CARTAS AL DIRECTOR
A la atención
del Director; doctores, enfermeras y servicio de atención al paciente de los
centros hospitalarios.
SOMOS MUJER E HIJOS DE UN ENFERMO DE CÁNCER,
FALLECIDO RECIENTEMENTE EN LA HABITACIÓN DE LA PLANTA DE ONCOLOGÍA DE UN CENTRO
HOSPITALARIO ESPAÑOL.
No pretendemos comentar la
praxis médica: al enfermo, tras meses ingresado,
todo se le complicó y le llegó su hora.
El motivo de la carta es
aportar una reflexión que esperamos sea: «atendida
y entendida» en la medida de la buena intención con que se expresa.
Hace días salió en televisión
el caso de una chica llamada Noa, holandesa, de 17 años que por problemas no
superados causados por repetidas violaciones y tras varios intentos de
suicidio, se puso en manos de los médicos para hacer desaparecer su dolor: para ello fue sedada, dejo de comer y beber, se le paró
el corazón y murió. Se interpretó como una variante de la eutanasia.
Aunque no es el caso que nos ocupa, en el que no hubo deseo de suicidio, sí lo
es en la medida que existe reconocimiento implícito de que la sedación quita a
la persona la conciencia de existir y el alimento y le conduce a la muerte.
De
todos es sabido que en la mayoría de hospitales para enfermos en estado
terminal, sedar para morir es práctica habitual. La ideología hedonista ha
calado en la praxis médica tanto como en la sociedad. En la atención al
paciente es prioritario quitar al enfermo cualquier dolor o molestia, por leve
que sea, sobre todo a la hora de afrontar la muerte.
El problema surge a la hora de
aplicar la sedación a un enfermo terminal. Por su trascendencia, esta sedación
se debería aplicar con especial honestidad, sin enmascarar la verdad, para que
sea el enfermo (o sus familiares en caso de incapacidad del enfermo) quien
decida libremente cómo afrontar la muerte.
En
la práctica hospitalaria se solicita autorización del enfermo o familiares para
sedarlo, pero al enfermo no se le informa de que sedarlo significa perder la
conciencia para morir, de forma que el enfermo sedado muere sin saber que va a morir. Para
probar que es cierto, relato el ejemplo de mi marido (y me consta no es el
único).
Mi marido falleció un día 13 a
las 4 de la tarde. Pues bien, el día 11 por la noche había venido un doctor de
la unidad de dolor; nos sacó de la habitación y nos propuso la sedación. Mi
marido estaba consciente, sin dolor, un poco adormilado por la morfina y
respirando despacio, pero sin agobio. El día 12 la doctora de guardia nos
advirtió de su extrema gravedad y de nuevo nos propuso la sedación, aunque mi
marido continuaba tranquilo. Por la mañana del día 13, el oncólogo de planta
que lo trató durante el ingreso, nos saca a mis hijos y a mí al pasillo y pide
consentimiento para sedarlo. Mi marido continuaba consciente, sin dolor; su
respiración era débil, pero en absoluto daba sensación de ahogo, estaba
tranquilo; incluso felicitó por su santo a nuestra hija Fátima.
Ante mi negativa a la
sedación, el doctor, a nuestro juicio de forma obsesiva e injustificada
dado el estado del paciente, dijo textualmente: «se
lo voy a preguntar a su marido y si dice que sí, lo sedo, diga usted lo que
diga».
Fui rezando por el pasillo
camino de la habitación, porque era una tema que habíamos hablado y mi marido
siempre rechazó morir sedado, pero me sentí indefensa ante la pertinaz tozudez
del doctor. El doctor pasó a la habitación, se acercó
a mi marido y le dijo: “José María ¿quieres que te quitemos la sensación
de ahogo que tienes?". Mi marido dijo: “SI", pero de inmediato
intervine yo y le dije: “José, te quieren sedar, ¿quieres que te seden?” Y sin
dudarlo mi marido con la cabeza y la voz débil dijo: “NO".
Con evidentes signos de enfado
el doctor sale de la habitación, se dirige a mí y dice: «¡Su pregunta es capciosa, está mal formulada!». ¡Casi no lo podía creer!:
¿capciosa?¿ mal formulada? La pregunta capciosa, engañosa y mal
formulada era la del doctor, no la mía. No quise discutir; pero en mi interior
sentí el dolor de ver la tremenda realidad: los médicos están tan acostumbrados
a la muerte, que algunos no tienen ni idea de lo que significa morir.
En el pasillo, con gran
indignación, el doctor se dirige a la enfermera y le dice: “Éste no llega a tres horas". Cuando vino el
sacerdote a asistirle, una enfermera se dirige a él y le dice: “Éste pronto se reúne con su jefe".
¿Éste?, ¿acaso
no le conocían? Después de varios meses de internamiento, de hablar con él a diario, de
nuestro buen comportamiento como enfermo y acompañante ¿esa
es la forma correcta de tratarnos?, ¿no les quedaba un poco de afecto y
respeto?, ¿qué son los enfermos para ellos?
Pues
sí, en efecto fue así: mi marido falleció en más o menos cinco horas. Pero
gracias a que no fue sedado, fueron las horas más importantes de su vida; se
crea en ello o no (creer o no creer, no cambia la realidad).
Gracias
a conservar la conciencia mi marido la mañana del 13 confesó, recibió la Unción
de enfermos y la indulgencia plenaria y mientras agonizaba, a los pies de su
cama, se celebró la Santa Misa. Con esas ayudas cristianas su espíritu estaba tranquilo, consciente
del cariño de toda su familia, pues todos nos pudimos despedir de él, el
enfermero fue testigo. Expiró con toda paz poco después de finalizar la
Eucaristía y en esos momentos recibió la recomendación del alma, práctica
cristiana que acompaña al alma cuando se separa del cuerpo.
LO EXPUESTO PONE DE
MANIFIESTO LA IMPORTANCIA QUE TIENE:
a) defender el derecho del
enfermo de afrontar la muerte con la mayor dignidad; como la realidad más
importante de la vida;
b) recordar al médico la
obligación moral y humana de informar al enfermo y familiares de los distintos
medios (humanos y religiosos) que facilitan el tránsito al enfermo; dejando al
margen cualquier ideología y
c) ofrecer al enfermo y a la
familia los servicios religiosos, con la misma naturalidad con que se ofrecen
los cuidados paliativos de la sedación. ¡Es lo justo! y sin embargo no es
así.
Los
médicos no se sienten responsables de informar a los enfermos de los servicios
religiosos, pero sí de la sedación; argumentan que los servicios religiosos, son una opción de fe, pero
obvian que la sedación es una opción de la ideología hedonista, que propone
eliminar de la existencia humana cualquier dolor o impresión desagradable como
objetivo prioritario a cualquier otro por importante que sea, como es el caso
que nos ocupa.
Antes de quitar la conciencia,
los médicos deberían ser conscientes que son expertos en el cuidado de la vida;
pero la muerte es una cuestión ontológica, que no entra en el plan de estudios
de Medicina, y por tanto en su competencia.
Sedar
al enfermo terminal es un acto de responsabilidad, que requiere un conocimiento
profundo de lo que significa la muerte. Solo el enfermo (o familiares en caso
de imposibilidad ) debe dar el consentimiento de como morir y así:
a) unos elegirán la sedación por
diversos motivos, tal vez por falta de fe en la trascendencia, porque el dolor
resulte inaguantable o bien simplemente por miedo al trance
b) otros elegirán la atención
religiosa, recibir los sacramentos cuya acción sobrenatural como la sedación
llenan el alma paz y aceptación, vivir la muerte conservando la conciencia,
como el paso necesario a la eternidad .
Lo cierto es que la práctica
denota por parte de los médicos y en general de la praxis
hospitalaria: a) una profunda ignorancia de la realidad humana de la muerte b)
una imposición ideológica; c) un abuso impropio de un estado democrático, que quita al
enfermo el derecho a saber que la sedación le roba la conciencia de vivir
mientras tenga vida y de morir preparándose para la trascendencia.
Para el ateo con la muerte
acaba todo, pero para el creyente la muerte ayudada por los sacramentos es un
tránsito dulce a la transcendencia, con la posibilidad cierta del último
arrepentimiento, que como hijo pródigo le devuelva la gracia que el pecado le
arrebató, para disfrutar eternamente de la herencia prometida.
Sedar
al moribundo sin informarle que está a punto de morir significa ocultar la
realidad más importante de su vida, disimulando la verdad con una información
sesgada (como en el caso de mi marido, al decirle que lo pretendido es quitarle
la sensación de ahogo, sin darle a conocer el medio que se quiere usar (la
sedación terminal) y el verdadero fin (una muerte inminente inconsciente).
En cierto modo esta
información engañosa recuerda a la ideología del aborto, cuya ley lo define
como «interrupción del embarazo», cuando la
realidad es que «no lo interrumpe, lo finaliza» al
poner fin a la vida del hijo engendrado. Informar al enfermo terminal de la
sedación diciendo que es para acabar con la sensación de ahogo, por leve que
sea, es mentira. Porque: la sedación no sólo acaba
con la sensación de ahogo, le resta la conciencia de vivir y le conduce a la
muerte, pero se le niega la posibilidad de prepararse interiormente para
afrontar el tránsito, haciendo como el avestruz, pero con consecuencias
trascendentes.
Si lo que de verdad busca la
praxis médica es ayudar al enfermo, deberían dejar a un lado sus ideologías, y
presentar al enfermo y a la familia las dos opciones, para que puedan elegir en
libertad: sedación o atención religiosa, sabiendo
que hay muchas familias que el dolor del momento, olvidan la preparación
religiosa que el moribundo precisa).
Para
el enfermo cristiano los cuidados propios de la atención religiosa en la enfermedad son
auxilios capaces de curar la enfermedad y de aliviar el tránsito a la otra vida
ayudado por las «medicinas del alma» en los
momentos más importantes de la vida. Es el sacerdote, y no el médico, el
encargado de facilitar esa ayuda religiosa que la sedación entorpece. También el enfermo ateo tiene
derecho a saber que se muere para cambiar el testamento si lo desea, recibir
con conciencia el cariño de la despedida de sus familiares y, en definitiva,
también recibir las ayudas que el Señor envía a todos sus hijos al margen de
creer o no en Él.
Reitero el motivo principal de
mi carta, que es denunciar ante la sociedad que la sedación en los
hospitales sea práctica habitual en los enfermos terminales como praxis
habitual propuesta por los médicos y no a petición del paciente o sus
familiares, ni en función de que el paciente sufra insoportablemente, sino por
mero protocolo que por desgracia
muchos familiares aceptan, aturdidos por el dolor del momento.
Informar a los pacientes de la
opción de los cuidados religiosos no es cuestión de fe, es cuestión de justicia
democrática y humana, sin imponer ideologías, dejando al enfermo o la familia
decidir en libertad cómo orientar el tránsito según sus convicciones, sin
ofrecer la sedación como única opción.
Gracias.
Atentamente;
La viuda del
paciente Elvira de los Ángeles y sus hijos: Mª de Fátima, José María. Nuria ,
Alejandro, Miriam, Cristina.
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