Testimonio sobre un momento muy especial en la vida de Chiara Lubich.
Por: Chiara Lubich | Fuente: Enviado por Selma
Rodriguez
Éramos muy jóvenes, y cuando teníamos un momento
libre, mis compañeras se escapaban de su casa para venir a la mía, para oír
hablar de este gran Ideal.
Queríamos conquistar todo el mundo para Jesús. Queríamos amar a todos,
queríamos hacer como los santos.
En ese tiempo había iniciado la guerra, es una cosa terrible. Primero suena la
sirena de la alarma y todos tienen que escapar a los refugios que están debajo
de la tierra, así, si cae una bomba, no hace daño.
El 13 mayo de 1944, hacia la tardecita, la sirena sonaba muy fuerte anunciando
un terrible bombardeo. Se había desatado la guerra. Con mis hermanas, papá y
mamá recogimos algunas frazadas y nos escapamos a un bosque llamado “Gota de Oro”. Era un bosque lindo y tenía también
un lindo nombre, porque me parecía que las inspiraciones que Dios me daba eran
gotas de oro.
Nos recostamos, de ahí se veían toda la ciudad pero ya empezaba a oscurecer.
Era una noche muy estrellada, llena de estrellas y estrellas… Yo las estaba
mirando cuando oí los primeros bombardeos. Ruidos que no se imaginan.
Desde aquel bosque se estaba un poquito más alto, se veía abajo la ciudad…
veíamos pasar los aviones arriba nuestro y luego “boom”
las bombas. Veíamos la calle de nuestra casa, veíamos las primeras casas
destruidas, los escombros saltar al aire…
todo en llamas… Pero como estábamos lejos no sabíamos si nuestra casa había
sido también destruida. Pero era evidente
que todo el barrio había sido bombardeado. “Si mi
casa fue destruida – pensaba- no se puede volver más”. Y a parte podía haber bombas sin explotar, que tal vez
tocándolas con el pie, explotan. ¿Qué podíamos
hacer?
Me acordé que había jurado quedarme en Trento. Me dije: “¿Qué hago ahora? Mis padres tienen que escaparse, irse a
refugiar en la montaña. “Yo era la más grande de las chicas, papá no tenía trabajo,
porque aquellos eran tiempos difíciles. En casa era la única que ganaba algo
como para mantener a la familia. No podía entonces dejarlos. Sería una
crueldad, porque mis padres y mis hermanitas se quedaban sin comer, sin nada.
Pero yo había jurado que no iba a ir de la ciudad, aunque fuera destruida, porque tenía a mis compañeras y empezaba el Movimiento.
Pero mis padres no sabían nada.
Entonces empecé a llorar. Y miraba el cielo, porque pensaba que no podía
traicionar a Dios. Pero al mismo tiempo decía: ¿Cómo
puedo abandonar a mi mamá? ¿Cómo abandonar a mis hermanos, a papá… cómo
dejarlos así en la calle solos: cómo hago? Yo no puedo, no puedo, …” Y
me puse a llorar, lloré toda la noche, porque estaba debatiéndome entre los dos
amores: el amor a Dios y el amor a mi familia, era
una tragedia.
Me acuerdo que durante la noche mirando las estrellas, y pidiéndole ayuda a
Dios vi como la Osa Mayor hizo el recorrido del cielo; para decirles como pasé
toda la noche con los ojos abiertos, pidiendo la ayuda del cielo, para saber cómo podía decirles a mis padres lo del juramento que había
hecho.
Yo sentía todo el amor por mi papá y mi mamá ¿Cómo
podía dejarlos? Pero sentía una frase dentro mío: “Todo lo vence el amor” Y dije: “¡Todo!… lo vence el amor de Dios… ¡También esto! Tengo
que dejar a mi mamá, que ya es anciana; a mi papá con el hambre… a mis
hermanas…” Yo, la única que trabajaba… Y dentro mío sentía: “Todo lo vence el amor”. “Todo lo vence el amor”. Y
lloraba.
Mamá me decía: “Quédate tranquila Chiara, vas a
ver, mañana entraremos en nuestra casa, y si no está, nos vamos a la montaña,
encontraremos un refugio, alguien nos hospedará… ¿Pero porque lloras? Y yo no
podía decir nada.
Dentro mío seguía esa frase: “Todo lo vence el amor”. Entonces me dije: “Tengo
que vencer también esto. Dios me llama a este acto heroico y debo hacerlo”.
A la mañana, a eso de las cuatro, amanecía. Entonces papá dijo: “Vamos a ver si nuestra casa está todavía o fue destruida. De todos modos si fue destruida, tomamos nuestras cosas y las ponemos en las mochilas de
montañas; cada uno carga una en la espalda y vamos a buscar refugio en lo de
alguna buena gente que quiera recibirnos”.
Y yo mientras tanto me decía: “Tengo que dejarlos… Yo tengo que dejarlos!”
Llegamos a la casa y ¡vimos un desastre! ¡Todo destruído!
Pero la casa estaba todavía en pie, tenía las paredes enteras, porque
por casualidad, las bombas habían explotado al mismo tiempo y por un
contragolpe del aire, las paredes no se cayeron.
Yo me di cuenta de que las paredes estaban, pero que dentro había caído la
escalera. Había un solo escalón y después un montón de piedras, luego otro
escalón y otro montón de piedras… Comprendí la situación y dije: “¡Tal vez adentro hay bombas sin explotar, si las tocamos
vuela todo por el aire!”
Pero Dios me había llamado y yo lo tenía solo a Él. Por eso si moría era lo
mismo para mí. Yo tenía mi ideal, mi Amor. En cambio mis familiares todavía no
habían comprendido estas cosas.
Entonces dije: “Esperen, quédense afuera, lejos de la
casa, que yo subo a ver si quedó alguna cosa”. Así entré, entre los escombros. Había un escalón… después
subí por la baranda que estaba medio rota… otro escalón y subí un poco más…
Finalmente llegué a lo que era mi pieza: todas las camas desechas. En una
habitación sólo había quedado un cuadro del Sagrado Corazón, al cual estaba
consagrada mi familia. También en la cocina habían quedado algunas cosas.
No habían bombas sin explotar. Entonces llamé a mi papá y a mi mamá. Ellos
vinieron, les ayudé a subir y mientras tanto pensaba: “ahora
es el momento de hablar con ellos”. Mamá me decía: “Pon esta frazada en la mochila, pon estos alimentos..
pon esta olla… “y llene todas las
mochilas para poder cargarlas sobre la espaldas e irnos. Y dentro mío pensaba: “Ahora… tengo que decírselo. Ahora tengo que decírselo”.
Vi que mi papá estaba solo en la cocina. Me puse de rodillas delante de él y le
dije: “Papá tengo que decirte una cosa, juré no
irme de Trento, aún si todo estuviera destruido. Por lo tanto, debo
quedarme. Elegí a Dios… dame tu bendición. Comencé un Movimiento… Papá ayúdame”.
Papá, que me quería mucho, porque era la hija más grande, y a la que él quería
tanto, inspirado – se ve - por Dios, me dijo: “Sí,
hija, te bendigo”.
Miren que hizo un acto heroico mi papá,
levantó la mano y me dio la bendición. Estaba muy feliz, llena de alegría.
Corrí al mi cuarto, donde estaba mi mamá con todas las camas dadas vuelta,
donde estaba todavía el cuadro del Sagrado Corazón y le dije lo mismo: “Mamá, papá me dejó, no puedo irme; tengo que quedarme”.
Y ella: “Pero hija, te vas a morir. No entiendes que los bombardeos
continuarán… te vas a morir. Y además, ¿vas a dejar a tu familia así? Eres la única que gana dinero, que puede traer algo a casa… Pero
te vas a morir. Y entonces, ¿nosotros qué haremos? Eres cruel”. Y lloraba… y yo lloraba más que ella. Y no sabía cómo hacer. Entonces le dije: “Anda, habla con papá.”
Entonces, se pusieron a hablar con papá y se ve que la convenció… Yo no lo sé…
Después me dijo: “Está bien, te quedas”. Ellos
se pusieron las mochilas en la espalda y yo me recuerdo la tragedia de mi
corazón cuando agarré mi mochila y se la puse en la espalda de mi madre… Era un
poco anciana y hacérsela llevar a pie, por quien sabe cuántos kilómetros… sentía que
me moría. Pero Dios me había llamado. De un lado había un camino que iba hacia
la montaña, del otro se iba hacia la ciudad bombardeada. Era de mañana, las
seis, y yo estaba sola. Mi familia se había ido llorando. Yo también me había
quedado llorando… Después supe, que algunas horas más tarde sintieron en el
corazón una alegría tan grande, tan grande, que sólo Dios podía habérselas
dado, por haberme dejado en Trento, y encontraron enseguida personas que los
alojaron.
Yo fui hacia la ciudad. Pero no sabía adónde ir, porque la ciudad estaba toda
bombardeada. No sabía si vivían mis compañeras… quizás habían muerto… o estaban
vivas bajo los escombros.
Me encaminé por una calle que antes estaba toda
arbolada, ahora los árboles estaba todos por el piso. Allí me vino al encuentro
una señora desarreglada, con el pelo con rulos, rubios. Estaba enloquecida del
dolor. Me tomó por los hombros y me gritaba: “¡Cuatro
se me murieron! ¡Cuatro se me murieron!”… En aquel momento me dije a mí
misma: “¿Cuatro se le murieron? Entonces su
dolor es más grande que el mío. Entonces debo olvidar mi dolor y tomar los
dolores de los otros, de toda la humanidad e ir a ayudar a todos. Desde ese
momento no lloré más.
Era temprano. Fui a ver al sacerdote, que me dio las direcciones de donde
vivían mis amigas y me dijo: “Anda a buscar a tus amigas”. Había mucho polvo todavía. No se pueden imaginar lo que es la
guerra. Es una cosa terrible. Fui sola por las calles más bombardeadas. No
había quedado casi ninguna casa. Con las direcciones de mis amigas fui y vi que
estaban todas vivas. Así nos fuimos a vivir juntas en una casita. Desde allí
nuestro Ideal comenzó a difundirse
rápidamente.
Chiara Lubich
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