Cristo al unirse en
cierto modo a cada hombre hace que la humanidad de cada hombre se vuelva vía
para afirmar el Misterio cristiano.
Por: Hernán Bressi | Fuente: Catholic.net
1.- LA MISIÓN DE LA TEOLOGÍA
La Teología tiene en su última raíz en la procesión eterna del Verbo y
en su Encarnación; narrándonos los misterios del seno del Padre primero en la
voz de los Profetas y últimamente, en la carne mortal de Cristo. Cristo es la
teología encarnad de Dios; Él vino a hablarnos de Dios en lenguaje humano.
Penetrar y explicar esa revelación de Dios, es el dulce, delicado y
fructuosísimo aunque difícil trabajo del teólogo. Trabajo necesario hasta el
fin de los siglos. La tarea capital de la Teología es la de aproximar nuestra
inteligencia a los misterios de la fe, valiéndose de “analogías” (semejanzas),
y comparándolas e insertándolas en las ideas y conceptos de nuestro espíritu.
Dios se conoce perfectísimamente a sí mismo desde toda la eternidad expresando
su propio ser en un “verbo” interior, que
estaba en el principio, y estaba con Dios y El mismo era Dios. En cambio,
nuestros conceptos son pobres, imperfectos, adoleciendo de debilidad.
Los teólogos jamás podrán agotar las profundidades del misterio
escondido en Dios. La teología tampoco es una metafísica sobrenatural abstracta
cuyo único oficio es sistematizar las verdades reveladas sino que también debe
interpretar e impregnar los signos de los tiempos actuales, la vida real del
mundo y la historia concreta del Cuerpo Místico en el que actúa ya, en germen,
el “Reino de Dios” esperando la definitiva
revelación de nuestro Señor Jesucristo en su segundo advenimiento:
“…Nada os falte en don alguno, mientras llega para
vosotros la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”
(I Corintios, 1,7)
(I Corintios, 1,7)
Pero no por esto, la Teología deja de ser una ciencia humana en el
estricto sentido aristotélico de la palabra. Es una ciencia humana, es verdad,
pero subalternada a la ciencia del Verbo. El hábito teológico es, en sí mismo,
natural y adquirido; pero su raíz que es la fe -hábito de los primeros
principios sobrenaturales- es sobrenatural e infuso. La Teología está emplazada
entre la fe y la visión beatífica en el Verbo. Su fuente primera es la fe pero
no puede alejarse de ella sin dejar de ser ciencia, como la filosofía no puede
renunciar al sentido común sin dejar de ser filosofía.
Todo cristiano es virtualmente teólogo porque posee los principios del
orden sobrenatural que son los artículos de la fe recibidos en sus primeros
años de catecismo como un proceso científico que deduce conclusiones
virtualmente contenidas en estos principios. Del mismo modo, que todo hombre es
virtualmente filósofo porque posee los primeros principios del orden natural.
Pero la Teología, adolece de cierta imperfección que le viene no de su misma
estructura interior sino por razón del estado vial en que nos hallamos: será
perfecta cuando se continué por la posesión de Aquel que tiene su ciencia
subalternante: el Verbo.
“…La Sagrada Teología se apoya, como en
cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la
Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de
continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el
misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por
ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio
de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También
el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y
toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la
homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la
misma palabra de la Escritura”.
(Dei Verbum, 24)
(Dei Verbum, 24)
La visión beatífica hará evidentes los principios que ahora sólo son
creíbles. Toda Teología tiende al Verbo, como toda ciencia subalternada tiende
a su ciencia subalternante. El hábito teológico, fruto del estudio, permanecerá
en el cielo, pero el hábito de la fe, raíz de la Teología se mudará en visión. “…Seremos semejantes a Él. ¿Por qué?...Porque lo veremos
cómo es en sí”.
2.- REVELACIÓN Y FE.
La religión católica es una religión revelada por Dios. El Concilio
Vaticano I nos enseña que la revelación es moralmente necesaria para que estas
verdades sean conocidas “…por todos, fácilmente, con certeza y sin
mezcla de error”. En cambio el contenido propio de las
verdades que constituyen una fórmula de fe o un dogma del Cristianismo, excede
totalmente la capacidad cognoscitiva de la inteligencia, por consiguiente solo
puede sernos comunicada por la revelación divina y por lo mismo debe ser creída
por fundarse en el testimonio infalible del mismo Dios. Ejemplo: Dogma de
la Inmaculada Concepción.
El Concilio Vaticano II nos profundiza esta doctrina diciéndonos en la
Constitución Dogmática Dei Verbum punto 2 que:
“… Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí
mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres,
por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu
Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta
revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran
amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos
en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en
la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos
significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las
obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca
de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en
Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”.
La revelación como testimonio o preparación para señalar la verdadera
revelación de Dios en el sentido pleno de la palabra se completó con la venida de Jesucristo, se inicia desde tiempos muy remotos
por intermedio de hombres que hablaban en nombre de Dios y movidos o inspirados
por Dios. La misión de estos “anunciadores” de la divina voluntad llamados
Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento consistió en señalar a
Cristo. Según la doctrina católica, Dios por medio de la revelación
primitiva reveló
ya muchas verdades a los primeros hombres como las relacionadas con el Misterio
de la Trinidad y de la Encarnación. La vida pública, Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo demostró que Él era enviado de Dios para traer a los
hombres la Verdad. Según su propio testimonio, es el Hijo de Dios
hecho hombre y
la Verdad Encarnada (Jn 14, 6). Es la aparición de Dios y de la Verdad divina
bajo los velos de la carne. Es la Revelación Personal de Dios.
A esto encuentro personal con la Persona de Cristo responde el hombre
con Fe. A este llamado y seguimiento a Cristo. El sentido íntimo y propio de la
fe es la aceptación a Cristo, un Sí rotundo a su revelación. La fe es un acto espiritual con Cristo. “…Cristo habita por la fe en nuestros corazones”,
dice San Pablo. El despojo del hombre viejo en conversión del hombre nuevo en
Cristo. La metanoia de nuestros corazones nos hace entrar en contacto
con Cristo. Por consiguiente “creer” significa
entrar en contacto con la Persona de Cristo que es la “Palabra
del Padre” por la cual entramos en contacto con el Padre. Es la plenitud
y fuente de vida. El acto de fe es un acto moral que nos lleva a una entrega
total a Cristo. Creer implica un inmenso enriquecimiento interior; es
apropiarse la ciencia divina e iluminar con su indefectible claridad los
problemas de nuestro propio ser y el fin último de nuestra existencia. Santo
Tomás nos enseña que “…creer es el acto del entendimiento que asiente a la verdad divina
imperada por la voluntad, a la que Dios mueve por la gracia”[1]. “…En la definición de la fe
entra la realidad esperada, porque el objeto propio de la fe es una realidad no
evidente en sí misma. De ahí que fuera necesario designarla por esa
circunlocución mediante algo que viene en pos de la fe”[2].
El hombre por su propia naturaleza religiosa, anhela y necesita ordenar
y reunir en una síntesis sistemática, las diversas fórmulas o artículos de fe
para poder comprender la conexión íntima de unas con otras y de este modo
testimoniarla mediante el apostolado. De este amor a la Verdad Revelada y de
este anhelo de sistematizarla nace la Teología.
El dogma, al afirmar una verdad fundada en la autoridad divina, es un
estímulo a la inteligencia; la solicita y la urge para investigar la creación
en todas sus direcciones hasta encontrar su armonía con la fe.
3.- EL ESPLENDOR DE
LA VERDAD EN CRISTO
Karol Wojtya es uno de los principales exponentes del personalismo
polaco. Fue el alma de la escuela ética de Lublin. Discípulo de Kazimierz Wais.
Su Magisterio Pontificio es un desarrollo sistemático del Concilio Vaticano II
influenciado por la ética de Max Scheller, de quién toma y analiza la
experiencia moral entendida como fuente epistemológica de la ética clásica, el
personalismo del humanismo integral de Jacques Maritain, una síntesis de
fenomenología kantiana y tomismo construyendo una antropología moderna sobre la
estructura central de la persona humana con el fin de edificar una “civilización del amor” por medio de la defensa de los derechos del
hombre (DD.HH.), la democracia, el diálogo interreligioso, la evangelización de
la cultura, una filosofía de la Familia, la bioética y la educación que implique un esfuerzo de superación entre
subjetivismo y objetivismo, entre idealismo y realismo. La lectura de San Juan
de la Cruz será para él una revelación. Su tesis doctoral en teología tendrá
como finalidad objetivar la experiencia subjetiva de la fe tal y como San Juan
de la Cruz la describe. Estas intuiciones adquirirán una forma más articulada,
clara y amplia en la que muchos años más tarde será su Encíclica programática:
Redemptor hominis al asumir la cátedra de Pedro adoptando el
nombre de Juan Pablo II. Cristo al unirse en cierto modo a cada hombre hace que
la humanidad de cada hombre se vuelva vía para afirmar el Misterio cristiano.
S. Juan Pablo II veía con suma atención y preocupación los intentos del
mundo moderno por destruir la familia como cimiento de la sociedad cristiana.
Por eso, dedico gran parte de su magisterio a la importancia de la subjetividad
social de la familia como fundamento sólido y perenne de la ¨civilización del amor¨ mediante poderosas
reflexiones económicas, políticas, sociales, filosóficas y teológicas. Un
enfoque necesariamente multidisciplinario desde la perspectiva de la Fe.
El problema del constituirse de la cultura a través de la “praxis” humana. En ella expone la prioridad del
hombre como sujeto de la acción humana y su consecuencia metodológica: la acción como camino para entender a la persona. La
fecundidad de la prioridad praxeológica de lo humano al interior de la acción
permitirá entender cómo la persona se construye a sí misma al momento de
construir el mundo. Además ayudará a entender que la subjetividad de la persona
se participa al ser y hacer-junto-con-otros. Por lo que será posible hablar
propiamente de que la sociedad posee «subjetividad»
cuando el modo humano de la acción, es decir, la acción solidaria, se
establece como dinámica estable en una comunidad. El tema de la “subjetividad social” será una de las claves para
comprender la propuesta antropológica de las Encíclicas Solicitudo Rei
Socialis y Centesimus Annus.
En la Segunda
Instrucción sobre la Teología de la Liberación, (Sobre Libertad
cristiana y liberación) del 22-3-1986 publicada
por la Congregación para la Doctrina de la Fe en sus puntos 43-60, podemos
vislumbrar el verdadero sentido de liberación en y por Cristo propuesto por S.
Juan Pablo II cuando nos dice que la verdadera liberación se regocijo en la
figura de Cristo Crucificado. La acción redentora de Cristo nos liberó de la
muerte y del pecado. Esta libertad dada por Cristo nos religo a la comunión con
el Padre. En esta comunión el hombre encuentra su verdadera libertad.
La concepción cristiana de libertad se encuentra en la gracia de la fe y
de los sacramentos de la Iglesia. El hombre emprende durante toda su vida en la
tierra un combate espiritual por su salvación según las armas de Dios. Este
combate no anula la libertad. El Espíritu Santo es la fuente de verdadera
libertad y la caridad es el cumplimiento pleno de su ley. La iglesia, fiel a
esta vocación, nos muestra el verdadero camino de liberación promoviendo la
dignidad de la persona y ahuyentándonos de toda forma de opresión. La felicidad
la alcanzaremos si hacemos buen uso de nuestro libre albedrío alcanzando la
Jerusalén Nueva, ciudad de libertad. La salvación de nuestra alma es la
glorificación de la libertad. No se puede reducir esta concepción a un plano
político terrenal. La forma es una forma de injusticia que clama su pronta
solución pero su sentido más profundo se alcanza cuando se es liberado de las
redes del pecado y no por milagro de ideologías políticas.
La misión confiado por Cristo a la Iglesia es la de anunciar la verdad
revelada y de esta modo iluminar las conciencias. La salvación integral del
mundo es el fin buscado y las bienaventuranzas anunciadas por Jesús manifiestan
la perfección de ese amor evangélico. El compromiso con los asuntos temporales
al servicio del prójimo liberándolos del pecado y del maligno es la misión
evangelizador y salvífica por excelencia de la Iglesia. La Iglesia nos muestra
el camino para nuestra salvación y no se aparta del mismo cuando se pronuncia
sobre la promoción de la justicia y la dignidad del hombre. Instigar la
formación moral del carácter y sedimentar la vida espiritual de los hombres.
La dimensión soteriológica de la liberación no puede reducirse a la
dimensión socio - ética. La DSI ofrece principios de reflexión, criterios de
juicio y directrices de acción para lograr instaurar el Reino de Dios en los
asuntos temporales preservando el fundamento supremo que es la dignidad del
hombre estando ligados íntimamente el principio de solidaridad y de
subsidiariedad. La DSI emite a la luz de sus principios sobre los métodos
estructurales y culturales marcados por el pecado que influyen sobre el hombre
respetando siempre su responsabilidad y no imponiendo ningún sistema en
particular. La conversión de los corazones es el camino más sólido para obtener
verdaderos cambios que enaltezcan la dignidad del hombre. Los medios de acción
para la consecución de este fin deben estar en conformidad con la dignidad del
hombre respetando su libertad.
4.- LA CONVERSIÓN
DEL MUNDO A CRISTO.
La civilización actual debe ser transformada por la civilización del
amor. Las estructuras del pecado deben dejar paso al Reino social de Cristo y
por su medio la salvación de los hombres. El acceso a la cultura y la educación
del trabajo son medidas fundamentales para este fin. El modelo a seguir se
encuentra en la figura de Jesús de Nazaret. El trabajo es la clave de toda la
cuestión social. Todo hombre tiene derecho a un trabajo digno que enaltezca su
dignidad. El trabajo debe ser anterior al capital. El Estado debe ser el
garante para este fin pero muchas veces puede ser llamado a intervenir
directamente. El esfuerzo laboral de los hombres debe estar orientado al bien
común nacional e internacional. Todo hombre debe tener acceso a aquellos bienes
necesario para su planificación. La solidaridad debe alentar este espíritu. Los
países ricos deben asistir a los países más pobres por el destino universal de
los bienes. El Estado tiene que eliminar el índice de analfabetismo en la
sociedad. La cultura y la educación no tienen que ser utilizadas como factores
al servicio del poder político y económico; la tarea educativa es
responsabilidad de la familia. La inculturación no puede seguir llevando a los
pueblos al subdesarrollo. El evangelio tiene que impregnar la cultura de la
nación. La Iglesia es la única que une la diversidad y unidad en beneficio de
la persona. Sólo con un verdadera y sincera metanoia en Cristo, las sociedades
y el hombre podrán dignificarse y alcanzar la concordia y un desarrollo
integral que lo enaltezca. Mientras los gobiernos sigan alentando y sosteniendo
la apostasía con un orden jurídico que de carta de ciudadanía y residencia a la
cultura de la muerte en las sociedades del siglo XXI, las opciones no serán muy
alentadoras para el desarrollo integral y trascendental del hombre.
[1]Summa Theologiae 2-2, q. 2, a. 9
[2]Op.cit., 2-2ae, q. 17
[2]Op.cit., 2-2ae, q. 17
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