«Underparenting»...
para no mimar a los críos y evitar futuros narcisos.
Los padres-bocadillo se pegan a sus hijos -con algo de comida o el
móvil- y a saltan a atenderles a su mínima indicación.
El niño
sale del colegio y le da la mochila a su padre o madre. ¿Por qué no se molesta en llevarlo él?
Los padres están hablando entre ellos o con otros adultos y el niño les interrumpe con cualquier nimiedad. Los padres lo dejan todo y tratan de prestarle atención plena. ¿No sería mejor enseñar al niño que no ha de interrumpir a los mayores y que no le pasa nada si se espera?
El padre se acerca al niño y en vez de decirle "te toca tomar tu medicina" lo hace con tono interrogativo, casi suplicante: "¿te vas a tomas tu medicina?", "¿quieres que vayamos al cole?", "¿vamos a comer?" El niño puede decir que no, o simplemente aturdirse con tantas peticiones y decisiones.
Son ejemplos de "hiperpaternidad", quizá ligados a la sobreprotección. Tiene que ver con el tener muy pocos hijos y muy tardíos, muy preciados, a menudo muy mimados.
Eva Millet habla de ellos en su libro «Hiperpaternidad». «Estás hablando con unos padres del cole, por ejemplo, o con unos amigos, o con tus suegros, y el niño o la niña corta la conversación con un "me aburro" o un "quiero irme" o cualquier otro comentario. En mis tiempos esta interrupción habría sido recibida con un escueto "tú calla", con un "no te metas en las conversaciones de los mayores" o con total indiferencia».
Y al llevar las mochilas del niño, impedimos que asuma dos cosas concretas: autonomía ("tú puedes, hazlo") y responsabilidad ("es tu mochila, gestiónala y responsabilízate tú").
La autora de «Hiperpaternidad» propone la «sana desatención» (en inglés le llaman «underparenting»). Es básicamente dejar a los hijos a su aire, y observarlos sin intervenir. Si el niño se cae, lo ves, pero dejas que se levante él solo. Si un día no come, esperas, ya tendrá hambre. Desde luego, no correteas tras él con un bocadillo. Tampoco cedes si quiere comer fuera de hora y pide chucherías. Los resultados en la educación de los hijos se ven a menudo a medio y largo plazo.
Ya al publicar su libro a finales de 2016, Millet (responsable también del blog Educa2.info) señalaba los males de la hiperpaternidad a la sección familia del diario ABC.
—¿Cuáles son las características generales de esta corriente de hiperpaternidad?
—La hiperpaternidad es un tipo de crianza que consiste en estar encima del niño o la niña constantemente, atendiendo o anticipando cada uno de sus deseos. La hiperpaternidad ama la precocidad. Suelen ser padres que se pasan media vida eligiendo colegio perfecto, las mejores extraescolares, el mayor número de experiencias, los últimos «gadgets», juguetes, viajes, espectáculos, actividades lúdicas y entretenimientos varios.
—Hoy los niños están apuntados a cientos de extraescolares. La frase de hoy que más se oye es «corre que llegamos tarde». Usted habla de la infancia como «training camp» o campo de entrenamiento.
—Sí, deberíamos «aligerar agendas». Lo que no puede ser es que un niño de Infantil o Primaria tenga todas las tardes de lunes a viernes ocupadas. Ahora tienen actividades incluso el fin de semana. Como dijo la escritora y pedagoga Josefina Aldecoa, el niño se convierte en un trabajador que llega al final del día agotado. Por otra parte, hay que decirlo: la hiperpaternidad ama la precocidad. Pero en su búsqueda del niño renacentista se pasa con la hiperestimulación. Confía ciegamente en los neuromitos que afirman que solo usamos el 10% del cerebro, y que de cero a tres el niño está en su plenitud. Muchos se aprovechan de esto. El ajedrez es fabuloso, pero si el niño no juega, tampoco pasa nada.
—¿Esta corriente de educación es la continuación de la crianza con apego?
—Tiene que ver. Es otra forma de crianza muy intensiva, donde se busca un niño mejor, más seguro, con una educación emocional muy colocada... Y de acuerdo con que tienes que saber cuáles son tus sentimientos, pero también lo que sienten los otros, es decir, tener empatía. Hay padres muy obsesionados con la autoestima de los niños que lo que están creando son narcisos.
—En su libro habla de los «padres bocadillo». ¿Cómo son?
—Los «padres bocadillo» son esos que van con la merienda detrás del niño corriendo y persiguiendo al niño por todo el parque. O si son menos activos, se limitan a ser su paciente sombra. El niño se gira, le da un mordisquito al bocata, y sigue jugando. Todos los hemos visto.
—Si ser una madre o padre normal ya cuesta, ser hipermadre o hiperpadre tiene que ser agotador.
—E insostenible... porque en general implica agendas frenéticas y muchas exigencias a nivel académico y social. Lo es para los padres, pero en especial para las madres, porque suelen ser ellas las que cargan con el peso: los llevan de una actividad a otra, hablan con frecuencia con sus maestros (y, si fuera necesario, llegan al enfrentamiento), supervisan sus deberes y, a menudo, los hacen con ellos. Además recogen sus cuartos, preparan su ropa, sus mochilas, meriendas, cenas y desayunos y ponen y quitan mesas. Y, por supuesto, planifican agendas, sus escasos ratos de ocio e, incluso, sus amistades. Hay mucha madre con una presión brutal. Piensan que no lo están haciendo lo suficientemente bien, que no son esa madre perfecta que se espera, ni tienen esos hijos perfectos que parece que tuvieran que tener. Para ser hipermadre hay que tener tiempo para la «gestión» y el «control». Claro que has de controlar, pero no hiperdirigir.
—No queda más remedio que verlo con humor pero, ¿tenemos evidencia ya de cómo son los hijos de «hiperpadres» una vez crecen?
—Se está empezando a ver porque están comenzando a llegar a las universidades españolas. Son chicos con el nivel de tolerancia a la frustración muy bajo. La dinámica es que sus papás siempre les han dicho que son lo más. Se les ha consultado todo, se les ha consentido a menudo, y el resultado son niños «porque yo lo valgo». Por otro lado, son jóvenes a los que los padres les han resuelto la vida. Si el niño se caía, si no sabía hacer algo... les han solventado la tarea de forma sistemática. Estos menores tienen una inflada noción de ellos mismos y a la vez carecen del «yo puedo» porque sus papás lo han hecho todo por ellos. Esto es un cóctel explosivo.
—La solución que usted propone es el «underparenting». ¿En qué consistiría esto?
—En disfrutar de una paternidad más relajada, de una sana desatención. Empieza dejando que ellos mismos se lleven la mochila. Pueden. De verdad. La autonomía se puede ir trabajando en casa, dejando que el niño se haga su cama, dándoles poco a poco más responsabilidad. A veces, quizás por las prisas, o porque no queremos que se frustren, es más fácil hacerlo nosotros. Pero con esto en el fondo les estamos diciendo que no pueden. Otra propuesta es hacerles menos fotos. El uso del móvil y las nuevas tecnologías son el instrumento perfecto para un hiperpadre. También hay que dejarles tiempo para jugar, que nos estamos cargando su tiempo libre. El juego libre sin estructura es sagrado. Es mucho más importante que jueguen, por ejemplo, a que hagan una actividad extraescolar.
—Usted recuerda que los hiperpadres suelen caer en hacerles demasiadas preguntas a los niños.
—En efecto. Cosas como ¿te quieres ir a dormir?, ¿qué quieres cenar? ¿Quieres Dalsy? Esto último juro haberlo oído. Está bien valorar la opinión de los hijos. Incluso hay familias que se precian de que gestionan «democráticamente» y en las que los críos se les consulta todo. Pero, mal que les pese a algunos, la familia es un sistema jerárquico y la autoridad de los padres, necesaria. No hay que preguntarles todo por sistema. Lo primero es que esto no es una democracia y lo segundo, que el niño no sabe responder a según qué cosas. Es nuestra responsabilidad, que para eso lo hemos tenido. Es mejor darles más instrucciones.
—¿Qué hay de los límites?
—No deberíamos olvidarnos nunca de poner límites. Es un concepto que siempre sale en todos los años que llevo escribiendo sobre educación. Los límites son tan importantes como el amor. Afectos y límites por igual. Y luego mostrar más confianza en ellos. Los niños son capaces de hacerse su cama sin ayuda, de prepararse el desayuno, de resolver sus pequeños problemas, de organizarse su agenda...
Los padres están hablando entre ellos o con otros adultos y el niño les interrumpe con cualquier nimiedad. Los padres lo dejan todo y tratan de prestarle atención plena. ¿No sería mejor enseñar al niño que no ha de interrumpir a los mayores y que no le pasa nada si se espera?
El padre se acerca al niño y en vez de decirle "te toca tomar tu medicina" lo hace con tono interrogativo, casi suplicante: "¿te vas a tomas tu medicina?", "¿quieres que vayamos al cole?", "¿vamos a comer?" El niño puede decir que no, o simplemente aturdirse con tantas peticiones y decisiones.
Son ejemplos de "hiperpaternidad", quizá ligados a la sobreprotección. Tiene que ver con el tener muy pocos hijos y muy tardíos, muy preciados, a menudo muy mimados.
Eva Millet habla de ellos en su libro «Hiperpaternidad». «Estás hablando con unos padres del cole, por ejemplo, o con unos amigos, o con tus suegros, y el niño o la niña corta la conversación con un "me aburro" o un "quiero irme" o cualquier otro comentario. En mis tiempos esta interrupción habría sido recibida con un escueto "tú calla", con un "no te metas en las conversaciones de los mayores" o con total indiferencia».
Y al llevar las mochilas del niño, impedimos que asuma dos cosas concretas: autonomía ("tú puedes, hazlo") y responsabilidad ("es tu mochila, gestiónala y responsabilízate tú").
La autora de «Hiperpaternidad» propone la «sana desatención» (en inglés le llaman «underparenting»). Es básicamente dejar a los hijos a su aire, y observarlos sin intervenir. Si el niño se cae, lo ves, pero dejas que se levante él solo. Si un día no come, esperas, ya tendrá hambre. Desde luego, no correteas tras él con un bocadillo. Tampoco cedes si quiere comer fuera de hora y pide chucherías. Los resultados en la educación de los hijos se ven a menudo a medio y largo plazo.
Ya al publicar su libro a finales de 2016, Millet (responsable también del blog Educa2.info) señalaba los males de la hiperpaternidad a la sección familia del diario ABC.
—¿Cuáles son las características generales de esta corriente de hiperpaternidad?
—La hiperpaternidad es un tipo de crianza que consiste en estar encima del niño o la niña constantemente, atendiendo o anticipando cada uno de sus deseos. La hiperpaternidad ama la precocidad. Suelen ser padres que se pasan media vida eligiendo colegio perfecto, las mejores extraescolares, el mayor número de experiencias, los últimos «gadgets», juguetes, viajes, espectáculos, actividades lúdicas y entretenimientos varios.
—Hoy los niños están apuntados a cientos de extraescolares. La frase de hoy que más se oye es «corre que llegamos tarde». Usted habla de la infancia como «training camp» o campo de entrenamiento.
—Sí, deberíamos «aligerar agendas». Lo que no puede ser es que un niño de Infantil o Primaria tenga todas las tardes de lunes a viernes ocupadas. Ahora tienen actividades incluso el fin de semana. Como dijo la escritora y pedagoga Josefina Aldecoa, el niño se convierte en un trabajador que llega al final del día agotado. Por otra parte, hay que decirlo: la hiperpaternidad ama la precocidad. Pero en su búsqueda del niño renacentista se pasa con la hiperestimulación. Confía ciegamente en los neuromitos que afirman que solo usamos el 10% del cerebro, y que de cero a tres el niño está en su plenitud. Muchos se aprovechan de esto. El ajedrez es fabuloso, pero si el niño no juega, tampoco pasa nada.
—¿Esta corriente de educación es la continuación de la crianza con apego?
—Tiene que ver. Es otra forma de crianza muy intensiva, donde se busca un niño mejor, más seguro, con una educación emocional muy colocada... Y de acuerdo con que tienes que saber cuáles son tus sentimientos, pero también lo que sienten los otros, es decir, tener empatía. Hay padres muy obsesionados con la autoestima de los niños que lo que están creando son narcisos.
—En su libro habla de los «padres bocadillo». ¿Cómo son?
—Los «padres bocadillo» son esos que van con la merienda detrás del niño corriendo y persiguiendo al niño por todo el parque. O si son menos activos, se limitan a ser su paciente sombra. El niño se gira, le da un mordisquito al bocata, y sigue jugando. Todos los hemos visto.
—Si ser una madre o padre normal ya cuesta, ser hipermadre o hiperpadre tiene que ser agotador.
—E insostenible... porque en general implica agendas frenéticas y muchas exigencias a nivel académico y social. Lo es para los padres, pero en especial para las madres, porque suelen ser ellas las que cargan con el peso: los llevan de una actividad a otra, hablan con frecuencia con sus maestros (y, si fuera necesario, llegan al enfrentamiento), supervisan sus deberes y, a menudo, los hacen con ellos. Además recogen sus cuartos, preparan su ropa, sus mochilas, meriendas, cenas y desayunos y ponen y quitan mesas. Y, por supuesto, planifican agendas, sus escasos ratos de ocio e, incluso, sus amistades. Hay mucha madre con una presión brutal. Piensan que no lo están haciendo lo suficientemente bien, que no son esa madre perfecta que se espera, ni tienen esos hijos perfectos que parece que tuvieran que tener. Para ser hipermadre hay que tener tiempo para la «gestión» y el «control». Claro que has de controlar, pero no hiperdirigir.
—No queda más remedio que verlo con humor pero, ¿tenemos evidencia ya de cómo son los hijos de «hiperpadres» una vez crecen?
—Se está empezando a ver porque están comenzando a llegar a las universidades españolas. Son chicos con el nivel de tolerancia a la frustración muy bajo. La dinámica es que sus papás siempre les han dicho que son lo más. Se les ha consultado todo, se les ha consentido a menudo, y el resultado son niños «porque yo lo valgo». Por otro lado, son jóvenes a los que los padres les han resuelto la vida. Si el niño se caía, si no sabía hacer algo... les han solventado la tarea de forma sistemática. Estos menores tienen una inflada noción de ellos mismos y a la vez carecen del «yo puedo» porque sus papás lo han hecho todo por ellos. Esto es un cóctel explosivo.
—La solución que usted propone es el «underparenting». ¿En qué consistiría esto?
—En disfrutar de una paternidad más relajada, de una sana desatención. Empieza dejando que ellos mismos se lleven la mochila. Pueden. De verdad. La autonomía se puede ir trabajando en casa, dejando que el niño se haga su cama, dándoles poco a poco más responsabilidad. A veces, quizás por las prisas, o porque no queremos que se frustren, es más fácil hacerlo nosotros. Pero con esto en el fondo les estamos diciendo que no pueden. Otra propuesta es hacerles menos fotos. El uso del móvil y las nuevas tecnologías son el instrumento perfecto para un hiperpadre. También hay que dejarles tiempo para jugar, que nos estamos cargando su tiempo libre. El juego libre sin estructura es sagrado. Es mucho más importante que jueguen, por ejemplo, a que hagan una actividad extraescolar.
—Usted recuerda que los hiperpadres suelen caer en hacerles demasiadas preguntas a los niños.
—En efecto. Cosas como ¿te quieres ir a dormir?, ¿qué quieres cenar? ¿Quieres Dalsy? Esto último juro haberlo oído. Está bien valorar la opinión de los hijos. Incluso hay familias que se precian de que gestionan «democráticamente» y en las que los críos se les consulta todo. Pero, mal que les pese a algunos, la familia es un sistema jerárquico y la autoridad de los padres, necesaria. No hay que preguntarles todo por sistema. Lo primero es que esto no es una democracia y lo segundo, que el niño no sabe responder a según qué cosas. Es nuestra responsabilidad, que para eso lo hemos tenido. Es mejor darles más instrucciones.
—¿Qué hay de los límites?
—No deberíamos olvidarnos nunca de poner límites. Es un concepto que siempre sale en todos los años que llevo escribiendo sobre educación. Los límites son tan importantes como el amor. Afectos y límites por igual. Y luego mostrar más confianza en ellos. Los niños son capaces de hacerse su cama sin ayuda, de prepararse el desayuno, de resolver sus pequeños problemas, de organizarse su agenda...
No hay comentarios:
Publicar un comentario