El confinamiento se
está haciendo largo, al menos en España. Tengo la sensación de que hay acciones
y sobrerreacciones que en otras circunstancias no se darían. Creo
que el ejercicio de la virtud de la paciencia con los demás es un modo muy
eficaz de ganar en Caridad. En mi caso, soy tan ingenuo que pienso bien incluso
de mí mismo, así que tiendo a ver buenas intenciones en muchos de los
exabruptos de estos días, o al menos, encuentro una disculpa. Me
preocuparía más que ciertos temas no provocasen nada.
De una conversación
telefónica reciente:
Si la misa por
youtube es misa y la comunión espiritual, comunión, entonces los billetes que
echaré en el cepillo serán del Monopoly y mis donativos…, espirituales. Como ahora algunos han
descubierto que la Iglesia es doméstica, pues eso, así cumpliré con el
mandamiento de la Santa Madre Iglesia.
Es tan evidente la sofística, incluso rayando en la demagogia, que hay en las sentencias que
no merece la pena perder tiempo en rebatirlas. Pero también es evidente que
trasladan un malestar bienintencionado, de personas buenas (en este caso
buenísima), mal expresado, pero que se entiende lo que quieren decir, y si no
se entiende, mal. Y si no se quiere entender, peor. Claro que hay que
corregirlo, pero no menospreciarlo.
Pretender que desaparezcan
esos sentimientos, pensaciones, simplemente negando su existencia, su
racionalidad, con lágrimas de cocodrilo, despreciándolos o incluso
atribuyéndoles turbias intenciones me
parece un camino muy desacertado. Cualquiera que se haya
asomado a las redes sociales este fin de semana puede comprobar el
ensanchamiento del grado de desafección que ya existe, y que la falta de
empatía, que en algunos casos raya la injusticia, está agrandando
la brecha. Y cuando digo redes
sociales también Whatsapp y Telegram, todavía más peligrosas porque refuerzan
un malsano pensamiento tribal. Cualquiera que tenga amigos con los que haya
tenido ocasión de compartir un rato de charla lo ha comprobado.
Es como si el confinamiento
hubiese reducido la aprehensión de la realidad al reducido ámbito del entorno
en que podemos ‘movernos‘. Se
pierden unos matices importantes. No es lo mismo que no haya
misa con público a que no se celebre la misa, ni es lo mismo que no haya misa
con público a que el templo esté cerrado, o que no haya acceso a los
sacramentos o incluso a que te los nieguen. No es lo mismo el que lo ha
decidido que el que obedece, y en este caso en un tema que obliga gravemente.
Tampoco el que toma como excusa la obediencia. Y qué desgraciadamente normal
está siendo ver todo eso mezclado en eslóganes. Se quiere decir una cosa y se
está diciendo otra.
No tienen las mismas
circunstancias una parroquia que otra, a veces, colindantes. Incluso la
situación de los sacerdotes en una misma parroquia cuando hay varios. Ni
tampoco las circunstancias de unos fieles que las de otros.
Sería injusto decir que «la
inmensa mayoría de los sacerdotes están a pie de cañón». Injusto, en primer
lugar, con los que lo están, aunque con ojos de la Tierra parece que no hacen
nada. Mejor dejarlo en «muchísimos». Personalmente
no dejo de dar gracias a Dios por «lo que me ha tocado», pero,
desgraciadamente, también conozco casos, y no pocos, nada ejemplares. Lo mismo
se puede decir de los laicos. Vamos, como antes del «Gran
confinamiento», no es un análisis demasiado profundo el que estoy
haciendo.
Lógicamente, porque es lo normal
en estas dinámicas, los que se han sentido más
agredidos por modos de decir las cosas son los sacerdotes y laicos que de un
modo extraordinario han estado intentando corresponder a la Gracia,
también extraordinaria. El Señor siempre la da para que seamos santos en toda
circunstancia. Ojalá las estemos aprovechando.
Así que sí, es cierto, son
improcedentes muchas quejas y mensajes generales, pero como también lo son
haber tomado disposiciones «generales» indiscriminadas,
y a veces con la jactancia de Buzz Lightyear.
Lo resumía muy bien el Santo
Padre en las 24 horas de su cambio de criterio
en la reapertura de las parroquias de su diócesis cuando la legislación no lo
prohibía:
Las medidas
drásticas no siempre son buenas, por eso rezamos: que el Espíritu Santo dé a
los pastores la capacidad pastoral y el discernimiento para que proporcionen
medidas que no dejen solo al santo y fiel pueblo de Dios.
¿Se
puede decir que se ha abandonado todos a los fieles? No, no se puede, es faltar a
la verdad. También es faltar a la verdad negar que más de uno sí ha estado
abandonado y todavía lo está.
Ese abandono unas veces es
real, otras percepción. No descarto que potenciada por el confinamiento. Pero,
insisto, negarlo, incluso como percepción, despreciarlo o avivar polémicas es
una locura para «el día después». Si seguimos así terminaremos como en la
controversia «de lapsis».
Los obispos en España, por
poner un ejemplo cercano, ya lo han visto y visto muy bien. La
semana pasada crearon un portal para recoger algunas
de las muchísimas iniciativas que como Iglesia –institución,
Iglesia somos todos– se están desarrollando. Una iniciativa necesaria y estupenda, pero una mala noticia: que tenga que
proclamarse de esa manera es que algo no está bien. Desconozco si
cubrirá expectativas, si los fieles y la sociedad «esperaban»
eso de la Iglesia, o sólo eso, pero al menos que se sepa lo hecho en ese
ámbito, coger el toro por los cuernos, es una iniciativa que hay que aplaudir.
Por eso las quejas de varios
obispos porque unos laicos les manifiesten el deseo de la vuelta de la misa,
con público, las valoro muy positivamente. No me
refiero a los videos que tienen las cosas buenas y malas de ese tipo de
soporte, con sus limitaciones y deficiencias, la simplificación del lenguaje,
el carácter emotivo y las generalizaciones. Como los tiene la campaña XTantos, por ejemplo, que
es estupenda y este año más necesaria que nunca, porque los billetes de
Monopoly no sirven, y los donativos espirituales tampoco.
Me refiero más bien al cambio
de actitud de algunos obispos, a la finura de piel con la defensa de los fieles
y la «comunión eclesial». Un cambio
esperanzador y que quiera Dios que no se quede ahí. Estoy convencido que de que
con la misma defensa vehemente de las cosas buenas, esa que sale de dentro, defenderán también a los fieles de los abusos litúrgicos y doctrinales a
los que estamos sometidos, con y sin pandemia. Tendrán la misma valentía para defender la verdad, sin que
nadie les diga nada, el derecho de los fieles no ya a misas, a misas dignas y a
una enseñanza católica que merezca tal nombre.
Ahora que comienza
el mes de mayo es un buen tema para encomendárselo a Nuestra Madre.
Juanjo Romero
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