Las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión.
Por: P Antono Rivero LC | Fuente: Catholic.net
Para explicar las cinco cosas necesarias para
hacer una buena y fructífera confesión, lo haremos desde la parábola del hijo
pródigo, narrada por San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio.
Cinco pasos son necesarios:
1. Exámen de conciencia. (El
hijo pródigo examina su conciencia).
2. Dolor de los pecados y la contricción del corazón. (Se
arrepiente).
3. Confesar todos los pecados. (Hace propósito de volver al
padre).
4. Propósito de enmienda. (Vuelve y pide perdón).
5. Cumplir la penitencia. (Paga con buenas obras sus
pecados)
Es decir, reflexiona, se
arrepiente, se corrige, se acusa y expía.
1.
EXAMEN DE CONCIENCIA
La confesión no tendrá efecto y fruto si entramos en la
Iglesia y rápido nos confesamos, sin haber hecho primero un buen examen de
conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si es por escrito mejor, para que así,
no nos olvidemos ni un pecado.
¿Cómo hacer este examen de
conciencia?
El examen de conciencia consiste en recordar los
pecados que hemos cometido y las causas o razones por las cuales estamos
cometiendo esas faltas.
Deberíamos, como buenos cristianos, hacer examen
de conciencia todos los días en la noche, antes de acostarnos.
Así iríamos formando bien nuestra conciencia,
haciéndola más sensible y recta, más pura y delicada. Los grandes Santos nos
han recomendado este medio del examen de conciencia diario
¿Cómo se hace?
1. Pedimos al Espíritu
Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros que más le
están disgustando a Dios.
2. Vamos repasando:
a) Los diez mandamientos.
b) Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
c) Los siete pecados capitales.
d) Las obras de misericordia.
e) Las bienaventuranzas.
f) El mandamiento de la caridad.
g) Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer
apostolado, no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no
dar un buen consejo.
También
es bueno confesarse de la siguiente manera:
a) Deberes para con Dios:
mi relación con la voluntad de Dios.
b) Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
c) Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.
d) Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco:
fidelidad a los compromisos, apostolado.
2.
DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN
No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una
buena confesión: es necesario un segundo paso:
dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a Dios, mi
Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón
Contrición de corazón o arrepentimiento es
sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios con nuestros pecados.
No es tanto “me
siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…” ¡No! Este
dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy
apenado porque ofendí a Dios, que es mi Padre, le puse triste”.
El Salmo 50 dice: “Un
corazón arrepentido, Dios nunca lo desprecia”.
Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y
arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy un
gran pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento
que le perdonó (cfr Lucas 18).
¿Cuántas
clases de arrepentimiento hay?
Hay tres:
1.
La contrición perfecta:
es una tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él
quien es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno de ser amado, teniendo
al mismo tiempo el propósito de confesarse y de evitar el pecado. Es el ejemplo
del rey David, o de Pedro.
2. Contrición
imperfecta o atrición: es una tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero
sólo por la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor de los castigos que Dios
puede enviarnos por haberlo ofendido. Para
que esta atrición obtenga el perdón de los pecados necesita ir acompañada de
propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en la confesión.
3. El arrepentimiento o remordimiento: (morder doblemente) es una rabia o disgusto por
haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que
nos muerde. No nos da tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos
algo que no nos gusta haber hecho. Ejemplo de Judas. El remordimiento no borra
el pecado.
¿Cuándo debemos
tener este dolor de contrición y arrepentimiento de los pecados?
Sobre todo cuando nos vamos a confesar, pues si no estamos
arrepentidos, no quedamos perdonados. Pero es bueno también arrepentirnos de
nuestras faltas cada noche antes de acostarnos. A Dios le gusta un corazón
arrepentido.
¿Qué cualidades debe tener
nuestro arrepentimiento?
Tres son las cualidades:
1. Arrepentirse de todo los pecados sin excluir
ninguno (a no ser por olvido).
2. Que el arrepentimiento no sea sólo exterior
sino que se sienta en el alma.
3. Que sea sobrenatural, o sea no sólo por los
males materiales que nos trae el pecado, sino porque con él causamos un
disgusto a Dios y nos vienen males para el alma y para la eternidad.
¿Qué ayuda para conseguir
el dolor de contrición o arrepentimiento perfecto?
1.
Recordar el Calvario y todo lo que Jesús sufrió por nosotros en su Pasión.
2. Recordar el Cielo y pensar en las alegrías y
felicidades que allá nos esperan.
3. ¡Todo esto lo
perderé, si peco! Ir con la imaginación a los castigos eternos y pensar
que allá podemos ir también nosotros si no abandonamos nuestros pecados y malas
costumbres.
¡A cuantos les ha salvado esto, y les ha alejado de
sus pecados!
Una poesía resume este
arrepentimiento sincero:
“No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes
prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por ello de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afectas y tu muerte. Muéveme, al
fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara y
aunque no hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera” Santa Teresa.
3.
CONFESAR TODOS LOS PECADOS
El sacramento de la penitencia o confesión está en crisis en
algunas partes porque, como dijo el Papa Juan Pablo II, “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer
los propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’;
parece rechazar instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que
es penitencia, en el sentido del sacrificio aceptado y practicado para la
corrección del pecado” (Reconciliación y Penitencia n. 26).
Pío XII manifestó en un radiomensaje del
Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos, en Boston (26 de octubre
de 1946): “El pecado del siglo es la pérdida del
sentido del pecado”.
El tercer paso para hacer una buena confesión es
confesar todos los pecados mortales y graves al confesor.
¿Qué es la confesión de
boca?
Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados
cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar tus pecados”
(Eclesiástico 4,26)
Para que Dios perdone, por medio del confesor,
es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el mismo Cristo al instituir el
sacramento del la Penitencia. “A quienes se los
perdonéis, quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán
retenidos” (Jn. 20, 23).
Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y
los colaboradores, los sacerdotes, para poder absolver, necesitan conocer lo
que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del penitente.
¿Cuáles son las cualidades
para una buena confesión de boca?
1. Sincera: no
debo ocultar lo que en conciencia es grave.
2. Verdadera: sin ocultar o disimular lo que
debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de justificarme.
3. Completa: todos los pecados graves, según su
especie, número y circunstancias que cambian la especie.
4. Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin
rodeos.
Omitir voluntariamente la confesión de pecados
graves o circunstancias que cambian la especie o callar voluntariamente algún
pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega.
Gravedad del pecado
El pecado varía en su gravedad según quién lo
comete, con quién se comete y dónde se comete.
-Una cosa es robar a un rico y otra a un pobre.
-Una cosa es robar por hambre y otra para vender.
-Una cosa es robar en el supermercado y otra en una iglesia.
-Una cosa es insultar a un compañero de clase y otra, a mamá o a un sacerdote o
al Papa.
-Una cosa es cometer un acto impuro con un soltero/a y otra con un casado/a.
-Una cosa es mentir en casa y otra en la confesión.
¿Qué pecados estamos
obligados a confesar?
Solamente los pecados mortales, pero es bueno y
provechoso confesar también los veniales, así iremos fomentando mejor nuestra
conciencia; así también el sacerdote nos podrá guiar con toda seguridad y
sabiduría hacia la santidad.
¿Qué hacer cuando sólo
tenemos pecados veniales para confesar?
Conviene recordar también algún pecado mortal ya
confesado. Así el recuerdo de un pecado grave hace más fuerte el
arrepentimiento y más serio el propósito. Esto si lo considera oportuno el
confesor, porque hay almas con escrúpulos a quienes no conviene que revuelvan
el pasado ya confesado.
¿Qué sucede cuando uno
olvida algún pecado grave en la confesión, sin querer?
Obtiene el perdón de los pecados y puede
comulgar, pero en la próxima confesión debe confesarse de ese pecado que olvidó
sin querer.
Una norma muy útil: cuando uno termina de decirle al sacerdote los pecados
conviene añadir: “Pido perdón también de todos los
pecados que se me hayan olvidado”. Así queda el alma mucho más
tranquila.
¿Cómo es el rito de la
confesión?
1. En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu santo.
2. Se lee una frase del evangelio.
3. Padre hace X días que me confesé, aclaro si cumplí la penitencia o no.
4. Mis pecados son éstos… y me acuso de todos aquellos que en este momento no
recuerdo, y de los pecados de omisión.
5. Después escucho los consejos.
6. Rezo el pésame u acto de contrición lentamente y con dolor.
7. Recibo la absolución del sacerdote.
8. Le agradezco… y voy a cumplir rápido la penitencia.
4. PROPÓSITO DE ENMIENDA
Antes de explicar el cuarto paso, quisiera resumir, de la Institución
Pastoral del Episcopado español del 15 de abril de 1989, los síntomas y raíces
de la disminución de la práctica de la confesión en algunas partes:
1. Por el ateísmo e indiferencia religiosa de
nuestros tiempos.
2. La pérdida del sentido del pecado.
3. Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer
que el pecado es algo superado, es un vago sentimiento de culpabilidad, es como
una fuerza oscura del inconsciente, es como expresión y reflejo de las
condicionantes ambientales, se les identifican con el pecado social y
estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social,
estructural.
4. Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento en algunos
hombres. Esto debido a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.
5. Otra causa que ven los obispos españoles es ésta: indecisión de predicadores
y confesores en materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se
desconciertan al oír diversas opiniones de confesores sobre el mismo tema
moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y al final
optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.
Expliquemos ahora sí el
propósito de enmienda, que brota espontáneamente del dolor.
¿Qué es el propósito de
enmienda?
Es una firme resolución de nunca más ofender a
Dios. Y hay que hacerlo ya antes de confesarse. Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que
se propone el pecador al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Si no
hay verdadero propósito, la confesión es inválida.
No significa que el pecador ya no volverá a
pecar, pero sí quiere decir que está resuelto a hacer lo que le sea posible
para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza
absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a
caer, con la gracia de Dios. Basta estar ciertos de que ahora no quiere volver
a caer. Lo mismo que al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que
no quieres tropezar.
Estos propósitos no deben ser solamente
negativos: no hacer esto, no decir aquello… También hay que hacer propósitos
positivos: rezaré con más atención, seré más amable con todos, hablaré bien de
los demás, haré un pequeño sacrificio en la mesa o en el fútbol, callaré cuando
esté con ira, seré agradecido, veré solo buenos programas en la televisión,
hablaré con aquella persona que tanto me cuesta, etc.
¿Y si volvemos a caer?
Pues, nos levantamos con humildad. La conversión
y renovación es progresiva, lenta. Por eso es necesaria la confesión frecuente,
no sólo cuando hemos caído, sino para no caer. Allí Dios nos robustece la
voluntad, no sólo para no caer, sino también para lograr las virtudes.
¿Por qué algunos se
confiesan siempre de las mismas faltas?
Es muy sencillo: porque
no evitan las ocasiones de pecado. Por eso, el propósito de enmienda
implica dos cosas: evitar el pecado y las ocasiones
que llevan a él.
Debemos pedir siempre lo que San Ignacio de Loyola pide en los Ejercicios
Espirituales cuando habla de las meditaciones sobre el pecado: “Dame vergüenza y confusión, dolor y lágrimas,
aborrecimiento del pecado y del desorden que lleva al pecado”.
Debemos apartarnos seriamente de las ocasiones
de pecar, porque “quien ama el peligro perecerá en
él” (Eclesiástico 3, 27). Si te metes en malas ocasiones, serás malo.
Hay batallas que el modo de ganarlas es evitándolas. Combatir siempre que sea
necesario es de valientes; pero combatir sin necesidad es de estúpidos
fanfarrones.
Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres
cortarte, no juegues con una navaja bien afilada. Sobre todo esto vale para la
concupiscencia de la carne o impureza. La impureza es una fiera insaciable.
Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le des, más te
pedirá y con más fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de
hambre. Si la tienes castigada, te será más fácil dominarla.
Por tanto, si el propósito no se extendiese
también a poner todos los medios necesarios para evitar las ocasiones próximas
de pecar, la confesión no sería eficaz; mostraría una voluntad apegada al
pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.
Quién, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede
recibir la absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida.
Ocasión de pecado es
toda persona, cosa, circunstancia, lugar, que nos da oportunidad de pecar, que
nos facilita el pecado, que nos atrae hacía él y constituye un peligro de
pecar.
Jesucristo tiene palabras muy duras sobre la
obligación de huir de las ocasiones de pecar: “Si
tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo… si tu mano es ocasión de pecado,
córtala… más te vale entrar en el Reino de los cielos, manco o tuerto, que ser
arrojado con las dos manos, los dos ojos, en el fuego del infierno” (Mt
18, 8ss).
Una persona que tiene una pierna gangrenada, se la corta para salvar su vida
humana, y tú ¿no eres capaz de cortar esa cosa…
para salvar tu alma?
Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Es mucho más fácil no
plantar una bellota que arrancar una encina.
Para apartarse con energía de las ocasiones de
pecar, es necesario rezar y orar: pedirlo mucho al Señor y a la Virgen, y
fortificar nuestra alma comulgando a menudo.
5-
CUMPLIR LA PENITENCIA
Expliquemos el último paso para hacer una buena confesión: cumplir la penitencia.
Pero antes recuerda esto:
1. La confesión es el medio
ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos después del
bautismo en el día a día. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma
conciencia y, sobre todo, da mucha paz al alma.
2. Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir hazañas, sino
pecados y miserias. Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen
dificultades en decir los pecados al sacerdote confesor los propagan entre sus
amigos con risotadas y chascarrillos, y con frecuencia exagerando
fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas,
pero ante el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus
amigos, secreto, lo tiene el confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a
nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental; ha habido sacerdotes que han
dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.
3. Para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan
bien. El que calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una
mala confesión, no se le perdona ningún pecado, y, además, añade otro pecado
terrible que se llama sacrilegio.
4. Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas
el primero. Este acto de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
5. El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo
necesites, que con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y much
comprensión. Además de perdonarte los pecados, el confesor puede consolarte,
orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que tengas. Pídele los
consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.
¿QUÉ
ES CUMPLIR LA PENITENCIA?
Es rezar o hace lo que el confesor me diga. Esta penitencia,
ya sea una oración, una obra de caridad, un sacrificio, un servicio, la
aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el daño que
hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión
cristiana.
El pecado, sobre todo si es grave, es ofensa
grave a Dios. Mereceríamos las penas eternas del infierno. Esta penitencia que
me da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las penas
merecidas.
La confesión perdona las penas eternas, pero no
perdona la pena temporal. Esta penitencia que hago va satisfaciendo, en parte,
o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.
Dado que siempre será pequeña esta penitencia
que me da el sacerdote, es aconsejable que luego cada quien elija otras
penitencias que están a su alcance: el deber de estado bien cumplido y con
amor; la paciencia en las adversidades, sin quejarse; refrenar y encauzar los
sentidos corporales y espirituales, la imaginación, los deseos o apetencias caprichosas;
poner un orden y horario en la jornada, desde el momento en que está prevista
la hora de levantarse; la caridad ejercida por las obras de misericordia
corporales o espirituales; el control de los pasatiempos y diversiones inútiles
y nocivas; la perseverancia en las cosas pequeñas, con alegría (Consultar el
Catecismo 1468-1473).
Todos los viernes del año, que el Derecho
Canónico llama penitenciales (Cánones 1250-1253) son ocasión para hacer
penitencia, como así también especialmente la Cuaresma, por el ayuno, la
abstinencia de carne o la práctica de obras de misericordia, o a privación de
algo que nos cueste (cigarrillos, dulces, bebidas alcohólicas u otros gustos).
Esta satisfacción que hacemos no es ciertamente
el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido, porque
ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la
preciosísima Sangre de Cristo. Pero quiere significar nuestro compromiso
personal de conversión y de amor a Cristo.
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