Sumergidos
como estamos en la labor -dirigida desde muy arriba-, de boicotear todo lo que
suene a tradicional en las órdenes religiosas, y después de las famosas
directivas para los conventos de clausura que –si se cumplen-, acabarán con esa
espiritualidad clásica -¡¡¡puaj!!!- a la que tanto miedo tienen algunos, mis
hermanos han celebrado un Capítulo el pasado mes de mayo.
Las
conclusiones ya se han hecho públicas. En medio de una gran cantidad de
indicaciones insistentes en la fraternidad, la remodelación del espíritu de la
Orden, la necesidad de amarnos y comprendernos y de salir a las periferias para
anunciar las sorpresas de Dios, y una serie más de blablablá estilo conciliar,
las decisiones concretas no se han dejado esperar. Nos reúnen a todos los vejestorios
en esta casa en la que me encuentro, para tenernos bien vigilados y establecer
así un seguimiento de nuestro estado de aceptación o no de las directivas
bergoglianas, que ya están aceptadas plenamente por los sesudos superiores de
la Orden. Al mismo tiempo, se recomponen los noviciados, situando entre
nosotros a los novicios más adelantados, que por no ser excesivamente
numerosos, ayudarán –dicen-, a dar un nuevo aire al convento, para que los
frailes más antiguos puedan conocer de primera mano lo que es la verdadera vida
conventual y lo que significa el espíritu comunitario. Nos quieren reciclar,
antes de que nos recicle definitivamente el evo supramundano.
Dios
escribe derecho con renglones torcidos. Lo que pretende ser una decisión de
castigo o de intento de enmendar a los pocos frailes recalcitrantes que
quedamos, ha supuesto para mí una gran alegría, manifiesta en dos aspectos.
Por un lado, me vuelvo a reunir con mis queridos Fray Malaquías, Fray
Peseta o Fray Escéptico –viejos compañeros de fatigas-, con lo cual se aseguran
divertidas y jugosas horas de recreo en el claustro. Todos de la misma
decrépita edad, que vemos con angustia, sufrimiento y dolor la nueva situación,
que nos cuesta asimilar tantas sorpresas del Espíritu. Recuperaremos las reuniones amigables
comentando la situación; y al mismo tiempo, para poder sobrevivir en este mundo
áspero y sombrío, podremos recuperar el buen humor y la pequeña copita, siempre
escondida bajo alguna losa de la celda de Fray Malaquías.
Por otra
parte, y no menos importante, la presencia de novicios recién formados en los
nuevos paradigmas, con su master de la Gregoriana o del Anselmianum bajo el
brazo, modernistas convencidos, aportarán a los senectos vejestorios agudos
análisis sobre la Amoris Laetitia o la Exultate. Se augura y promete jolgorio
entre los quintañones, que sin duda contribuirá a restaurar nuestras arterias y
huesos descalcificados.
Bendito sea Dios. Ya veremos lo que dura esta situación, antes de que se
nos imponga el exilio definitivo en alguna cheka vaticana o nos manden a algún
lúgubre sótano de Santa Marta, condenados a leer alguna Exhortación Apostólica
de Bergoglio y escribir cien veces: Esto
es Magisterio Pontificio.
Mientras llegan las próximas semanas, he observado unos movimientos vaticanos
que han alegrado a muchos, pero que a mí me han sumergido de nuevo en una
especie de remosqueo, porque me barrunto que hay gato encerrado. Las aparentes
peleas de Bergoglio y los obispos alemanes son de elevado nivel. Primero dicen
que hay que darle la comunión al cónyuge protestante. Luego, algunos de los
obispos germanos dicen que no están de
acuerdo con la otra mitad. De repente, surge
una declaración-no-hecha-pública
de la Doctrina de la Fe que dice que ríen de ríen. De nuevo
protestan los obispos alemanes y dicen que van a ir a ver al Papa. Van a verlo
(haciendo un esfuerzo por abandonar unos días sus diócesis) y éste les dice que
se vuelvan a ir porque en realidad la decisión la
tienen que tomar ellos en responsabilidad y es cosa
suya. Se van más contentos que unas pascuas luteranas. Francisco recibe a un
grupo de luteranos y les dice que tenemos que amarnos más. De repente –segunda
vez-, nueva carta de
la Doctrina de la Fe diciendo que nanai del paragüay. De intercomunión, nada.
Nuevas palabras del cardenal Marx para decir que le sorprende que
el Papa haya dicho eso. (A mí también). Nueva discusión para ver si se puede o
no se puede. Y dice que quiere ver al Papa para contrastar el dato.
Total,
que mientras van y vienen, los cónyuges están comulgando por si acaso dicen que
sí, y porque están seguros de que no van a decir que no.
A ver qué me dicen los novicios que vienen de Roma. Parece que alguien
escuchó en los pasillos santamartinos que Bergoglio le decía a Ladaria: Sigue publicando instrucciones diciendo que no, y luego les
diremos a los prusianos que hagan lo que quieran, pero hagan como que no. Pero
sí. Caso por caso y casa por casa.
Y todos felices. La euforia de
muchos medios católicos por la contundente decisión, me acumula una nube de
moscas tras mi frailuna oreja. No me fío.
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