Embriones «sobrantes» se congelan o eliminan
Las técnicas de
reproducción asistida, consideradas inmorales por el catolicismo, cada vez son
más utilizadas en el mundo. Si bien inicialmente se plantearon como una ayuda a
las parejas, su uso se ha ido generalizando entre mujeres sin pareja y en
parejas del mismo sexo.
(InfoCatólica) En muchos lugares del mundo,
especialmente en los países más ricos, las técnicas de reproducción asistida
son ya un hecho cotidiano. Los datos muestran un incremento progresivo de su
uso, pero también un cambio de enfoque, desde la idea original de ayudar a las
parejas a nuevas motivaciones más acordes con la mentalidad
posmoderna.
La fecundación in
vitro y la inseminación artificial se
han ido liberalizando en la mayoría de los países occidentales en las últimas
décadas. La inseminación artificial es mucho más antigua y cuenta ya con algo
más de dos siglos de historia, mientras que la fecundación in vitro proviene de
los años setenta.
En Bélgica, una ley
de 2007 liberalizó estas técnicas
(que anteriormente estaban sujetas a muchos condicionantes, especialmente el de
tratarse de una pareja estable de hombre o mujer), con el fin de «no
privilegiar un modelo de familia sobre otro». Desde entonces, tanto la
fecundación in vitro como la inseminación artificial están abiertas también a mujeres homosexuales y a solteras sin pareja (dándose la paradoja de que estas últimas no
pueden acceder a la adopción en Bélgica). En Francia, la ley prohíbe el uso de
técnicas de reproducción asistida a mujeres sin pareja o en pareja del mismo
sexo, pero el Primer Ministro Édouard Philippe ha anunciado que este mismo año
se propondrá en el Parlamento cambiar esta ley.
Se calcula que, unas diez mil
mujeres se someten cada año a estas prácticas en Bélgica, si bien
aproximadamente un tercio de ellas son extranjeras que quieren aprovechar las
facilidades que ofrece el país para el uso de las técnicas de reproducción
asistida. Esto supone casi un 5 % del total de los
nacimientos en el país. En todo el mundo, más de un cuarto de millón
de niños nacen cada año mediante reproducción asistida.
Si bien no hay datos oficiales
sobre el tipo de mujeres que acuden a la reproducción asistida, según informa
el diario francés La Croix, el 80 % de las intervenciones de este tipo
realizadas en el Hospital Universitario de Lieja corresponden a mujeres lesbianas. En
cambio, en el Hospital Saint-Pierre de Bruselas, el 80 % de los solicitantes son mujeres solteras. Candice
Autin, jefe de clínica, explica que «no hay un perfil típico, pero en general,
son las mujeres las que se acercan a la cuarentena y las que ven avanzar el reloj biológico. No tienen un
compañero o su compañero no prevé tener hijos. Y tienen un fuerte deseo de
maternidad». La ley belga permite realizar inseminaciones en mujeres con un
máximo de 47 años de edad.
Estos datos resultan muy
significativos, porque, en un principio, durante el debate sobre su
legalización, las técnicas de reproducción asistida se presentaron como una
ayuda a la familia, mediante la apelación emotiva a casos de parejas que no
podían tener hijos. A la larga, sin embargo, parecen haber influido más bien en
el sentido de
hacer innecesaria la familia, privar a
miles de hijos de una figura paterna y borrar aún más la vinculación natural entre compromiso
familiar, sexualidad y reproducción.
Al efecto sobre la familia hay
que sumar el hecho de que la fecundación in vitro conlleva la existencia de
embriones congelados que ya no son deseados después de haber logrado un
embarazo. Según las distintas legislaciones, estos embriones pueden ser donados
a otras personas, utilizados para la experimentación o eliminados. Solo en Francia, más de 20.000 embriones «sobrantes» son destruidos cada
año (en España hay más de 200.000
embriones congelados y en Estados Unidos hay un millón y medio, algunos desde
hace más de treinta años).
La demanda de reproducción
asistida es creciente y su aumento ha dado lugar a un floreciente negocio
internacional. Los bancos de esperma belgas no pueden satisfacer la demanda, de
modo que los hospitales de Bélgica acuden a empresas danesas, como Cryos
International. Estas empresas,
que comercian con muchos otros países, pueden cobrar cientos o miles de euros
por su «producto», suelen mantener la
anonimidad del «donante» (también pagado), pero permiten elegir sus
características físicas, como raza, color de los ojos o tipo de pelo.
A este boyante comercio, hay
que añadir el de servicios de congelación de óvulos, al que acuden muchas
mujeres que quieren postergar el embarazo por razones generalmente laborales.
El procedimiento cuesta varios miles de euros.
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