Hay oraciones “secretas” en la Misa, que acompasan el ritmo espiritual de la Santa Misa para el sacerdote que la celebra, aunque en muchos casos estas “oraciones secretas” son tan secretísimas, que se omiten, no se recitan, no se hacen las pausas necesarias para que el sacerdote pueda rezarlas.
Pero las oraciones secretas
poseen un gran valor: ayudar al sacerdote a vivir
espiritualmente la Misa, a oficiar rezando él el primero, como auténtico orante,
y no como protagonista, o showman realizando un espectáculo para los demás. Las
oraciones secretas ayudan a descubrirse ante Dios, situarse ante la Santa
Trinidad, calmar el ritmo, recoger el
alma: el sacerdote –o el obispo- ha de ser el primero en ser orante, en
ser consciente de la grandeza del Sacrificio eucarístico, en desprenderse de lo
que lo estorbe para subir, ascender, hacia Dios.
Estas oraciones secretas
–llamadas “apologías” originariamente-
requieren algo más que una pura recitación mental; se pronuncian materialmente con los labios, pero en
un tono de voz bajísimo, audible sólo por uno mismo y, como mucho, por el
acólito que esté al lado en ese momento.
Esto ayuda, sin duda alguna, a recitarlas más conscientemente, sabiendo que lo
que se dice, sin distraerse. También hay que evitar el extremo contrario: la costumbre de algunos
de rezarlas en voz alta con el micrófono para que todos las recen, o las
escuchen… en lugar de respetar el
silencio de los fieles y no convertir la Misa en constante palabrerío en voz
alta para todo y en todo momento.
Hagamos el recorrido por estas
oraciones secretas: cuáles son y en qué momento se rezan.
EN TORNO AL
EVANGELIO
Antes de proclamar el
Evangelio, mientras se canta el Aleluya –o una aclamación, si es Cuaresma- el
sacerdote se dispone a leer el Evangelio y hacerlo poniéndose al
servicio del Señor que va a hablar por sus labios, con una dicción clara y
conciencia santa del momento.
“Profundamente inclinado ante el altar” (IGMR 132), el sacerdote reza
en silencio: “profundamente inclinado” no
es mera inclinación de cabeza, sino el cuerpo inclinado ante el altar;
y se reza así, profundamente inclinado, ante el altar, no ante la cruz o ante el sagrario o
en cualquier otra dirección: ¡sino
“profundamente inclinado ante el altar”! ¿Y si no hay lector y el propio
sacerdote tiene que leer epístola y salmo? Terminado el salmo, desde el
mismo ambón se inclina profundamente en dirección al altar, reza la oración
secreta, entona después del Aleluya y lee el Evangelio.
ESTANDO ASÍ,
PROFUNDAMENTE INCLINADO, REZA:
Purifica mi corazón y mis
labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo
Evangelio.
Munda cor meum ac lábia mea,
omnípotens Deus, ut sanctum Evangélium tuum digne váleam nuntiáre.
Anotación de tipo práctico: No hay que correr; algunos la recitan mientras hacen una
inclinación de cabeza y siguen caminando al ambón… Hay que pararse; una vez que el sacerdote se ha parado, se inclina
profundamente ante el altar y entonces, así inclinado, comienza a recitar la oración secreta. Esto habrá
que hacerlo siempre en las demás oraciones secretas que piden ser recitadas
profundamente inclinado.
Después de leer el Evangelio,
el sacerdote besa el Evangeliario con amor, con respeto, con unción, y reza en
secreto:
Después besa el libro, diciendo en secreto:
Las palabras del Evangelio
borren nuestros pecados.
Per evangélica dicta deleántur
nostra delícta (Ordo Missae, 16).
RITOS DE LA
PRESENTACIÓN DE DONES EUCARÍSTICOS
En el ofertorio de la Misa,
hay dos plegarias que se pueden recitar en secreto o
en voz alta, la plegaria que acompaña a la presentación de la patena y luego la
que acompaña la presentación del cáliz “Bendito seas, Señor, Dios del universo”, “diciendo en secreto” (IGMR
141); si no hay canto ni suena el órgano, se permite –luego no es obligatorio
ni mucho menos- decirla en voz alta: “Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el
órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote
decir en voz alta las fórmulas de bendición”
(IGMR 142); “Si no se canta durante la
presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas
palabras” (Ordo Missae, n. 23). “Puede”… No
es obligatorio y por lo general es más rico el silencio en este rito cuando no
hay canto ni suena el órgano.
La siguiente oración secreta
viene en el ofertorio; “ayudado por el ministro que le presenta las vinajeras,
vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo en secreto” (IGMR
142):
El agua unido al vino sea
signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir
nuestra condición humana.
Per huius aquae et vini
mystérium eius efficiámur divinitátis consórtes, qui humanitátis nostrae fíeri
dignátus est párticeps (Ordo Missae, n. 24).
Realizada esa preparación del
pan y del vino, y rezadas las oraciones del rito, el sacerdote vuelve a orar en
secreto. Y de nuevo lo hace “profundamente
inclinado” (IGMR 143) -¡no inclinando la cabeza nada
más!- diciendo y orando en nombre
de todos:
Acepta, Señor, nuestro corazón
contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que
sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.
In spíritu humilitátis et in
ánimo contríto suscipiámur a te, Dómine; et sic fiat sacrifícium nostrum in
conspéctu tuo hódie, ut pláceat tibi, Dómine Deus.
Éste es el tono espiritual del
sacerdote y de los fieles al ofrecer el Sacrificio de Cristo en la Misa: ¡profunda humildad y corazón contrito!, y unir la
propia vida al Sacrificio del altar como hostia santa, viva, agradable a Dios
(cf. Rm 12,1). Nos recuerda, no lo olvidemos, que la Misa es el Sacrificio de
Cristo, y no una fiesta secular, una comida de colegas, un banquete de amigos… ¡Es un sacrificio! Todos
los sacrificios del Antiguo Testamento y las profecías apuntaban al verdadero y
único Sacrificio, el de Cristo en la cruz, y éste se actualiza y se hace
presente en la Santa Misa. Por eso el sacerdote ora profundamente inclinado
para ofrecer con humildad este Sacrificio eucarístico.
Tras esto, y la incensación si
la hay, el sacerdote se desplaza “a un lado del
altar” (IGMR 145), no en el centro, sino en la
esquina del altar, y asistido por los ministros, se
lava las manos siempre en
la Misa (este rito no es opcional, facultativo o al gusto de cada cual).
Mientas se lava las manos y se las seca, reza la siguiente oración secreta:
Lava del todo mi
delito, Señor, limpia mi pecado.
Lava me, Dómine, ab iniquitáte
mea, et a peccáto meo munda me.
No es un lavatorio higiénico,
de unas manos que tal vez se hubiesen podido manchar, sino que la misma oración
secreta, que es un versículo de salmo 50, el Miserere, da la interpretación: es purificación interior, limpieza de alma,
para ofrecer el Sacrificio de altar: “rito con el
cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR 76).
DURANTE EL RITO DE
COMUNIÓN
Las restantes oraciones
secretas están vinculadas al rito de comunión.
Cuando se ha partido el Pan
consagrado en varios fragmentos –para que al menos algunos fieles puedan
comulgar de la Hostia (cf. IGMR 321)-, se toma una parte pequeña y se echa en
el Cáliz, uniendo así el Cuerpo y la Sangre de Cristo: el
Sacrificio que requería una Víctima inmolada, se completa en la santa
Resurrección, en la unión del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la glorificación
de su Carne. “El sacerdote parte el pan e
introduce una parte de la Hostia en el cáliz para significar la unidad del
Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra de la redención, a saber, del Cuerpo
de Cristo Jesús viviente y glorioso” (IGMR 83). Mientras tanto, el
coro –y los fieles- están cantando el “Cordero de
Dios”.
Este rito se llama inmixtión o
conmixtio; al echar en el cáliz esa partícula del Cuerpo de Cristo, reza el
sacerdote:
El Cuerpo y la
Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros
alimento de vida eterna.
Haec commíxtio Córporis et
Sánguinis Dómini nostri Iesu Christi fiat accipiéntibus nobis in vitam
aetérnam.
Inmediatamente después, el
sacerdote se prepara para comulgar, y los fieles en silencio también rezan,
disciernen su conciencia, se disponen a recibir la sagrada comunión. El
sacerdote recita una oración secreta, “dice en secreto y con las manos juntas” (IGMR
156), sin inclinarse
en este caso sino más bien mirando a Cristo presente delante de Él en el Sacramento
–escogiendo una de las dos oraciones que ofrece el Misal- y luego “hace genuflexión” (IGMR 157) ante el Santísimo.
ESTAS SON LAS DOS
ORACIONES A ESCOGER QUE PROPONE EL ORDO MISSAE:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu
muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre,
de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y
jamás permitas que me separe de ti.
Dómine Iesu Christe, Fili Dei
vivi, qui ex voluntáte Patris, cooperánte Spíritu Sancto, per mortem tuam
mundum vivificásti: líbera me per hoc sacrosánctum Corpus et Sánguinem tuum ab
ómnibus iniquitátibus meis et univérsis malis: et fac me tuis semper inhaerére
mandátis, et a te numquam separári permíttas.
O BIEN:
Señor Jesucristo, la comunión
de tu Cuerpo y de tu Sangre, no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como
remedio saludable.
Percéptio Córporis et
Sánguinis tui, Dómine Iesu Christe, non mihi provéniat in iudícium et
condemnatiónem: sed pro tua pietáte prosit mihi ad tutaméntum mentis et
córporis, et ad medélam percipiéndam.
¡Delicadeza de
sentimientos espirituales para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, finura
de alma! ¡Lejos queden la frialdad, la mediocridad, las comuniones rutinarias
en el alma de un sacerdote, o en cualquier alma cristiana! Y de nuevo, al orar así, debe activar nuestra fe en la Presencia verdadera, real y
sustancial de Cristo en el Sacramento del altar. ¡Es Él, el Señor mismo!, ni un símbolo, ni una comida
cualquiera, ni un signo de fraternidad y justicia.
Cuando va a comulgar, el
sacerdote lo hará con profundo espíritu de fe y de adoración, con reverencia y cuidado, y dirá en secreto (no en voz alta para que todos lo oigan ni respondan):
El Cuerpo de Cristo
me guarde para la vida eterna.
Corpus
Christi custódiat me in vitam aetérnam.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
La Sangre de Cristo
me guarde para la vida eterna.
Sanguis
Christi custódiat me in vitam aetérnam.
Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo (Ordo Missae, 154).
Y cuando ha comulgado él,
entonces distribuye la comunión al diácono (si lo hay), a los acólitos y a los
fieles.
Terminada la distribución de
la sagrada comunión, la siguiente oración secreta la realiza el sacerdote cuando
purifica el cáliz, echando agua, sumiéndola y secando el cáliz con el
purificador (cf. IGMR 163). Mientras tanto, reza:
Haz, Señor, que recibamos con
un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces
en esta vida nos aproveche para la eterna.
Quod ore súmpsimus, Dómine,
pura mente capiámus, et de múnere temporáli fiat nobis remédium sempitérnum
(Ordo Missae, n. 158).
Con esta última oración
secreta, el sacerdote pide con fe el fruto de la sagrada comunión en las almas
de todos aquellos que han comulgado. Un buen sacerdote es aquel que reza mucho
por sus fieles, un buen pastor es el que ora mucho por su pueblo, intercediendo
ante Dios.
*****************
Estas son las oraciones
secretas de la Misa romana. Vale la pena conocerlas, saber cuándo se realizan,
cómo –algunas piden estar profundamente inclinados-, cuál es su texto o qué
rito acompañan. Son una buena ayuda espiritual para el sacerdote que celebra la
santa Eucaristía.
Pero no son los únicos
momentos en que un sacerdote debe rezar en silencio durante la Misa; los
veremos en otra ocasión.
Javier Sánchez
Martínez
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