Tradicionalmente, en el ámbito español, el color azul-celeste es el color inmaculista, el emblema de la Pureza absoluta de Aquella que fue concebida sin mancha de pecado original, en previsión de los méritos redentores de Cristo (CAT 490-491).
El arte así representó a la
Santísima Virgen, túnica blanca y manto azul-celeste, con la luna debajo de sus
pies dejando establecida por los siglos la iconografía inmaculista.
Fue la visión de santa Beatriz
de Silva sobre la Virgen la que influyó decididamente en la plasmación de la
Concepción inmaculada de la Virgen: túnica blanca,
envuelta en manto azul. Se enriqueció con los elementos de Apocalipsis,
cap. 12: la luna a sus pies, las estrellas como corona; “para distinguirla de la Virgen ascendente de la Asunción, se la
representa con los ojos dirigidos hacia la tierra, al tiempo que aquélla
los tiene elevados al cielo donde Cristo la espera” [1].
El pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, en su obra póstuma Arte de la pintura
(1649), establecerá muchos cánones pictóricos que se convertirán en clásicos.
Sobre la Inmaculada escribirá:
“Hase de pintar,
pues, en este aseadísimo misterio, esta Señora en la flor de su edad, de doce a
trece años, hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y
rosadas mejillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin,
cuanto fuere posible al humano pincel…
Hase de pintar
con túnica blanca y manto azul… vestida de sol, un sol ovado de ocre y blanco,
que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de
estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores,
sirviendo de punto la sagrada frente…
Una corona
imperial adorne su cabeza que no cubra las estrellas; debajo de los pies, la
luna que, aunque es un globo sólido, tomo licencia para hecerlo claro,
transparente sobre los países; por lo alto, más clara y visible, la media luna
con las puntas abajo”.
Esta fue “la descripción de la Purísima Concepción… que más se
divulgó en la pintura barroca. Con la Virgen en la flor de su edad, de doce a
trece años, hermosísima niña, con bellísimos cabellos tendidos de color de oro,
con túnica blanca y manto azul. A sus pies la Luna, apoyada en la curva
convexa” [2].
Los imagineros y pintores del
Barroco español así representaron a la Inmaculada: Alonso Cano, Pacheco,
Velázquez, Zurbarán, Ribera, Valdés Leal, Murillo, etc., llegando a ser una
representación popular muy querida.
No es de extrañar que el
azul-celeste pasase a la liturgia para la solemnidad de la Inmaculada
Concepción y su Octava, así como sus Misas Votivas de dicho misterio, tal como
la Sgda. Congregación de Ritos, con el Decreto 4083, de fecha 12-febrero-1864
autorizó a España y a algunas Iglesias de Ultramar, como un privilegio especial
(Righetti, Hª de la liturgia, vol. I, p. 562). Sin embargo no se permite
“en las fiestas de Lourdes y de la Medalla
Milagrosa” (Mtnez. de Antoñana, p. 448), aunque la representación
iconográfica de ambas es totalmente inmaculista.
Por tanto, el color litúrgico
azul-celeste está reservado para la solemnidad de la Inmaculada
Concepción de la Virgen María: casulla, dalmática, capa pluvial, antipendio del
altar, velo del cáliz, paño del ambón, colgaduras en las columnas, etc. Y, en España, sería necesario que este uso
no se perdiera, sino que cada parroquia, convento y monasterio, tuviese sus
preciosos ornamentos azules para tan señalada solemnidad del 8 de diciembre.
No es el azul-celeste “el color mariano” o el
“color de la Virgen”, sino el color del Misterio de la Concepción Inmaculada.
Para las demás solemnidades, fiestas y memorias de la Stma. Virgen el color
propio que hay que emplear es el blanco.
Recordemos el uso de los
colores que establece el Misal romano:
“En cuanto al color
de las vestiduras, obsérvese el uso tradicional, es decir:
a) El color blanco se emplea en
los Oficios y en las Misas del Tiempo Pascual y de la Natividad del Señor;
además, en las celebraciones del Señor, que no sean de su Pasión, de la
bienaventurada Virgen María, de los Santos Ángeles, de los Santos que no fueron
Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1º de noviembre), en la fiesta
de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San Juan Evangelista (27
de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de
San Pablo (25 de enero).
b) El color rojo se usa el
domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las
celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y
Evangelistas y en las celebraciones de los Santos Mártires.
c) El color verde se usa en los
Oficios y en las Misas del Tiempo Ordinario.
d) El color morado se usa en los
Tiempos de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse también en los Oficios y Misas
de difuntos.
e) El color negro puede usarse,
donde se acostumbre, en las Misas de difuntos.
f) El color rosado puede usarse,
donde se acostumbre, en los domingos Gaudete
(III de Adviento) y Laetere (IV de
Cuaresma).
g) En los días más solemnes
pueden usarse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no sean del
color del día” (IGMR 346).
Hemos
de ajustarnos a las rúbricas. El azul-celeste se reserva para la solemnidad de la Inmaculada
Concepción, pero no es extensivo su uso a otros momentos. Ocasiones hay en que
algunos piadosos sacerdotes lo utilizan para la solemnidad de la Asunción de la
Virgen María o para cualquier otra memoria mariana a lo largo del año
litúrgico, arguyendo que es el “color de la
Virgen”, que “a la Virgen no le importa”. En
definitiva, un capricho devocional. También hay catedrales donde, o por gusto
del Obispo desconocedor de las rúbricas, o por un canónigo prefecto de
ceremonias ignaro de liturgia, el uso del color azul-celeste se extiende
indebidamente mucho más allá de la Solemnidad de la Inmaculada a cualquier acto
mariano, celebración devotísima, fiesta patronal o la preciosísima solemnidad
de la Asunción de Nuestra Señora.
Sí, hemos de ajustarnos a las rúbricas y no a caprichos personales o gustos
devocionales.
Porque si nos dejamos llevar
de la creatividad emotiva de nuestro capricho, el color rosa, propio
exclusivamente del III domingo de Adviento y del IV de la Cuaresma, podríamos
emplearlo en la memoria de Santa María en sábado, porque a la Virgen la
llamamos “Rosa mística” en las letanías y
porque también hubo muchas representaciones inmaculistas con túnica rosa de la
Virgen y manto azul (Juan de Roelas [3],
Pacheco, [4]
Velázquez [5],
El Greco [6]
o Zurbarán [7])
o porque María Auxiliadora se representa con túnica rosa y manto azul, tal como
se representa en la Basílica de dicho título en Turín, pintada en 1865 por
Tomás Andrés Lorenzone, creando el modelo iconográfico de tal advocación
mariana.
Si nos dejamos llevar de los
gustos devocionales o caprichos, habría tomas de posesión de nuevos párrocos o
incluso de nuevos obispos que merecerían el uso litúrgico del color verde
(aunque no correspondiese) por la esperanza que despiertan tras nefastos ejercicios
ministeriales, despóticos o autoritarios, de los anteriores titulares; o si lo
que se viene encima a la parroquia o la diócesis es desolador, emplear en la
toma de posesión casullas negras que son las propias de las exequias, misas de
difuntos y del 2 de noviembre, expresando el “sentir” de los fieles y/o del
clero paciente.
Si nos dejamos llevar de los
gustos creativos, el color rosa del III de Adviento se podría emplear en el día
de santa Rosa de Lima por alusión a su nombre; o con el mismo criterio
artificioso, ya que es característico de San Agustín de Hipona su hábito negro
con la correa de cuero, habría que celebrar su memoria en la Iglesia, y su
solemnidad en la Orden Agustina y Recoleta (OAS y OAR) con ornamentos negros.
Pero es el Misal y sus
rúbricas los que marcan el uso de los colores, que tiene su sentido y su
adecuación al tiempo litúrgico y al misterio que se celebra.
Así, el color blanco (o dorado, tisú
de oro, etc.) es el que se emplea para las fiestas y solemnidades de Nuestra
Señora, y el azul-celeste se reserva exclusivamente para la solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María.
No vaya a ser que ahora que se
aproxima la Asunción de Nuestra Señora, su novena y su solemnidad, en lugar del
blanco (o dorado) a alguien, porque sí y ante sí, se le ocurra utilizar el
azul-celeste inmaculista.
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PD. 1. No es que me desagrade el
azul-celeste para la Asunción de Santa María a los cielos, es más, me
encantaría poder usarlo. Pero hay que ser fiel en lo poco, y por tanto si las
rúbricas no lo permiten, obedecer. Que otros realicen desmanes en la liturgia
no justifica que algo, realmente inocente como sería emplear la casulla
celeste, se pueda hacer por libre arbitrio y disposición.
PD 2. Sugiero algo que sí es muy
propio de la solemnidad de la Asunción y desde pequeño, en mi tierra, Sevilla,
lo he visto y vivido: los nardos como flor
emblemática para la Virgen de los Reyes el 15 de agosto. Siempre he
procurado en las parroquias que he estado que el 15 de agosto el altar y el
Sagrario estén adornados con nardos en honor de Nuestra Señora.
[1] RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano,
tomo 1, vol. 2, Iconografía de la Biblia. Nuevo Testamento, Barcelona
2008 (3ª), p. 86.
[2] CAMÓN AZNAR, J., Summa Artis. Historia general
del arte, vol. XXV, La pintura española del siglo XVII, Madrid 1978
(2ª), p. 171.
[3] En su “Alegoría de la Virgen Inmaculada”, de 1616
o también la “Inmaculada Concepción” (1625-1630) en el Museo de Bellas Artes de
Sevilla.
[4] “Inmaculada Concepción con Miguel Cid” en la
Catedral de Sevilla o “Inmaculada con la Trinidad”, en la parroquia de S.
Lorenzo de Sevilla.
[5] Su Inmaculada Concepción, hacia 1618, en la
National Gallery, de Londres.
[6] “Inmaculada” de 1585-86, en el Museo de Santa Cruz
(Toledo) o el lienzo de 1608, “La Inmaculada”, también en el mismo Museo
[7] En la Inmaculada de Zurbarán (1632) en el Museo
Nacional de Arte de Cataluña, por ejemplo, “el manto de la Virgen es de un azul
verdoso, y la túnica sedeña, de claro carmín” (CAMÓN AZNAR, p. 258), o la del
Museo Cerralbo: “con la Virgen de túnica roja y manto azul ascendiendo
gloriosa” (CAMÓN AZNAR, p. 304).
Javier Sánchez
Martínez
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