711. –Después del capítulo sobre los consejos
evangélicos, el Aquinate dedica otros cinco al de la pobreza. ¿Por qué se
ocupa, en el primero de ellos, a presentar los argumentos, que se dan contra la
pobreza voluntaria?
–Unos pocos años antes de su
redacción, Santo Tomás había participado, en París, en la defensa de los
ataques contra las órdenes mendicantes. Su manera de vivir la pobreza era uno
de los puntos criticados por los enemigos de dominicos y franciscanos. Por
ello, conocía muy bien todas las impugnaciones a la pobreza voluntaria, que
vivían, y las respuestas que había de dar a las mismas. En el primer capítulo,
presenta todo el compendio de las objeciones.
La primera es el siguiente: «Los hombres necesitan para la conservación de su vida
muchas cosas que no pueden hallar en todo tiempo. Luego es natural que el
hombre reúna y conserve lo que le es necesario. Es, por lo tanto, contra la ley
natural el desparramar mediante la pobreza las cosas acumuladas» [1].
A ella, responde: «Aunque exista
naturalmente en el hombre el apetito de reunir lo que es necesario para la vida
(…) no está en él de tal modo que sea necesario que cada uno se ocupe de esto».
Además: «como la vida de los hombres no sólo
necesita las cosas corporales, sino principalmente las espirituales, es preciso
también que algunos se dediquen a las cosas espirituales en beneficio de los
demás, debiendo estar exentos de cuidados temporales». Por ello: «la divina providencia distribuye los diversos oficios
entre personas distintas, contando con que algunos tienen más inclinación a
unos oficios que a otros» [2].
En segundo lugar, se objeta: «así como es contra la ley natural el que alguien se
suicide, así también es contra dicha ley el que alguien se abstenga de las
cosas necesarias a la vida mediante la pobreza voluntaria» [3].
A ello responde Santo Tomás que los que abrazan la pobreza voluntaria: «no se privan del sustento de la vida (…) les queda una
esperanza probable de sustentar la propia vida, bien por el trabajo propio,
bien por los beneficios de otros» [4].
En la tercera impugnación, se
dice: «los que se abstienen del patrimonio exterior
por el que se auxilia grandemente a los demás, se vuelven impotentes para
prestar dicho auxilio. Luego es contra el instinto natural y contra el bien de
la misericordia y de la caridad que el hombre se abstenga de todos los bienes
de este mundo por la pobreza voluntaria» [5].
A ella, replica Santo Tomás: «quien se priva,
mediante la pobreza voluntaria, de la facultad de socorrer a otro en las cosas
temporales para conseguir cosas espirituales, por las cuales pueda socorrerles
con más utilidad, no obra contra el bien común de la sociedad humana» [6].
En la cuarta objeción, se argumenta:
«Si poseer los bienes de este mundo es malo, pero
es bueno librar al prójimo del mal; y malo el inducirla a él, será malo, en
consecuencia, dar a un indigente los bienes de este mundo y bueno el
quitárselos a quien los posee; cosa incongruente» [7].
No es así, porque contesta Santo Tomás: «las
riquezas son cierto bien del hombre, en cuanto que se ordenan al bien de la
razón, más no lo son por sí mismas; por lo cual nada impide que la pobreza sea
mejor, si por ella se ordena alguno a un bien más perfecto» [8].
712. –¿Se hacían todavía más objeciones contra la
elección de la pobreza en la vida religiosa?
–Santo Tomás, sintetiza todas
las impugnaciones en siete. De manera que, en quinto lugar, presenta la
siguiente objeción: «la pobreza es una ocasión de
mal, porque algunos son inducidos por ella a cometer hurtos, adulaciones,
perjurios y otras cosas semejantes» [9].
Sin embargo, responde Santo Tomás: «No debe
despreciarse la pobreza por ciertos vicios que ocasionalmente proceden de ella
alguna vez». Advierte seguidamente que: «ni
las riquezas ni la pobreza, ni ningún bien exterior (…) han de juzgarse como
absolutamente malos, sino que es malo el uso que ellos se hace»; y se
utilizan mal cuando: «el hombre no usa de ellos
según las reglas de la recta razón» [10].
La sexta objeción consiste en
esta dificultad: «la virtud consiste en el medio,
uno y otro extremos resultarán viciosos». Respecto a la virtud de la
liberalidad –el dar lo que debe darse y retener lo que hay que retener, según
la recta razón–, la avaricia es un vicio por defecto, porque retiene lo que no
se debe; y la prodigalidad, o el derroche, lo es por exceso, porque no retiene
nada. Esto último: «hacen quienes siguen
voluntariamente la pobreza, por consiguiente, esto es vicioso y parecido a la
prodigalidad» [11].
La objeción no es válida,
indica Santo Tomás, en su respuesta, porque: «el medio de la virtud no se toma
según la cantidad de cosas, sino según la regla de la razón», que no debe
sobrepasarse ni quedarse por debajo. «La regla no
sólo mide la cantidad de la cosa que se usa, sino también la condición de la
persona, su intención, la oportunidad de lugar y de tiempo y otras
circunstancias semejantes que se requieren para los actos virtuosos». En la
pobreza voluntaria: «no se obra con prodigalidad, porque se hace por el fin
debido y observando las debidas circunstancias» [12].
Por último, se objeta con
estas palabras de la Escritura: «No me des ni
pobreza ni riqueza. Dame sólo lo que he de menester. No sea que si me harto, me
incline a negarte y diga: ¿Quién es el Señor? O que necesitado, robe y perjure
el nombre de mi Dios» [13].
En cuanto a esta objeción, nota Santo Tomás que «las
palabras de Salomón, que se aducen no son contrarias. Porque se ve claramente
que habla de la pobreza impuesta, que suele ser ocasión de hurto» [14].
713. –¿Con estas siete réplicas del Aquinate, quedan
resueltas todas las objeciones contra la pobreza voluntaria?
–Todavía quedan por solucionar
otros problemas que presentan los objetores, al considerar: «los géneros de vida en que necesariamente han de vivir
quienes abrazan la pobreza voluntaria». Explica Santo Tomás que: «hay un género de vida que consiste en vender las
posesiones de cada uno y vivir todos de su precio en comunidad; lo cual parece
que fue observado en Jerusalén en tiempo de los apóstoles».
A este primer modo de vivir la
pobreza, se le objeta que: «este género de vida no
parece proveer suficientemente a la vida humana», Lo revelan tres
motivos. Uno porque: «no es fácil que muchos de los
que tienen grandes posesiones acepten esta vida, y si se distribuye entre
muchos el dinero recibido de las posesiones de unos pocos ricos, no será
suficiente para mucho tiempo». Otro, porque además, es posible y fácil
que: «se pierda el dinero así adquirido ya por
fraude de los administradores, ya por hurto o rapiña». Por último,
porque: «se producen, muchas eventualidades que
obligan a los hombres a cambiar de lugar. Por lo tanto, no será fácil proveer
del dinero recibido» [15].
Con respecto a este género de
vida, nota Santo Tomás que no le afecta la primera objeción. Se dio al
principio de la Iglesia, porque entonces era necesario, pero fue con la
intención de que se viviera por poco tiempo. «Los
apóstoles establecieron entre los fieles de Jerusalén este género de vida,
porque preveían por el Espíritu Santo que no habían de permanecer por mucho
tiempo en aquella ciudad, ya por las persecuciones que habían de sufrir por
parte de los judíos, ya por la inminente destrucción de la ciudad y de sus
habitantes (…) y, por esto, al dispersarse entre los gentiles en medio de los
cuales había de afirmarse y perdurar la Iglesia, no se lee que establecieran
este género de vida». Con ello, queda también respondida la tercera
objeción.
En cuanto a la segunda,
observa que: «el fraude que puedan cometer los
administradores (…) esto es común a todo género de vida en que algunos viven en
comunidad». Sin embargo, esto parece que sucederá mucho menos entre
quienes siguen la vida religiosa. No obstante: «esto
se remedia por la prudente institución de administradores fieles. Por eso, en
tiempos de los apóstoles fueron elegidos Esteban y otros que eran considerados
aptos para este oficio» [16].
Otro género de vida en la
pobreza, parecido al anterior, y que comenzó a observarse en muchos de los
primeros monasterios, consiste: «en tener las
posesiones en común, de las cuales se provee a cada uno según su necesidad». Se
le hacen dos reproches. Uno, en primer lugar, que: «se
malogra el fin de la pobreza voluntaria, al menos en cuanto que muchos han de
cuidarse de la administración de la posesiones», porque éstas: «requieren
cierto cuidado tanto para procurar los frutos como para defenderlos de los
fraudes y violencias». Además: «dicho
cuidado ha de ser tanto mayor y ejercido por más individuos, cuanto mayores
sean las posesiones que han de bastar para el sustento de muchos».
Luego, por lo menos en estos quedará impedida su consagración a Dios, fin de la
pobreza.
En segundo lugar, se
recrimina, a este estado de vida, que igualmente también «se impide «la
dedicación de la mente a las cosas divinas». La razón es porque: «la posesión en común suele ser también causa de
discordia» [17],
tal como lo revela la vida cotidiana.
Replica Santo Tomás, por una
parte, que: «no se pierde nada de la perfección, a
la cual tienden los que siguen la pobreza voluntaria, porque puede hacerse que
uno o pocos administren las posesiones»; y de este modo todos los demás:
«puedan dedicarse libremente a las cosas
espirituales, que es fruto de la pobreza voluntaria». Incluso, precisa
que nada les faltará a los administradores para vivir la vida perfecta, «pues lo que parecen perder por falta de quietud lo
recuperan en el ejercicio de la caridad, en que consiste la perfección de la
vida».
Por otra parte, no pueden
darse las discordias entre los que han abrazado una vida de renuncia a los
bienes del mundo, ya que: «no deben esperar de las
cosas temporales nada más que lo necesario para la vida y debiendo ser fieles
administradores». Ciertamente puede que algunos «abusen»
de este tipo de vida, pero no por ello debe ser rechazado, puesto que «los malos usan mal de cosas buenas, al igual que los
buenos usan bien aun de las cosas malas» [18].
714. –¿Se han dado en la historia de la Iglesia otras
formas de vivir la pobreza voluntaria?
–Con la aparición de los
monjes benedictinos se dio: «un tercer género de
vida, que consiste en que los que siguen la pobreza voluntaria se sustenten del
trabajo de sus manos; éste es el que seguía y propuso a otros con su ejemplo e
instrucción el apóstol San Pablo, para que lo observaran». Santo Tomás
había conocido y vivido este modo de pobreza, porque pasó su infancia con los
benedictinos, que, en su Regla,
escrita por San Benito, se establecía el trabajo manual, tal como expresa la
famosa exhortación «ora et labora».
Explica que también se le han
hecho varios reparos a este modo de vida. En primer lugar, se 1e tacha de
innecesario, porque: «si después de haber seguido
la pobreza voluntaria es necesario adquirir de nuevo, por medio del trabajo
manual, algo de que sustentarse, fue superfluo el abandonar todas aquellas
cosas que uno poseía para sustento de la vida» [19].
La objeción no es válida,
porque: «la posesión de las riquezas requiere la
solicitud para adquirirlas o, por lo menos, para conservarlas, atrayendo el
afecto del hombre, lo cual no ocurre cuando alguien procura adquirir el
alimento cotidiano por medio del trabajo manual» [20].
En la segunda objeción, se
advierte que si la pobreza voluntaria es para que, «por ella, uno se halla más
expedito para seguir a Cristo», entonces: «parece
requerir mayor cuidado adquirir alguien el sustento con su propio trabajo que
usar para el sustento de la vida de aquellas cosas que poseía, principalmente
si tenía suficientes posesiones o bienes muebles» [21].
Sin embargo, no es así,
porque: «para adquirir mediante el trabajo manual el alimento, que se requiere
para el sustento de la naturaleza, es suficiente
poco tiempo y poco cuidado, más para adquirir riquezas y abastecerse en
demasía, mediante el trabajo manual, como buscan los trabajadores seglares, hay
que emplear o consumir mucho tiempo y tener máximo cuidado»
[22].
La siguiente impugnación se
basa en el Evangelio. Se recuerda que: «El Señor,
apartando a sus discípulos del cuidado de las cosas terrenas, parece
prohibirles, a semejanza de las aves y de los lirios del campo, el trabajo
manual. En efecto, dice: «Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan,
ni encierran en graneros» (Mt 6, 26) y «Mirad
los lirios del campo cómo crecen, no se fatigan ni hilan» (Mt 6, 28)» [23].
Responde Santo Tomás que estas
palabras de Cristo no suponen una condena a este tercer género de vida, porque:
«el Señor no prohibió, en el Evangelio, el trabajo,
sino la preocupación de la mente por las cosas necesarias para la vida.
No dijo: «No queráis trabajar», sino «No queráis estar preocupados». Y lo prueba partiendo de
lo inferior; porque si la divina providencia sustenta a las aves y a los
lirios, que son de naturaleza inferior y no pueden trabajar en aquellas obras
con las que los hombres se procuran alimento, mucho más proveerá a los hombres,
que son de naturaleza más digna y fueron dotados, por Él, del poder de
procurarse el sustento por sus propios trabajos, a fin de que no sea necesario
afligirse demasiado buscando lo indispensable para la vida»
[24].
En cuarto lugar, a este género
vida se le acusa de ser insuficiente, porque hay muchos que desean este modo de
vivir la perfección, que no están capacitados para el trabajo manual o no han
recibido formación para el mismo, Sucede además que: «algunos
que abrazan la pobreza voluntaria enferman o quedan impedidos de cualquier otro
modo para poder trabajar» [25].
La defensa de Santo Tomás es
la siguiente: «Tampoco puede condenarse este género
de vida por no ser suficiente. Porque el que alguien no pueda proporcionarse
por el trabajo manual el mínimo indispensable para el alimento, ya sea por
enfermedad u otras cosas similares, ocurre en contadas ocasiones». Lo
que sucede también en otros géneros de vida.
Además, en éste «queda todavía
cierto remedio», ya que al que su trabajo no le sea suficiente para su
manutención, puede ser ayudado por otro de la misma comunidad, que trabaje más
de lo que él necesite o bien porque sea socorrido por otros, «en conformidad con la ley de la caridad y de la amistad
natural, mediante la cual un hombre socorre a otro indigente»
[26].
Por ello, cuando San Pablo dice: «El que no quiera
trabajar, no coma» [27],
observa Santo Tomás: «añadió, a favor de quienes no
se bastan para procurarse el alimento por su propio trabajo, una advertencia
para los otros, diciendo: «Más vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el
bien» (2 Tes 3, 13)» [28].
En la que sería la quinta
objeción, se dice: «No basta el trabajo de un poco
de tiempo para adquirir lo necesario para la vida». Los que han adoptado
este género de vida, por necesitar emplear bastante tiempo en el trabajo: «quedarían impedidos de ejecutar otras acciones más
necesarias y que requieren también mucho tiempo, como son el estudio y la
sabiduría, la enseñanza y otros parecidos ejercicios espirituales» [29].
Santo Tomás, en su defensa,
advierte que: «para el alimento indispensable basta
con poco, no es menester que quienes se contentan con poco ocupen mucho tiempo
en el trabajo manual para adquirir lo necesario». Por ello: «no se ven
muy impedidos para hacer obras espirituales». Además: «mientras
trabajan manualmente, pueden pensar en Dios, alabarle y hacer otras cosas
similares». Asimismo, debe tenerse en cuenta que: «pueden ser ayudados también con las limosnas de los
demás fieles, para que no queden totalmente impedidos en las cosas
espirituales» [30].
715. –Con esta última respuesta del Aquinate ¿quedan
ya resueltos los ataques a la pobreza propia del monacato benedictino?
–Todavía Santo Tomás presenta
otras dos objeciones, que se basan en una réplica a posibles defensas del
trabajo de los monjes. En la primera, se argumenta: «Si
alguien dijera que el trabajo manual es necesario para huir del ocio, eso no
hace al caso», porque, para ello: «mejor
sería huir del ocio ocupándose en las virtudes morales, a las cuales sirven
orgánicamente las riquezas, por ejemplo, dando limosnas y otras obras
semejantes, que por el trabajo manual».
La segunda es la siguiente: «Si alguien dijera que el trabajo manual es necesario
para domeñar las concupiscencias de la carne», y que, por ello, deben
realizarlo los religiosos, que siguen la pobreza voluntaria, podría decírsele
que: «es posible domeñar las concupiscencias de la
carne de muchas otras maneras; por ejemplo, con ayunos, vigilias y otras cosas
semejantes». Además, no hay una relación necesaria entre pobreza,
trabajo y castidad, porque: «los ricos, que no
tienen necesidad de trabajar para procurarse el sustento, pueden servirse también
del trabajo manual con este fin» [31].
En su respuesta a ambas
objeciones, admite esto último, porque advierte Santo Tomás: «aunque no se
abrace la pobreza voluntaria para huir del ocio o macerar la carne con el
trabajo manual, pues esto también pueden hacerlo quienes poseen riquezas», no
obstante, debe admitirse que: «es indudable que el
trabajo manual sirve para lo dicho, prescindiendo de la necesidad de ganarse el
alimento». Por consiguiente: «por estos
motivos no es inminente la necesidad de trabajar para aquellos que tienen o
pueden tener otras cosas de que vivir lícitamente; porque sólo la necesidad de
alimento fuerza al trabajo manual» [32],
y, por ello, dada su pobreza, trabajan los monjes.
716. –Después de la aparición, en el siglo VI, con San
Benito de Nursia del tercer modo de vivir la pobreza ¿surgió otro género de
vida?
–Santo Tomás, que ingresó en
la recién fundada orden mendicante, fundada por Santo Domingo de Guzmán en los
inicios del siglo XIII, y que había participado activamente en la defensa a la
ofensiva contra dominicos y franciscanos –los frailes de la otra orden
mendicante, fundada por San Francisco de Asís–, se ocupa del género de vida,
que se vivía en las órdenes mendicantes. Caracteriza este cuarto modo de vivir
de los frailes, distinto del de los monjes, como: «el
de los que siguiendo la pobreza voluntaria viven de lo que les dan otros». Nota
también: «este género de vida parece haberlo
observado el Señor con sus discípulos, pues se lee, en el Evangelio, que
seguían a Cristo: «algunas mujeres» que «le ayudaban con sus bienes» (Lc
8, 2-3)».
A algunos, sin embargo: «con todo, este género de vida tampoco les parece
conveniente». Aducen varios motivos. En primer lugar, por una parte: «no parece razonable que uno renuncie a lo suyo y viva de
lo ajeno. Por otra: «parece inconveniente
que alguien reciba de otro una cosa y no le pague nada; porque en dar y recibir
se observa la igualdad de la justicia (…) parece, por tanto, inconveniente que
aquellos que no sirven al pueblo en ningún oficio reciban del pueblo lo
necesario para la vida» [33].
Frente a este doble motivo
conexionado, replica Santo Tomás que: «No hay
inconveniente en que aquel que renuncia a lo suyo a cambio de algo que redunda
en beneficio de los otros, se sustente de lo que otros le dan». Así, por
ejemplo, ocurre con los soldados, que son útiles, porque defienden al pueblo y
son sostenidos por el mismo, y de manera parecida: «quienes
adoptan la pobreza voluntaria para seguir a Cristo, renuncian ciertamente a
todas las cosas para consagrarse a la utilidad común, como ilustrando al pueblo
con la sabiduría, la erudición y los ejemplos, o confortándolos con su oración
e intercesión».
Por esta misma razón: «es también evidente que no viven vergonzosamente de lo
que otros les dan, pues les devuelven mayores bienes, recibiendo bienes
corporales para alimentación y aprovechando a los otros en los bienes
espirituales» [34].
Un tercer motivo, que se aduce
sobre su inconveniencia es el siguiente: «Este
género de vida parece que es también perjudicial a otros. Pues hay algunos que
por su pobreza y enfermedad no pueden bastarse a sí mismos y necesitan
alimentarse de los beneficios de otros, y estos beneficios han de disminuir
necesariamente, si los que siguen voluntariamente la pobreza han de sustentarse
de lo que otros les dan» [35].
Queda igualmente rebatido por
Santo Tomás, porque escribe: «Ocurre que los que
progresan por sus ejemplos se aficionan menos a las riquezas, viendo que otros
renuncian totalmente a ellas a cambio de la vida perfecta». Además, las
riquezas recibidas: «las distribuyen más
generosamente ante las necesidades ajenas. Por ello, los que adoptan la pobreza
voluntaria: «se hacen más útiles a los otros pobres que perjudiciales, por
provocar a otros con sus palabras y ejemplos a obras de misericordia» [36].
717. –En este nuevo género de vida –que viven los
«pobres de Cristo», tal como les denomina el Aquinate– ¿se le hacen, como en
el anterior, más objeciones?
–Se le hacen otras cinco
objeciones más. En la que sería la cuarta del total, se dice que este género de
vida de los mendicantes: «impide la perfección de la virtud, que es el fin de
la pobreza voluntaria», ya que obstaculiza o imposibilita «la libertad de espíritu», o libertad interior, y,
«quitada ésta, los hombres fácilmente «vienen a
participar de los pecados ajenos» (1 Tm 5, 22), o
consintiendo expresamente, o adulando, o al menos disimulándolos», pues «no puede menos de ocurrir que el hombre tema ofender a
aquel de cuyos beneficios vive» [37].
Sin embargo, considera Santo
Tomás que tal objeción no afecta a la pobreza de los frailes mendicantes,
porque, por vivir la pobreza de este modo: «no
pierden la libertad de ánimo por lo poco que reciben de los demás para
sustentar la vida». Sólo se pierde la libertad interior: «por las cosas que dominan el afecto», y, en este
caso: «al hombre se le da lo que menosprecia» [38].
Además, se objeta, en quinto
lugar, que si «depende de la voluntad del donante
dar sus cosas propias», y como «no podemos
disponer de lo que depende la voluntad de otro», en este nuevo «género de vida
no se provee suficientemente» [39].
A ello, responde Santo Tomás que no ocurre así, porque: «no depende de la voluntad de uno, sino de muchos». Además: «es probable que en la congregación del pueblo fiel haya
quienes socorran espontáneamente las necesidades de aquellos a quienes
reverencian por la perfección de su virtud [40].
En la sexta objeción, se
afirma que la vida de mendicidad de los frailes es un «género
de vida nocivo» para ellos, porque, como a religiosos, «conviene que sean reverenciados y amados, para que de
este modo los hombres les imiten más fácilmente y sigan con noble emulación el
estado de la virtud». Por el contrario: «tal
mendicidad vuelve despreciables y hasta gravosos a los pobres, pues los hombres
se creen superiores a aquellos que necesitan ser alimentados por ellos» [41].
En su respuesta, Santo Tomás precisa: «esta
mendicidad si se hace moderadamente, para lo necesario, no para lo superfluo, y
sin importunar, no vuelve a los hombres despreciables, considerada la condición
de las personas a quienes se pide y las circunstancias de lugar y tiempo [42].
La argumentación de la séptima
objeción a los religiosos, que viven de limosnas, parte de este hecho: «la mendicidad tiene apariencia de mal, ya que muchos
piden limosna por lucro». Añade que: «los
hombres perfectos no sólo han de huir del mal, sino también de lo que tiene
apariencia de mal, pues tal como dice San Pablo: «Absteneros de toda apariencia
de mal» (Tes 5, 22). También Aristóteles dice que se ha de huir no sólo
de las cosas indecentes, sino también «de las que
parecen indecentes» (Ética, IV, 15)» [43].
Responde Santo que: «tal mendicidad no es
deshonrosa, como lo sería si se hiciese importuna e indiscretamente y para
placeres y cosas superfluas» [44].
La octava objeción es la
siguiente: «Este modo de vivir de limosna requiere
mucho cuidado, pues parece necesitar mayor cuidado adquirir lo ajeno que usar
lo propio». Con ello, no se cumple la finalidad de la pobreza
voluntaria, que: «la mente del hombre, libre del
cuidado de las cosas terrenas, se dedique más libremente a Dios» [45].
Santo Tomás ya había rebatido este tipo de argumentación, al responder a la
segunda objeción, que se hace al tercer género de vida, y observar que el
cuidado a lo terreno es menor que el de los demás, porque sólo lo es para la
propia sustentación [46].
Por último, en noveno lugar,
se crítica este género de pobreza, porque: «si
alguien quisiere alabar la mendicidad por lo que tiene de humildad, hablaría,
al parecer, sin razón alguna». Hay humildad en cuanto: «se desprecia la grandeza terrena que consiste en las
riquezas, honores, fama y otras cosas por el estilo». Sin embargo, no la
hay en cuanto: «se desprecia la grandeza de la
virtud, respecto de lo cual tenemos que ser magnánimos»; y, en este
caso: «la mendicidad se opone a la excelencia de la
virtud, ya porque «mejor es dar que recibir» (Hch 20, 35), ya porque tiene apariencia de bajeza» [47].
Reconoce Santo Tomás, en su
réplica, que: «la mendicidad se hace con cierto
envilecimiento, porque así como padecer es menos noble que hacer, Así también
recibir es menos noble que dar». Sin embargo: «si
es necesario, para seguir la perfección de la vida pobre, que alguien mendigue,
toca a la humildad el soportar esta abyección».
Advierte también que debe
tenerse en cuenta que: «incluso algunas veces
corresponde a la virtud el aceptar cosas abyectas, aunque no lo exija nuestro
oficio, para que con nuestro ejemplo excitemos a otros a quienes corresponde
hacerlo, a fin de que lo soporten más fácilmente». Igualmente, que: «otras veces nos servimos también de lo abyecto por
virtud como de cierta medicina. Por ejemplo, si uno es propenso a un orgullo
inmoderado, se aprovecha útilmente, con la debida moderación, de las
abyecciones espontáneas o impuestas por otros, para reprimir el orgullo» [48].
718. –Después de tratar el modo de pobreza de las
ordenes mendicantes, ¿refiere el Aquinate algún nuevo género de vida?
–Parece aludir seguidamente a
los grupos de franciscanos disidentes que aparecieron en la última parte del
siglo XIII, y que después se denominaron «fraticelli», al escribir: «Hubo también algunos que, siguiendo la pobreza
voluntaria, decían no se había de tener ningún cuidado, ni pidiendo limosna, ni
trabajando, ni reservándose algo, sino que se debía esperar únicamente de Dios
el sustento de la vida, según aquello que se dice en el Evangelio: «No os
inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre
que os vestiréis» (Mt 6, 25), y, en otro lugar: «No
os inquietéis por el día de mañana» (Mt 6, 34)».
Advierte Santo Tomás que: «esto parece una sinrazón total», porque, en
primer lugar, puesto que los hombres «no pueden
vivir sin comer, han de tener algún cuidado en buscar la comida», y «sería necio querer el fin y despreciar lo que se ordena
al fin».
En segundo lugar: «no ha de despreciarse la solicitud de las cosas
terrenas, que son necesarias para la vida, porque sean impedimento de la
contemplación», porque: «no puede un hombre, dotado de cuerpo mortal, vivir sin
hacer muchas cosas que impiden la contemplación, como dormir, comer y otras
cosas semejantes».
Por último, en tercer lugar: «seguiríase además un absurdo espantoso, pues por
idéntica razón se puede decir que el hombre debería dejar de caminar o abrir la
boca para comer, o huir de la piedra que cae o de la espada que amenaza,
esperando que Dios interviniera; lo cual es tentar a Dios» [49].
Se sigue de ello que también: «es totalmente absurdo el error de quienes piensan que el
Señor les ha prohibido la preocupación de adquirir el sustento. Pues todo acto
requiere una preocupación». Se explica, porque: «Las
acciones corporales se ordenan a lo que es necesario para la conservación de la
vida, si alguien las abandona descuida su vida, que cada cual debe conservar. Y
esperar al auxilio divino, sin hacer por nuestra parte, en aquellas cosas que
cada uno puede realizar por sus medios, es propio del necio y del que tienta a
Dios», porque se pide infundada e imprudentemente su intervención.
Es innegable que: «no se ha de esperar que al omitir uno la acción propia
con que puede valerse, Dios le ayude, puesto se opone a lo dispuesto por Dios y
a su bondad», que ha proporcionado a las cosas sus propias acciones. Sin
embargo: «aunque en nosotros esté el obrar, no lo está el que nuestras acciones
alcancen su debido fin, por los impedimentos, que pueden sobrevenir; y con ello
el resultado de la acción propia de cada uno queda subordinado a la divina
disposición».
Así se desprende también del
Evangelio, porque: «ordenó el Señor que no debemos
afanarnos por lo que a Él le pertenece, es decir, los resultados de nuestras
acciones; pero no prohibió que dejáramos de afanarnos por lo que nos pertenece,
o sea, por nuestras acciones (cf. Mt 6, 25-34)».
No es contrario a este
precepto el ejecutar las acciones que deben realizarse. No debe suprimirse el
actuar, sino el afanarse y preocuparse por los posibles impedimentos a sus
efectos: «contra los cuales debemos esperar en la
providencia de Dios, que sustenta también a las aves y las plantas». De
manera que: «el afanarse así parece pertenecer al
error de los gentiles, que niegan la divina providencia».
Recuerda Santo Tomás que, en
este pasaje evangélico sobre el cuidado de Dios: «concluye el Señor: «No os inquietéis, pues, por el mañana» (Mt 6, 34)».
Explica seguidamente que: «Con ello, no prohibió
que conserváramos lo que nos es necesario a su tiempo para el mañana, sino el
que nos inquietáramos por los sucesos futuros, como desesperando del auxilio
divino; o también que no nos inquiete hoy el cuidado que hemos de tener mañana,
ya que cada día tiene su propia preocupación. Por lo cual añade: «le basta a
cada día su afán» (Mt 6, 34)».
719. –Concluye el Aquinate, al finalizar su estudio
sobre la pobreza evangélica, que: «quienes siguen la pobreza voluntaria pueden
vivir varios géneros de vida, todos ellos convenientes. Entre los cuales tanto
más laudable es un género de vida cuanto más libra el alma de la solicitud y
ocupación de las cosas corporales» [50].
¿Se desprende de ello que considera que las riquezas son malas?
–Afirma Santo Tomás que, por
una parte: «Las riquezas exteriores son necesarias,
sin duda alguna, para el bien de la virtud, en cuanto que por ellas sustentamos
el cuerpo y socorremos a los demás». Por consiguiente: «las riquezas son buenas en cuanto son útiles al
ejercicio de la virtud; más, si se excede esta medida de manera que impida el
ejercicio de la virtud, no han de computarse entre las cosas buenas, sino entre
las malas».
Las riquezas, por tanto,
pueden emplearse para bien o para mal. De ahí que: «para
algunos, que usan de ellas para la virtud, sea bueno poseer riquezas»;
en cambio: «para otros, que por ellas se apartan de
la virtud, ya por demasiada solicitud, ya por demasiado apego a las mismas o
por la distracción de la mente que de ellas proviene, es malo el poseerlas».
Por otra parte: «la pobreza es laudable en cuanto libra al hombre de
aquellos vicios en que algunos caen a causa de la riqueza». Sin embargo:
«en cuanto que la pobreza obstaculiza el bien que
las riquezas ocasionan, como el socorro a los demás y la propia sustentación,
es completamente mala, a no ser que la ayuda que se presta al prójimo en las
cosas temporales pueda compensarse con un bien mayor, por ejemplo, porque el
hombre que carece de riquezas puede dedicarse más libremente a las cosas
espirituales y divinas (…) pero de tal manera que con ella le quede al hombre
posibilidad de alimentarse de un modo lícito, para lo cual no se requieren
muchas cosas» [51].
Además, como advierte Santo
Tomás en la Suma Teológica: «La sobreabundancia de las riquezas, lo mismo que la
mendicidad, son de evitar por aquellos que aspiran a llevar una vida virtuosa,
en cuanto son ocasiones de pecado, pues la abundancia es ocasión de soberbia, y
la mendicidad ocasión de hurtar, de mentir y hasta de perjurar» [52].
En cambio, añade: «la pobreza voluntaria no tiene
este peligro» [53].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 131.
[52] ÍDEM, Suma
teológica, III, q. 40, a. 3, ad 1. En la objeción, que se responde, se
citan los siguientes versículos de los Proverbios, ya citados, que,
en la respuesta, glosa Santo Tomás: «No me des ni pobreza ni riqueza. Dame sólo
lo que he de menester. No sea que si me harto, me incline a negarte, y diga:
¿Quién es el Señor?. O que necesitado robe y perjure el nombre de mi Dios»
(Prov 30, 8-9).
Eudaldo Forment
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