La unidad es una petición habitual en la plegaria
eucarística, un deseo que se ruega a Dios, autor de la pax Ecclesiae, de la
unidad de la Iglesia.
Aguardamos la unidad consumada y plena cuando venga
el Señor en gloria y majestad, al final de los tiempos; pero ahora, en este
tiempo, para esta Iglesia peregrina, rogamos la unidad, para que los muchos que
comulgan un solo Pan formen un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo.
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“¡Qué hermoso ver a los hermanos unidos!” (Sal 132) reza un salmo, y el deseo de Cristo es “que todos sean uno”
(Jn 17,21). La unidad y la concordia son las notas de los miembros del
Cuerpo de Cristo para que éste no sea lacerado en sus miembros, dividido en
partes.
El fruto de la Eucaristía es la unidad entre todos
los miembros de la Iglesia; la Eucaristía crea la unidad de la Iglesia vinculándonos a la caridad de
Cristo, que se difunde y extiende por todos aquellos que son de Cristo.
Es una unidad muy real, mística, sobrenatural, nunca
basada en planes humanos o logros y esfuerzos pastorales: la unidad de la Iglesia es el don, el fruto, el contenido, de la
Eucaristía. Para ello, en una segunda epíclesis, se
ruega que el Espíritu Santo, por medio de la Eucaristía, refuerce la unidad, comunión
y concordia en la Iglesia:
“Te pedimos que
el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y
Sangre de Cristo” (PE II).
Él, el Espíritu
Santo, aglutina a todos los miembros de la Iglesia para que sean miembros vivos
del Cuerpo santo de Cristo.
Por
eso, la gran y solemne plegaria eucarística ruega a Dios el fruto de la unidad:
“para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de
tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu” (PE III).
La
Eucaristía y la recepción sacramental de la comunión, no nos unen únicamente a
Cristo, de una manera individual, sino a todo su Cuerpo, que es
la Iglesia. Nos une a Él, que es la Cabeza, y crea unidad con todos los
miembros de su Cuerpo. El
mismo Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “Puesto
que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la
recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico
de Cristo” (CAT 1416).
Somos uno solo en Cristo; nos hacemos Cristo mismo. Una es la vida misma que
une la Cabeza con los miembros del Cuerpo. La Eucaristía hace la Iglesia: “La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la
Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por
ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La
comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia
realizada ya por el Bautismo” (CAT 1396).
La
Iglesia, ofreciendo el sacrificio de Cristo, ruega el fruto de la unidad y la
concordia: “congregados en un solo cuerpo por el
Espíritu Santo” (PE IV).
Así suplica el Canon romano: “por tu Iglesia
santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la
unidad y la gobiernes en el mundo entero”;
ruega: “llévala a su perfección por la
caridad” (PE II), para que la
caridad divina vivifique a la Iglesia, la perfeccione y la transforme en signo
claro y transparente de salvación, “signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano” (LG 1), que dice la Constitución conciliar Lumen Gentium.
La
unidad es una de las notas de la Iglesia, que la definen, tal como confesamos
en el Credo. La Iglesia es una. Esta unidad le viene dada como don y gracia
mediante la Eucaristía que refuerza y santifica los vínculos de unidad: “participando del único sacrificio de Cristo, formen, por
la fuerza del Espíritu Santo, un solo cuerpo, en el que no haya ninguna
división” (PE Reconc I). La
comunión es el signo de la unidad y, al mismo tiempo, la fuente de la unidad,
la concordia y la paz de la Iglesia, haciéndonos Cuerpo de Cristo.
Tan importante y necesaria es la unidad que no se deja nunca de implorar la
comunión eclesial en la plegaria eucarística: “concédenos
tu Espíritu, para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia y
la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e
instrumento de tu paz” (PE Reconc
II).
La Eucaristía significa y realiza la comunión eclesial: somos
muchos, pero nos hacemos uno en Cristo, un solo Cuerpo. Era lo que escribía el mismo san Pablo: “El pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos
del mismo pan” (1Co 10,17). Y ese fue el sentir de la Iglesia desde
sus orígenes al considerar el misterio de la Eucaristía: “¡A Ti la gloria por los siglos! Así como este trozo
estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a
tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino” (Didajé, IX, 3-4).
Constantemente oramos en la liturgia, ya sea en las preces del Oficio divino,
ya sea en diversas oraciones del Misal, suplicando la unidad eclesial que nace del sacramento eucarístico:
Padre santo, que
nos convocas al banquete de tu reino, haz que, comiendo el pan que ha bajado
del cielo, alcancemos la perfección del amor [1].
Cristo, maná del
cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo
pan, refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti [2].
Cristo,
verdadero adorador del Padre, cuya ofrenda pura ofrece la Iglesia del oriente
al poniente, junta en la unidad de tu cuerpo a los que alimentas con un mismo
pan [3].
Señor
Jesucristo, que al venir al mundo diste nacimiento a la Iglesia, tu cuerpo, haz
que esta Iglesia crezca y se construya en la caridad [4].
Te
rogamos, Señor, que nos santifique nuestra participación en la eucaristía, para
que, en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, se estreche cada vez más la
fraternidad (cf. OP Votiva Stma. Eucaristía, A).
La comunión, Señor,
que significa la unión de los fieles en ti, realice también ahora en tu Iglesia
la unidad de todos los creyentes (cf. Por la unidad de los cristianos, A).
Javier Sánchez
Martínez
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