miércoles, 29 de abril de 2020

LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA, ALMA DEL CAMINO DE SANTIDAD


Kyrie Iesu, eleison me!
Señor Jesús, ten piedad de mí.
La oración es para el hombre el más grande de los bienes, decía Dom Prospero Gueranger, fundador y Abad de Solesmes. Todos aquellos que buscamos la unión con Dios como fin único de nuestra vida, estamos implicados en este camino grandioso y por momentos, terrible. En cierto sentido, la oración es el alma de nuestra vida, de nuestra existencia. Si el Vat. II en SC define la Sagrada Liturgia como la cima y la fuente de toda la vida de la Iglesia…, la Santa Misa, la renovación incruenta del único Sacrificio de Cristo en el Calvario, el memorial de su Pasión, muerte y resurrección, debe ser vivido en un clima de oración contemplativa que nace y conduce a la unión con Dios.
En la Orden cartujana se tenía conciencia viva que había que iniciar al novicio en el arte de la oración. No era sólo cuestión de lanzarse al agua y rezar, sin tener conocimiento del camino a realizar. Hay múltiples peligros en este camino de misterio, tal vez el único que vale la pena ser recorrido en esta vida. De aquí la necesidad de un padre espiritual que pueda alentar, corregir, guiar.
Las almas son como las flores de los campos, de una variedad asombrosa. Cada una con su belleza. Cada una lavada por la Sangre del Cordero. Cada una con su pecado y su camino de purificación y expiación. Por tanto, el camino de la oración de cada una es, tal vez, único. Pero eso no obsta que existan elementos comunes a todos los caminos, así como espiritualidades más específicas por donde adentrarse en este camino de “oscuridad luminosa” de las virtudes teologales.
Los métodos tiene su valor muy relativo. Los verdaderos maestros espirituales lo saben. Lo verdaderamente importante es entrar en la Escuela del Espíritu Santo. Aprender a dejarse guiar por Él, entrando de lleno en el camino de los dones del mismo Santo Espíritu (cf. Iraburu, Por obra del Espíritu Santo). Eso requiere una purificación profunda del alma, en la cual la acción de la gracia tiene la primacía absoluta, y con ella el sufrimiento unido a la Cruz de Cristo.
Paso a citar un texto de un autor que es un verdadero maestro espiritual, Teófano el Recluso, como sabemos, obispo que vivió entre los años 1815-1894 y luego a partir de 1867, siguiendo un llamado se hizo recluso, desde donde despliega una paternidad espiritual admirable y fecunda. Él tuvo numerosos dirigidos. El texto va dirigido a una monja, pero es válido para cualquier persona que esté implicada en un camino de santidad.
“A menudo os hablé, mi querida hermana, del recuerdo de Dios, y os lo repito todavía una vez: si no trabajáis con todas vuestras fuerzas para imprimir en vuestro corazón y en vuestro pensamiento ese nombre temible (el nombre de Jesús), vuestro callar es vano, vana vuestra salmodia, inútiles vuestro ayuno y vuestras vigilias. En una palabra, toda la vida de una monja es inútil sin el recogimiento en Dios, que es el comienzo del silencio mantenido por amor a Dios, y es también el fin. Ese nombre muy deseable, es el alma de la quietud y del silencio. Su recuerdo nos da alegría y felicidad, por él obtenemos el perdón de nuestros pecados y la abundancia de virtudes. Sólo se puede encontrar ese nombre muy glorioso en el silencio y la calma. No se puede llegar a él de ninguna otra manera, ni siquiera mediante un gran sufrimiento. Es por ello que, conociendo el poder de este consejo, yo os pido insistentemente, por el amor de Dios, que estéis siempre en paz y silencio, pues esas virtudes alimentan en nosotros el recuerdo de Dios” Arte de la oración, p 104,Ed. Lumen.
La oración es don y misterio. Todo lo que nosotros hagamos, igual que en nuestra vida espiritual, siempre bajo el imperio o la moción de la gracia, es la parte activa. Con ello no lograremos alcanzar la oración propiamente dicha contemplativa. Pero nos predispone al don. Es un anuncio que Dios quiere dárnosla.
Sin silencio interior, sin paz, sin unidad de la mente y la voluntad o el corazón, no habrá verdadera oración contemplativa. San Benito lo resume citando el salmo 33: busca la paz y síguela.
Mater mea, totus tuus semper!
Madre mía, tuyo por siempre.
Schola Veritatis

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