad para una
grandísima mayoría de personas -también científicos- a lo largo de los muchos
milenios de la existencia de la humanidad, si bien esta sexualidad inicial, por
razones diversas, puede sufrir alteraciones en sus expresiones y tendencias
propias.
Al mismo tiempo, la existencia
de un reducidísimo grupo de personas que por diversas razones han tenido una
alteración en su sexualidad, introduciéndose elementos anómalos en el
comportamiento sexual, en su funcionamiento propio, y en su autopercepción,
también es una realidad. Cómo es lógico habrá que afrontar del modo adecuado
esas alteraciones a partir del conocimiento de sus causas, sus síntomas,
especificidad biológica, etc. Estas alteraciones implican una diversidad, pero
no de sexo: no hay un nuevo sexo ni se deja de tener sexo.
En este sentido cuando se
habla de personas transgénero (que han cambiado de sexo) conviene tener claro
que los cambios que se hacen son corporales, hormonales, de carácter físico,
pero no hay cambio, al menos, de sexo genético. Además, al menos, en diversos
casos se ha comprobado que el problema de la disforia de género (percibirse
como mujer teniendo un cuerpo de hombre o al revés) no era orgánico sino
psíquico, y que resolviendo ese trastorno o alteración psíquico desaparecía la
disforia. Ha ocurrido que las personas a las que se les ha hecho operaciones de
cambios orgánicos en su genitalidad, etc.., sin un previo y riguroso estudio
psíquico, cuando, más tarde, se han recuperado de la disforia de género con un
tratamiento psicológico, se han encontrado con unos cambios físicos
difícilmente reversibles y el consiguiente sufrimiento moral.
No resulta razonable que la
situación sexual de este particular colectivo se intente imponer como norma a
partir de una interpretación ideológica (no científica) de la sexualidad,
cambiando, por ejemplo, el concepto de sexo por el de género, interpretado
ideológicamente. Pretender concebir o definir un hecho particular, excepcional
como general es una contradicción; lo particular, la excepción no puede
considerarse como algo general, como lo normal. No se puede juzgar el todo por
la parte.
Lo razonable es conocer las
causas de esas alteraciones que influyen en la modificación del comportamiento
sexual natural e intentar poner los medios para su rectificación, al menos no
impedir a nadie que pueda hacerlo. Los que, por razones varias, prefieran no
cambiar esa alteración se les debe respetar y defender su dignidad personal
como a cualquier otra persona. Otra cosa es que ese grupo de personas deba ser
protegido de un modo especial debido a una especial aversión por parte de
algunos sectores de la sociedad, pero sin implicar el reconocimiento de ningún
privilegio, y menos pretender que se imponga como común lo que es una excepción.
La construcción filosófica de un sexualidad no binaria (mujer-hombre) y su
aplicación ideológica no es más que una pretensión irreal propia del idealismo,
pero con consecuciones muy graves.
No parece lo mejor, por tanto,
que se intente imponer como normal lo que es algo especial, excepcional. Como
se sabe el llamado lobby LGBITQ ha
presionado para que se aprueben unas leyes autonómicas de igualdad de género
injustas, porque entre otras cosas impiden acudir a las personas que tienen
estas alteraciones a especialistas, para buscar alivio al dolor psíquico que
les produce y apoyo necesario para asumir del mejor modo su orientación y
normalización sexual. Como es sabido esto ha hecho que personas con
alteraciones sexuales tengan que buscar ayuda en la clandestinidad.
Además, también en esas leyes
se rompe con un principio del estado de derecho: toda persona es inocente
mientras no se demuestre lo contrario, cargando con el deber de probar la
culpabilidad al que acusa. En estas leyes se ha optado por un planteamiento
propio de los estados totalitarios: cualquiera que
es acusado de supuesto acto homófobo debe demostrar su inocencia, cargando con
el deber de probarla asumiendo, por definición, que el acusador dice la verdad,
sin aportar apenas pruebas objetivas ni testigos directos.
Por último, resulta bastante
claro que una ideología que confunde la verdadera naturaleza y el valor de
realidades sociales básicas, tiende a generar tensión, perplejidad y
conflictualidad en la sociedad. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se
intenta imponer la ideología de género en las escuelas. Lo mismo ocurriría si
se intentara imponer la doctrina marxista o la ideología nudista.
Y de algún modo pasa lo mismo
cuando se aprueba un supuesto matrimonio homosexual. Este término, desde una
antropología natural y realista apoyada en un análisis fenomenológico del
matrimonio y de sexualidad humana, resulta muy confuso por no decir
contradictorio. En efecto, esa unión de convivencia confunde el amor conyugal
(que es un amor de donación, esponsal u oblativo y, por tanto, de total y
definitiva entrega mutua entre personas de distinto sexo), con el enamoramiento
sentimental (que implica un cierto grado de amistad) y el respectivo amor
erótico y de atracción afectiva, pero que nunca podrá realizarse como
plenamente oblativo (que implica el carácter definitivo y la unión sexual como
donación mutua de los cuerpos).
Pretender equiparar el acto
sexual consumado y perfecto dentro del matrimonio (reconociendo su significado
humano como comunión o fusión amorosa plena y definitiva de cuerpo y alma), con
actos físicos genitales que van contra la misma fisiología humana y son
estériles en sí mismos no puede ser bueno. Por otra parte, no se pueden olvidar
las diversas estadísticas que muestran como las uniones homosexuales presentan
bastante mayor porcentaje de promiscuidad («infidelidad»)
y ruptura (con un tiempo de convivencia también más corto), en
comparación con el matrimonio o alianza conyugal heterosexual.
Si se quiere una sociedad
estable, autosostenible demográficamente, con potencial cultural y económico,
es necesario, sobre todo, reconocer y asumir sin miedos y complejos la realidad
tal cual es, en toda su complejidad y riqueza, sin dejarse engañar por el
relativismo y sin buscar soluciones subjetivistas, doctrinarias y falsas. Y en
concreto, es necesario sostener, promover y vigorizar el único matrimonio
posible, el heterosexual; y regular del modo oportuno las otras formas de
convivencia afectiva.
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