Unos años atrás
cuando estaba en la universidad estudiando medicina empecé a encontrarme
algunas reflexiones del papa Juan Pablo II que me resultaban muy iluminadoras
para mi práctica profesional. Fue cuando empecé a profundizar en algunas obras
y escritos del papa Wojtyła, hoy puedo decir que me he quedado realmente
sorprendido al redescubrir la riqueza de sus reflexiones.
No solo son frutos de sus 27
años de pontificado, sino una fuente inagotable de sabiduría que engrandece la
práctica médica. No en conocimientos científicos, mas sí en conocimientos de
vida y de los misterios que rodean al ser humano, entre ellos el sufrimiento,
la enfermedad y la muerte.
Quisiera mencionar algunas de
estas perlas preciosas que yo me he encontrado y que considero un regalo de
Dios a través de este querido santo. Son tesoros que me han ayudado
a mirar la hermosa vocación recibida al ser médico.
También te comparto un hermoso
video que contiene algunos fragmentos del discurso que dio a los enfermos del
Perú en 1985 sobre el sufrimiento.
1. «SALVIFICI
DOLORIS»: DARLE UN SENTIDO AL SUFRIMIENTO HUMANO
Juan Pablo II será recordado
por «batir muchos récords» como papa, entre
ellos el número de escritos en su Magisterio. Una de sus encíclicas más
recordadas será aquella titulada «Salvicifi doloris» en la cual desarrolla una profunda
reflexión antropológica y teológica sobre el sufrimiento humano. Este documento
fue escrito el 11 de Febrero de 1984, una fiesta muy querida del papa polaco,
pues es el día de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los
enfermos.
Dentro de lo mucho que he
aprendido con este texto valoro el poder reconocer que la persona humana sufre
por la experiencia de un mal, el cual no solo reside en la dimensión biológica
o física, sino que trasciende y puede tocar todas
las dimensiones humanas, incluso llevándole al dolor más profundo que es el
sufrimiento espiritual.
Es algo que me ha ayudado
mucho en la atención a los enfermos, pues constantemente evidencio que la
enfermedad no solo los lleva a padecer en el cuerpo, más aún en su alma y
espíritu. Y es entonces que no solo necesitarán una medicina para el cuerpo,
sino para su espíritu. En este sentido menciona JPII:
«Puede ser que
la medicina, en cuanto ciencia y a la vez arte de curar, descubra en el vasto
terreno del sufrimiento del hombre el sector más conocido, el identificado con
mayor precisión y relativamente más compensado por los métodos del «reaccionar
» (es decir, de la terapéutica). Sin embargo, este es solo un sector. El
terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y
pluridimensional. El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados
por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones».
Al tomar consciencia que con
la ciencia médica y con las medidas humanas no se resuelven todos los
sufrimientos de los enfermos que me puedo encontrar en lo cotidiano, resulta consoladora la presencia de Cristo dándole un significado al
haber él hecho propio el sufrimiento con su encarnación, su pasión y muerte,
es lo que nos dice aquí el papa san Juan Pablo II:
«Dentro de cada
sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del
sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta
acerca de la causa, la razón. Una pregunta acerca de la finalidad (para qué).
En definitiva, acerca del sentido».
«Cristo da la
respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no
solo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su
propio sufrimiento».
Si bien el sufrimiento es una
realidad misteriosa, ante la cual no tenemos todas las respuestas, te invito a
leer esta encíclica que te puede ayudar mucho para iluminarlo desde la fe.
2. LAS JORNADAS MUNDIALES DEL ENFERMO
Otra de las grandes herencias
que nos ha dejado Juan Pablo II es la institución de una Jornada Mundial para
promover la preocupación pastoral por los enfermos en el año 1992. Se trata de
una ocasión que desde entonces anualmente se celebra el 11 de febrero, fiesta
de Nuestra Señora de Lourdes (otra muestra de su predilección por esta fecha).
Cada año la jornada se centra
en un aspecto de reflexión y se invita a los profesionales de la salud de
diversas áreas que tengan que ver con el cuidado de los enfermos y así también
a los enfermos a meditar en torno a los temas propuestos.
Siempre se nos ofrece para
este día un hermoso mensaje que nos recuerda el sentido de nuestra misión,
centrar la mirada misericordiosa en el enfermo, a ejemplo de Jesús el buen
samaritano. Para la I Jornada en el año 1993, el papa Juan Pablo II mencionaba:
«La enfermedad,
que en la experiencia diaria se percibe como una frustración de la fuerza vital
natural, se convierte para los creyentes en una invitación a «leer» la nueva y
difícil situación, en la perspectiva propia de la fe.
Fuera de ella, por otra parte,
¿cómo se puede descubrir, en el momento de la prueba, la aportación
constructiva del dolor?, ¿cómo dar significado y valor a la angustia, a la
inquietud, a los males físicos y psíquicos que acompañan a nuestra condición
mortal?
Y ¿qué
justificación se puede encontrar para el declive de la vejez y para la meta final de
la muerte que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos
siguen subsistiendo inexorablemente?».
Como mencioné desde ese año no
se han dejado de celebrar estas jornadas. Incluso los papas posteriores han
continuado esta tradición (¡Así que hay material suficiente para
entretenerse!). Los invito a leer los profundos
mensajes dedicados a cada Jornada Mundial del Enfermo.
3. TESTIMONIO PERSONAL: ENTRE EL DOLOR Y LA ALEGRÍA
Desde muy joven, Juan Pablo
II, palpó el dolor y el sufrimiento, vivió la pérdida de su madre y de algunos
de sus familiares más cercanos. Tuvo la experiencia cercana de las guerras
mundiales, también de las complejas circunstancias políticas y sociales de su
tiempo y en su país.
La
enfermedad y el dolor físico no le fue una condición ajena. De los
hechos más recordados es el atentado del 13 de mayo de 1981 ya siendo papa. Así
como diversas cirugías y complicaciones de salud derivadas de la enfermedad de
Parkinson. Fueron diversas las ocasiones en las cuales estuvo internado en el
hospital.
A pesar de estas
circunstancias dolorosas, era un hombre que
constantemente remitía a una actitud de esperanza y de alegría confiada en la
acción providente de Dios. Irradiaba
y contagiaba alegría en medio de mucho sufrimiento.
Es este su elocuente
testimonio de cómo podemos sobrellevar la experiencia de dolor sin perder la
alegría sólida que nos da la fe. Él nos inspira a ser testigos
de la alegría aún cuando las circunstancias nos remitan a la tristeza o la
desolación. Fue
testigo de lo que predicó: el dolor no tiene la
última palabra y es posible encontrar un sentido redentor en el sufrimiento.
Teniendo la experiencia de
atender enfermos al final de su vida, cuando el sufrimiento integral es tan
intenso y cuando la muerte aparece en el camino, opacando las esperanzas, me
resulta muy reconfortante recordar este ejemplo de Juan Pablo II. En él tengo
un faro que no solo me ilumina en mi profesión de médico, sino que puedo con su
ejemplo iluminar la vida de otros.
4. PROMOTOR DE LA MISERICORDIA
El domingo pasado celebrábamos
el II de Pascua, que desde el año 2000 fue establecido por el papa Juan Pablo
II como el Domingo de la Divina Misericordia. Pienso que este es un aspecto que
trae un aporte muy importante en la atención a los enfermos, pues la ciencia
sin caridad está incompleta.
Porque
como médicos estamos llamados a llevar consuelo, a compadecernos, a servir, a
estar presentes para los que sufren y estas actitudes solo son posibles con un corazón misericordioso,
expresión de la misericordia recibida por el Señor.
De esta manera lo mencionaba
el papa en un documento llamado Dives in misericordia que escribió sobre la
Misericordia: «Cristo nos enseñó que «el hombre no
solo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a
«usar misericordia» con los demás: «Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7)».
La misericordia nos llevará a
recordar lo que Jesús nos dice en el capítulo 25 de san Mateo: «A mí me lo hicisteis» cuando veamos a un enfermo,
y nos ayudará a reconocer que cada enfermo y persona que sufre es digna, no
importa su condición.
Como
médicos estamos llamados entonces a promover y defender el valor de cada ser
humano, desde su concepción hasta su final natural. Siguiendo con la meditación
del papa, él nos recuerda en este sentido que:
«En este amor
(de misericordia) debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de
sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la
exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje
de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor
de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida
por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su
intimidad».
Para este punto re recomiendo
Ver la Homilía de la Institución del Domingo de la Misericordia – Año 2000.
5. REMITIRNOS SIEMPRE A MIRAR A CRISTO, EL GRAN MÉDICO
Finalmente quiero dejarles un
último regalo de este querido papa, el amigo de los médicos, el amigo de los
enfermos y de los que más sufren.
Él nos ha dejado una oración a
todos los médicos, en la cual nos invita a implorar a Jesús, el maestro, el
médico de cuerpos y de almas que nos mantenga firmes en nuestra vocación y
misión y que nos enseñe a servir y amar a los enfermos como Él mismo lo hizo.
«Señor Jesús, Médico divino, que en tu vida terrena tuviste
predilección por los que sufren y encomendaste a tus discípulos el ministerio
de la curación, haz que estemos siempre dispuestos a aliviar los sufrimientos
de nuestros hermanos».
Haz que cada uno
de nosotros, consciente de la gran misión que le ha sido confiada, se esfuerce
por ser siempre instrumento de tu amor misericordioso en su servicio diario.
Ilumina nuestra
mente.
Guía nuestra
mano.
Haz que nuestro
corazón sea atento y compasivo.
Haz que en cada
paciente sepamos descubrir los rasgos de tu rostro divino.
Tú, que eres el
camino, concédenos la gracia de imitarte cada día como médicos no solo del
cuerpo sino también de toda la persona, ayudando a los enfermos a recorrer con
confianza su camino terreno hasta el momento del encuentro contigo.
Tú, que eres la
verdad, danos sabiduría y ciencia, para penetrar en el misterio del hombre y de
su destino trascendente, mientras nos acercamos a él para descubrir las causas
del mal y para encontrar los remedios oportunos.
Tú, que eres la
vida, concédenos anunciar y testimoniar en nuestra profesión el «evangelio de
la vida», comprometiéndonos a defenderla siempre, desde la concepción hasta su
término natural, y a respetar la dignidad de todo ser humano, especialmente de
los más débiles y necesitados.
Señor, haznos
buenos samaritanos, dispuestos a acoger, curar y consolar a todos aquellos con
quienes nos encontramos en nuestro trabajo.
A ejemplo de los
médicos santos que nos han precedido, ayúdanos a dar nuestra generosa
aportación para renovar constantemente las instituciones sanitarias.
Bendice nuestro
estudio y nuestra profesión.
Ilumina nuestra
investigación y nuestra enseñanza.
Por último,
concédenos que, habiéndote amado y servido constantemente en nuestros hermanos
enfermos, al final de nuestra peregrinación terrena podamos contemplar tu
rostro glorioso y experimentar el gozo del encuentro contigo, en tu reino de
alegría y paz infinita.
Amén.
Escrito por Alvaro Díaz
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