Queremos trabajar por Cristo, llenos de confianza y apoyados en Él.
Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic
net
Por fin, nos decidimos: vamos
a hacer algo por Cristo, vamos a comprometernos a fondo por la Iglesia, vamos a
dedicarnos a servir a los demás, vamos a decirles que Dios les ama y que nos lo
ha dado todo en Cristo.
Pero volvemos nuestros ojos hacia dentro. ¿No seré
demasiado ambicioso? ¿Tengo las cualidades necesarias? ¿No me convertiré en un
hipócrita si empiezo a hablar de Cristo y al mismo tiempo cometo tantos
pecados?
Es fácil, al pensar de este modo, cometer dos graves errores. El primero
consiste en creer que sólo podemos hacer algo por Cristo si nos sentimos seguros,
si tenemos las cualidades necesarias, si la situación se presenta favorable, si
somos casi perfectos e inmaculados.
En realidad, el cristiano que se decide a ser santo, a darse a los demás, a
predicar su fe, no se apoya en sí mismo, sino en Dios. Es Dios el que nos ha
sacado del pecado. Es Dios el que nos ha acogido en el bautismo. Es Dios el que
nos habla en el Evangelio, es Dios el Pan de Vida que recibimos en la Misa. Es
Dios, sobre todo, el que sabe que somos débiles, pero no por ello deja de
pedir, de suplicar, que trabajemos para difundir su Amor entre los hombres.
La mirada, por lo tanto, no puede quedarse en uno mismo, como si todo
dependiese de mí. Hay personas que no han estudiado en ninguna universidad y,
sin embargo, son capaces de convertir a cientos de personas. A la vez, hay
otros que, a pesar de sus muchos títulos y de sus muchas cualidades, no
consiguen hacer nada concreto para servir a los demás y para difundir el
Evangelio. Los primeros se apoyan en Dios, y se ponen a trabajar. Los segundos
piensan tal vez de un modo demasiado humano y no se dejan llevar por el
Espíritu Santo: quedan encadenados en sus cálculos
y sus miedos, y así pasan los días, los meses, los años sin que se decidan a
romper las amarras, a empezar a predicar a Cristo.
El segundo error consiste en no descubrir que ya Dios nos ha dado tantos dones
para ponernos a trabajar. "No arrancamos de cero, pues el mismo Jesús nos dijo
que iba a estar a nuestro lado hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Tenemos ya
talentos (unos más, otros menos) para empezar a trabajar, y sólo nos toca
ponerlos en práctica.
Es cierto que los talentos vienen de Dios. Nada de lo que poseemos es mérito
nuestro, sino algo recibido. ¿Qué tienes que no
hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué
gloriarte cual si no lo hubieras recibido? (1Co 4,7). Pero también es
cierto que Dios nos pide que hagamos rendir esos talentos, que los usemos en
plenitud, sin miedos, sin avaricias, sin cálculos mezquinos.
Queremos trabajar, seriamente, por Cristo. Llenos de confianza y apoyados en
Él. Con la paz que nos da el saber lo poco o lo mucho que nos ha dejado. Ante
las angustias de un mundo que necesita esperanzas, ante tantos hermanos
nuestros hambrientos de justicia, de amor, de paz, no tenemos alternativas: hay que ponerse en marcha para que la luz brille desde
las azoteas.
Entonces será posible que avance un poco, en tantos hombres y mujeres que nos
rodean, ese Reino por el que rezamos en el Padrenuestro. Porque Dios mismo lo
quiere, porque Dios mismo camina a nuestro lado. Porque es Él quien nos envía a
trabajar llenos de confianza. Apoyados en Él, y no en nosotros mismos, empezará
a despuntar un mundo nuevo, habrá corazones que sientan la dicha del perdón y
la esperanza, porque recibirán, a través de nosotros y de tantos otros
hermanos, el gran anuncio: ¡Dios nos ama!
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