Mucho se ha hablado sobre la actitud de Pío XII y su silencio frente al nazismo en la época en que Hitler ya había ocupado buena parte de Europa. Antes, la Iglesia sí que había hablado. Pero después de la ocupación de Europa, el Vaticano calló. Pero hace poco ha sucedido algo que puede ofrecer luz acerca de esa actitud.
Cuando,
en el año 2020, tocaba renovar el acuerdo entre Pekín y el Vaticano para el
nombramiento de obispos, la Secretaría de Estado de Estados Unidos había
presionado con insistencia para que el pacto no se renovara. La razón que
aducían eran las muchísimas violaciones de los derechos humanos por parte de
Pekín.
Mike
Pompeo, el secretario de Estado, había asegurado que la prórroga del pacto
pondría en peligro la autoridad moral de la Santa Sede.
Lo que el
señor Pompeo olvidaba decir es que si Pekín metía en la cárcel a varios obispos
católicos o a cientos de creyentes, él se hubiera limitado a hacer una bonita
declaración. Después se hubiera marchado a su lujosa casa a dormir tras una
magnífica cena y mirando en su agenda cuál era el próximo cóctel en una embajada.
La vida de un católico en una prisión china no es exactamente como la del
Secretario de Estado con sus 221 400 $ de sueldo.
¿Hubiera hecho Pompeo algo para salvar a miles de enviados a campos de
reeducación? ¿Sí? Pues que
lo haga ahora que YA hay más de un millón de seres humanos en esos campos. “Lo que vaya a hacer el futuro que lo haga ahora”, le
podían haber dicho.
Y no voy
a entrar a valorar la autoridad moral de Pompeo en el abandono de sus aliados kurdos,
en dejar sola a la Unión Europea frente a la invasión de Marruecos de partes
del pueblo saharaui, y la lista sigue de un modo tan extenso como clamoroso.
Por eso, no dejó de hacerme gracia que este señor, precisamente este, se
pusiera a dar lecciones de autoridad moral.
Al final,
el Vaticano hizo lo que tenía que hacer; dejando los discursos a los
profesionales de la política; y dedicándose Roma a los hechos, al bien de las
personas concretas.
Este
episodio, tan actual, puede ofrecer algo de luz al tema del silencio del
Vaticano cuando Hitler ya hacía lo que quería en sus territorios ocupados sin
ningún temor.
P. FORTEA
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