Hablar de mi Mamá del cielo es difícil para mí. Tengo que reconocer que soy parcial. ¡Amo a la Virgen María con todo mi corazón!
María es la mujer por
excelencia, es la mujer más sublime que salió del amor de Dios Padre. Y siendo
tan sublime como es, se requieren grandes místicos para describirla, y para
cantar sus alabanzas.
Como no soy un gran místico y
está terminando el mes de María, al no poder cantarle grandes alabanzas a mi
Madre, sí puedo decir, en voz baja, una oración de acción de gracias por ser
Ella tan humana como sublime.
Probablemente nuestra Madre
haya hecho muchas cosas sublimes en la Tierra. Los Evangelios recogen algunas
de ellas para darnos indicios de cómo era:
Por ejemplo, en
las bodas de Caná vemos en Ella la intercesión todopoderosa que hizo adelantar
su hora a Nuestro Señor.
O junto a la
cruz en el Calvario, para ver en Ella, con su corazón atravesado por una
espada, a aquella que primero unió sus dolores a la Pasión de Nuestro Señor
para abrirnos las puertas del cielo.
MARÍA EN LA VIDA COTIDIANA
Curiosamente, algunos de esos
episodios tan sublimes son episodios de lo más corrientes: una mujer visita a su prima para asistirla en su parto,
un niño se pierde en medio de una fiesta religiosa, una madre va a una boda con
su hijo…
No parecen los episodios de
una novela épica, sino los menesteres cotidianos de una familia cualquiera en
un tiempo cualquiera.
Detrás
de estos misterios que contemplamos en el rosario, hay una mujer que por haber
sido concebida sin mancha de pecado original, hace sublime lo cotidiano.
Que todo lo que toca lo
convierte en divino. Ella es tan sublime como el cielo, y tan cotidiana como el
pan. El Evangelio y el rosario nos proponen la contemplación de los grandes
misterios de la vida de María:
La anunciación-encarnación, el calvario de su corazón de madre, su Asunción. Son todos misterios que uno
no termina nunca de meditarlos.
¡Pero también
nuestra Madre del cielo vivió una vida completamente humana, con las mismas
dificultades que nosotros pasamos a diario!
¿CÓMO NO PEDIRLE A MARÍA QUE NOS SOCORRA CUANDO LA
VIDA SE PONE DIFÍCIL?
O monótona, o triste, cuando
ella pasó por esas mismas dificultades, arideces o tristezas. Ella nos
comprende totalmente, y como mediadora de todas las gracias e intercesora
todopoderosa, está dispuesta a pedirle a su Hijo por nuestras dificultades.
No importa cuán triviales nos
parezcan, a ella todas le parecen importantes. ¿No
es hermoso tener presente esto?
Antes de empezar estos cinco
momentos en los que podemos recurrir a ella, no puedo dejar pasar la
oportunidad de recomendarte el curso online «Conocer a María para vivir con María».
Es perfecto si lo que buscas
en este momento es sentirte más cerca de Ella, fortalecer su relación y por
supuesto, llegar al corazón de Cristo.
1. EN NUESTROS MOMENTOS DE DUDA
Cuando contemplamos a María en
la anunciación, la vemos casi siempre en el «Fiat»: «Hágase
en mí según tu palabra». Y nos olvidamos que ella también dudó.
La Madre de Dios era una niña
de acuerdo a nuestros parámetros modernos. La enormidad de lo que le estaba
diciendo el Ángel tiene que haber conmovido su espíritu, tanto que
inmediatamente le pregunta: «¿Cómo será eso
posible, si no conozco varón?».
Cuando
dudemos, cuando sintamos que lo que Dios nos pide es demasiado, invoquemos a
María y pidámosle que nos inspire ese «Fiat» (Si) que ella supo dar.
2. EN LOS MOMENTOS QUE TEMEMOS AL DOLOR
Cuando Simeón le profetiza a
María que una espada le atravesaría el corazón, ¿qué
habrá sentido la Virgen? Ninguna madre del mundo querría saber que su
hijo será signo de contradicción.
Y aunque María aceptaba la
voluntad del Padre con sumisión perfecta, ¿no se
habrá entristecido su alma?
Cuando estemos paralizados por
el temor, cuando tengamos pánico de que la cruz que nos espera va a ser
demasiado para nuestros hombros, pidámosle a nuestra Madre que nos dé la
fortaleza que nos falta.
3. CUANDO CREEMOS QUE PERDEMOS A NUESTROS HIJOS
El Niño Jesús perdido y
hallado en el templo. Sus padres terriblemente ansiosos lo buscan entre los
parientes y recorren el camino de vuelta a Jerusalén hasta que finalmente lo
encuentran entre los doctores.
¿Qué
habrá pasado por el alma de la Virgen mientras no lo encontraba? ¿qué habrá
pasado cuando lo encontró en medio de los notables de Israel?, ¿miedo,
ansiedad, culpa por no haberlo cuidado?
Cualquier madre que pierde a
un hijo casi inmediatamente piensa: «qué mala madre
soy, no supe cuidarlo». Tal vez esos pensamientos pasaron por la mente
de la Virgen.
Cuando creamos que nuestros
hijos «toman un mal camino», cuando estemos
angustiados porque no sabemos hacia dónde se dirigen, invoquemos a la Madre y
pidámosle que nos calme y que guíe a nuestros hijos en sus dificultades.
4. CUANDO ESTAMOS A LOS PIES DE LA CRUZ POR LA
ENFERMEDAD DE ALGUIEN A QUIEN QUEREMOS
La profecía de Simeón
finalmente se hizo real. Todo el dolor del mundo se abate sobre el Inmaculado
Corazón de María. Su hijo es «varón de dolores», y
ella es «mujer de dolores».
A la que se le ahorraron los
dolores del parto, debe haber sentido ese dolor como un profundo desgarro del
alma. ¿Qué padre que ve sufrir a su hijo no le
ofrece a Dios cambiar de lugar con él?
Cuando tenemos a un hijo
enfermo, sufriendo, subido a la cruz, ¡invoquémosla!
¡Ella sabe que los padres sufrimos como si fueran propios, porque Ella hizo
propios los sufrimientos de Nuestro Señor!
5. EN LOS MOMENTOS QUE SALIMOS AL ENCUENTRO Y NO
SOMOS COMPRENDIDOS
En Caná de Galilea la vemos
preocupada como auténtica madre, por el éxito de una fiesta de bodas. ¿No es conmovedor su gesto? Ella sola se da cuenta
de que no tienen vino y le pide a Jesús que convierta el agua en vino.
Jesús parece contestarle destempladamente,
incluso la llama «mujer», como poniendo
distancia. Sin embargo, ella inmediatamente le dice a los sirvientes que «hagan lo que Él les diga».
Muchas veces, cuando salimos
al encuentro de los demás, sentimos que rechazan nuestra ayuda, y a veces nos
pagan mal con bien. ¡Es el momento
de invocar a Nuestra Madre y pedirle que nos dé fuerzas para «hacer lo que Él
nos dice».
Invoquemos a María en todas
nuestras dificultades, pidiéndole especialmente por nuestras familias, y por
todos aquellos que se encomiendan a nuestras oraciones.
Escrito por Andrés D' Angelo
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