martes, 28 de abril de 2020

¿BILLETES DE MONOPOLY EN EL CEPILLO Y DONATIVOS ESPIRITUALES?


El confinamiento se está haciendo largo, al menos en España. Tengo la sensación de que hay acciones y sobrerreacciones que en otras circunstancias no se darían. Creo que el ejercicio de la virtud de la paciencia con los demás es un modo muy eficaz de ganar en Caridad. En mi caso, soy tan ingenuo que pienso bien incluso de mí mismo, así que tiendo a ver buenas intenciones en muchos de los exabruptos de estos días, o al menos, encuentro una disculpa. Me preocuparía más que ciertos temas no provocasen nada.
De una conversación telefónica reciente:
Si la misa por youtube es misa y la comunión espiritual, comunión, entonces los billetes que echaré en el cepillo serán del Monopoly y mis donativos…, espirituales. Como ahora algunos han descubierto que la Iglesia es doméstica, pues eso, así cumpliré con el mandamiento de la Santa Madre Iglesia.
Es tan evidente la sofística, incluso rayando en la demagogia, que hay en las sentencias que no merece la pena perder tiempo en rebatirlas. Pero también es evidente que trasladan un malestar bienintencionado, de personas buenas (en este caso buenísima), mal expresado, pero que se entiende lo que quieren decir, y si no se entiende, mal. Y si no se quiere entender, peor. Claro que hay que corregirlo, pero no menospreciarlo.
Pretender que desaparezcan esos sentimientos, pensaciones, simplemente negando su existencia, su racionalidad, con lágrimas de cocodrilo, despreciándolos o incluso atribuyéndoles turbias intenciones me parece un camino muy desacertado. Cualquiera que se haya asomado a las redes sociales este fin de semana puede comprobar el ensanchamiento del grado de desafección que ya existe, y que la falta de empatía, que en algunos casos raya la injusticia, está agrandando la brecha. Y cuando digo redes sociales también Whatsapp y Telegram, todavía más peligrosas porque refuerzan un malsano pensamiento tribal. Cualquiera que tenga amigos con los que haya tenido ocasión de compartir un rato de charla lo ha comprobado.
Es como si el confinamiento hubiese reducido la aprehensión de la realidad al reducido ámbito del entorno en que podemos movernos‘. Se pierden unos matices importantes. No es lo mismo que no haya misa con público a que no se celebre la misa, ni es lo mismo que no haya misa con público a que el templo esté cerrado, o que no haya acceso a los sacramentos o incluso a que te los nieguen. No es lo mismo el que lo ha decidido que el que obedece, y en este caso en un tema que obliga gravemente. Tampoco el que toma como excusa la obediencia. Y qué desgraciadamente normal está siendo ver todo eso mezclado en eslóganes. Se quiere decir una cosa y se está diciendo otra.
No tienen las mismas circunstancias una parroquia que otra, a veces, colindantes. Incluso la situación de los sacerdotes en una misma parroquia cuando hay varios. Ni tampoco las circunstancias de unos fieles que las de otros.
Sería injusto decir que «la inmensa mayoría de los sacerdotes están a pie de cañón». Injusto, en primer lugar, con los que lo están, aunque con ojos de la Tierra parece que no hacen nada. Mejor dejarlo en «muchísimos». Personalmente no dejo de dar gracias a Dios por «lo que me ha tocado», pero, desgraciadamente, también conozco casos, y no pocos, nada ejemplares. Lo mismo se puede decir de los laicos. Vamos, como antes del «Gran confinamiento», no es un análisis demasiado profundo el que estoy haciendo.
Lógicamente, porque es lo normal en estas dinámicas, los que se han sentido más agredidos por modos de decir las cosas son los sacerdotes y laicos que de un modo extraordinario han estado intentando corresponder a la Gracia, también extraordinaria. El Señor siempre la da para que seamos santos en toda circunstancia. Ojalá las estemos aprovechando.
Así que sí, es cierto, son improcedentes muchas quejas y mensajes generales, pero como también lo son haber tomado disposiciones «generales» indiscriminadas, y a veces con la jactancia de Buzz Lightyear.
Lo resumía muy bien el Santo Padre en las 24 horas de su cambio de criterio en la reapertura de las parroquias de su diócesis cuando la legislación no lo prohibía:
Las medidas drásticas no siempre son buenas, por eso rezamos: que el Espíritu Santo dé a los pastores la capacidad pastoral y el discernimiento para que proporcionen medidas que no dejen solo al santo y fiel pueblo de Dios.
¿Se puede decir que se ha abandonado todos a los fieles? No, no se puede, es faltar a la verdad. También es faltar a la verdad negar que más de uno sí ha estado abandonado y todavía lo está.
Ese abandono unas veces es real, otras percepción. No descarto que potenciada por el confinamiento. Pero, insisto, negarlo, incluso como percepción, despreciarlo o avivar polémicas es una locura para «el día después». Si seguimos así terminaremos como en la controversia «de lapsis».
Los obispos en España, por poner un ejemplo cercano, ya lo han visto y visto muy bien. La semana pasada crearon un portal para recoger algunas de las muchísimas iniciativas que como Iglesia –institución, Iglesia somos todos– se están desarrollando. Una iniciativa necesaria y estupenda, pero una mala noticia: que tenga que proclamarse de esa manera es que algo no está bien. Desconozco si cubrirá expectativas, si los fieles y la sociedad «esperaban» eso de la Iglesia, o sólo eso, pero al menos que se sepa lo hecho en ese ámbito, coger el toro por los cuernos, es una iniciativa que hay que aplaudir.
Por eso las quejas de varios obispos porque unos laicos les manifiesten el deseo de la vuelta de la misa, con público, las valoro muy positivamente. No me refiero a los videos que tienen las cosas buenas y malas de ese tipo de soporte, con sus limitaciones y deficiencias, la simplificación del lenguaje, el carácter emotivo y las generalizaciones. Como los tiene la campaña XTantos, por ejemplo, que es estupenda y este año más necesaria que nunca, porque los billetes de Monopoly no sirven, y los donativos espirituales tampoco.
Me refiero más bien al cambio de actitud de algunos obispos, a la finura de piel con la defensa de los fieles y la «comunión eclesial». Un cambio esperanzador y que quiera Dios que no se quede ahí. Estoy convencido que de que con la misma defensa vehemente de las cosas buenas, esa que sale de dentro, defenderán también a los fieles de los abusos litúrgicos y doctrinales a los que estamos sometidos, con y sin pandemia. Tendrán la misma valentía para defender la verdad, sin que nadie les diga nada, el derecho de los fieles no ya a misas, a misas dignas y a una enseñanza católica que merezca tal nombre.
Ahora que comienza el mes de mayo es un buen tema para encomendárselo a Nuestra Madre.
Juanjo Romero

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