Estos triunfadores
van mostrando un poco el rostro de Cristo.
Por: María Teresa González Maciel | Fuente: Catholic.net
“Concebir el bien no es
suficiente, debemos hacerlo victorioso entre los hombres” Joseph Ernest Renan
Muchas veces creemos que el único triunfador en la vida es la persona que tiene éxito, fama, dinero, posesiones, estudios, un puesto importante en la empresa, familia, etc.…el que ha logrado un status alto en la sociedad, que se le reconoce en los medios de comunicación, y no cabe duda de que estas personas han conseguido triunfar con disciplina, esfuerzo, trabajo.
Se vale hacer una pregunta
¿estos triunfadores a los ojos del mundo, logran también ser auténticos
triunfadores?
Hay millones de
triunfadores que no tienen dinero que no tienen fama, posesiones, un puesto importante ni mayores
estudios y que a los ojos del mundo aparecen como perdedores, son así
calificados por no dar resultados visibles en las áreas que el hombre considera
como valiosas. Es interesante y vale la pena ahondar un
poco en la vida de estas personas anónimas que viven como auténticos
triunfadores a los ojos de Dios.
Estas personas que recibieron la herencia de sus
abuelos, de sus padres, ese tesoro, ese legado, esa estafeta de vivir y
transmitir lo que a los ojos de Cristo es un triunfador. Estos hombres que
viven los valores, y al vivirlos los han convertido en virtudes. Al practicar
por ejemplo la honestidad, la justicia, la prudencia, la fortaleza, lealtad, paciencia,
comprensión, solidaridad, responsabilidad, perseverancia.
El auténtico triunfador no tiene que ver con los
triunfos humanos. De ser así diríamos que Jesús fue un perdedor para los de su
época, incluso mucha gente no acaba de entender la vida de Jesús. Del Hijo de
Dios del Creador del universo, en quien están sustentadas todas las cosas y que
no tenía dónde reclinar su cabeza. De Dios que es camino verdad, vida
libertad, y se le considera que ha perdido la razón, del Dios que todo lo puede
y se entrega libremente a la muerte por amor. Del Dios que se queda como
alimento para todos los que tengan hambre en la fragilidad de un pan.
No es fácil entender que hay que morir para
vivir, que al morir al egoísmo se vive la generosidad, que al morir al
individualismo, se vive la solidaridad, que al morir a la ambición por
acumular más, se vive la justicia, que al morir al deseo de hacer lo que
te venga en gana, se vive el respeto, que al morir al orgullo se vive la
humildad.
La persona triunfadora es
una persona madura, es el líder auténtico por excelencia aquel que con su
conducta, más que con su discurso, invita a otros a seguir sus huellas, aquel
que es capaz de transformar su entorno, familia, trabajo, sociedad.
Cuando este triunfador pasa a nuestro lado va
dejando un aroma, un perfume, un sabor de gratitud en los corazones que son
comprendidos, consolados, perdonados, ayudados en sus necesidades,
confortados en sus penas, incluidos a pesar de su condiciones adversas.
Estos triunfadores van
mostrando un poco el rostro de Cristo, porque han conseguido venerar al Cristo
oculto en cada hermano.
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