martes, 3 de agosto de 2021

EL COLOR AZUL PARA LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 Tradicionalmente, en el ámbito español, el color azul-celeste es el color inmaculista, el emblema de la Pureza absoluta de Aquella que fue concebida sin mancha de pecado original, en previsión de los méritos redentores de Cristo (CAT 490-491).

El arte así representó a la Santísima Virgen, túnica blanca y manto azul-celeste, con la luna debajo de sus pies dejando establecida por los siglos la iconografía inmaculista.

Fue la visión de santa Beatriz de Silva sobre la Virgen la que influyó decididamente en la plasmación de la Concepción inmaculada de la Virgen: túnica blanca, envuelta en manto azul. Se enriqueció con los elementos de Apocalipsis, cap. 12: la luna a sus pies, las estrellas como corona; “para distinguirla de la Virgen ascendente de la Asunción, se la representa con los ojos dirigidos hacia la tierra, al tiempo que aquélla los tiene elevados al cielo donde Cristo la espera” [1]. El pintor Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, en su obra póstuma Arte de la pintura (1649), establecerá muchos cánones pictóricos que se convertirán en clásicos. Sobre la Inmaculada escribirá:

“Hase de pintar, pues, en este aseadísimo misterio, esta Señora en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mejillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin, cuanto fuere posible al humano pincel…

Hase de pintar con túnica blanca y manto azul… vestida de sol, un sol ovado de ocre y blanco, que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores, sirviendo de punto la sagrada frente…

Una corona imperial adorne su cabeza que no cubra las estrellas; debajo de los pies, la luna que, aunque es un globo sólido, tomo licencia para hecerlo claro, transparente sobre los países; por lo alto, más clara y visible, la media luna con las puntas abajo”.

Esta fue “la descripción de la Purísima Concepción… que más se divulgó en la pintura barroca. Con la Virgen en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima niña, con bellísimos cabellos tendidos de color de oro, con túnica blanca y manto azul. A sus pies la Luna, apoyada en la curva convexa” [2].

Los imagineros y pintores del Barroco español así representaron a la Inmaculada: Alonso Cano, Pacheco, Velázquez, Zurbarán, Ribera, Valdés Leal, Murillo, etc., llegando a ser una representación popular muy querida.

No es de extrañar que el azul-celeste pasase a la liturgia para la solemnidad de la Inmaculada Concepción y su Octava, así como sus Misas Votivas de dicho misterio, tal como la Sgda. Congregación de Ritos, con el Decreto 4083, de fecha 12-febrero-1864 autorizó a España y a algunas Iglesias de Ultramar, como un privilegio especial (Righetti, Hª de la liturgia, vol. I, p. 562). Sin embargo no se permite “en las fiestas de Lourdes y de la Medalla Milagrosa” (Mtnez. de Antoñana, p. 448), aunque la representación iconográfica de ambas es totalmente inmaculista.

Por tanto, el color litúrgico azul-celeste está reservado para la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María: casulla, dalmática, capa pluvial, antipendio del altar, velo del cáliz, paño del ambón, colgaduras en las columnas, etc. Y, en España, sería necesario que este uso no se perdiera, sino que cada parroquia, convento y monasterio, tuviese sus preciosos ornamentos azules para tan señalada solemnidad del 8 de diciembre.

No es el azul-celeste “el color mariano” o el “color de la Virgen”, sino el color del Misterio de la Concepción Inmaculada. Para las demás solemnidades, fiestas y memorias de la Stma. Virgen el color propio que hay que emplear es el blanco.

Recordemos el uso de los colores que establece el Misal romano:

“En cuanto al color de las vestiduras, obsérvese el uso tradicional, es decir:

a) El color blanco se emplea en los Oficios y en las Misas del Tiempo Pascual y de la Natividad del Señor; además, en las celebraciones del Señor, que no sean de su Pasión, de la bienaventurada Virgen María, de los Santos Ángeles, de los Santos que no fueron Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1º de noviembre), en la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de San Pablo (25 de enero).

b) El color rojo se usa el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los Santos Mártires.

c) El color verde se usa en los Oficios y en las Misas del Tiempo Ordinario.

d) El color morado se usa en los Tiempos de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse también en los Oficios y Misas de difuntos.

e) El color negro puede usarse, donde se acostumbre, en las Misas de difuntos.

f) El color rosado puede usarse, donde se acostumbre, en los domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetere (IV de Cuaresma).

g) En los días más solemnes pueden usarse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no sean del color del día(IGMR 346).

Hemos de ajustarnos a las rúbricas. El azul-celeste se reserva para la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pero no es extensivo su uso a otros momentos. Ocasiones hay en que algunos piadosos sacerdotes lo utilizan para la solemnidad de la Asunción de la Virgen María o para cualquier otra memoria mariana a lo largo del año litúrgico, arguyendo que es el “color de la Virgen”, que “a la Virgen no le importa”. En definitiva, un capricho devocional. También hay catedrales donde, o por gusto del Obispo desconocedor de las rúbricas, o por un canónigo prefecto de ceremonias ignaro de liturgia, el uso del color azul-celeste se extiende indebidamente mucho más allá de la Solemnidad de la Inmaculada a cualquier acto mariano, celebración devotísima, fiesta patronal o la preciosísima solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora.

Sí, hemos de ajustarnos a las rúbricas y no a caprichos personales o gustos devocionales.

Porque si nos dejamos llevar de la creatividad emotiva de nuestro capricho, el color rosa, propio exclusivamente del III domingo de Adviento y del IV de la Cuaresma, podríamos emplearlo en la memoria de Santa María en sábado, porque a la Virgen la llamamos “Rosa mística” en las letanías y porque también hubo muchas representaciones inmaculistas con túnica rosa de la Virgen y manto azul (Juan de Roelas [3], Pacheco, [4] Velázquez [5], El Greco [6] o Zurbarán [7]) o porque María Auxiliadora se representa con túnica rosa y manto azul, tal como se representa en la Basílica de dicho título en Turín, pintada en 1865 por Tomás Andrés Lorenzone, creando el modelo iconográfico de tal advocación mariana.

Si nos dejamos llevar de los gustos devocionales o caprichos, habría tomas de posesión de nuevos párrocos o incluso de nuevos obispos que merecerían el uso litúrgico del color verde (aunque no correspondiese) por la esperanza que despiertan tras nefastos ejercicios ministeriales, despóticos o autoritarios, de los anteriores titulares; o si lo que se viene encima a la parroquia o la diócesis es desolador, emplear en la toma de posesión casullas negras que son las propias de las exequias, misas de difuntos y del 2 de noviembre, expresando el “sentir” de los fieles y/o del clero paciente.

Si nos dejamos llevar de los gustos creativos, el color rosa del III de Adviento se podría emplear en el día de santa Rosa de Lima por alusión a su nombre; o con el mismo criterio artificioso, ya que es característico de San Agustín de Hipona su hábito negro con la correa de cuero, habría que celebrar su memoria en la Iglesia, y su solemnidad en la Orden Agustina y Recoleta (OAS y OAR) con ornamentos negros.

Pero es el Misal y sus rúbricas los que marcan el uso de los colores, que tiene su sentido y su adecuación al tiempo litúrgico y al misterio que se celebra.

Así, el color blanco (o dorado, tisú de oro, etc.) es el que se emplea para las fiestas y solemnidades de Nuestra Señora, y el azul-celeste se reserva exclusivamente para la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

No vaya a ser que ahora que se aproxima la Asunción de Nuestra Señora, su novena y su solemnidad, en lugar del blanco (o dorado) a alguien, porque sí y ante sí, se le ocurra utilizar el azul-celeste inmaculista.

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PD. 1. No es que me desagrade el azul-celeste para la Asunción de Santa María a los cielos, es más, me encantaría poder usarlo. Pero hay que ser fiel en lo poco, y por tanto si las rúbricas no lo permiten, obedecer. Que otros realicen desmanes en la liturgia no justifica que algo, realmente inocente como sería emplear la casulla celeste, se pueda hacer por libre arbitrio y disposición.

PD 2. Sugiero algo que sí es muy propio de la solemnidad de la Asunción y desde pequeño, en mi tierra, Sevilla, lo he visto y vivido: los nardos como flor emblemática para la Virgen de los Reyes el 15 de agosto. Siempre he procurado en las parroquias que he estado que el 15 de agosto el altar y el Sagrario estén adornados con nardos en honor de Nuestra Señora.

 

[1] RÉAU, L., Iconografía del arte cristiano, tomo 1, vol. 2, Iconografía de la Biblia. Nuevo Testamento, Barcelona 2008 (3ª), p. 86.

[2] CAMÓN AZNAR, J., Summa Artis. Historia general del arte, vol. XXV, La pintura española del siglo XVII, Madrid 1978 (2ª), p. 171.

[3] En su “Alegoría de la Virgen Inmaculada”, de 1616 o también la “Inmaculada Concepción” (1625-1630) en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

[4] “Inmaculada Concepción con Miguel Cid” en la Catedral de Sevilla o “Inmaculada con la Trinidad”, en la parroquia de S. Lorenzo de Sevilla.

[5] Su Inmaculada Concepción, hacia 1618, en la National Gallery, de Londres.

[6] “Inmaculada” de 1585-86, en el Museo de Santa Cruz (Toledo) o el lienzo de 1608, “La Inmaculada”, también en el mismo Museo

[7] En la Inmaculada de Zurbarán (1632) en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, por ejemplo, “el manto de la Virgen es de un azul verdoso, y la túnica sedeña, de claro carmín” (CAMÓN AZNAR, p. 258), o la del Museo Cerralbo: “con la Virgen de túnica roja y manto azul ascendiendo gloriosa” (CAMÓN AZNAR, p. 304).

Javier Sánchez Martínez

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