En una nueva catequesis, el Papa Francisco habló de
los dones que otorga el Espíritu Santo mediante el Sacramento de la
Confirmación.
Durante la tradicional Audiencia General en la Plaza de San Pedro,
Francisco explicó que “la Confirmación se recibe
solo una vez, pero el dinamismo espiritual suscitado por la santa unción es
perseverante en el tiempo”. “Nunca terminaremos de cumplir el mandato de
difundir en todas partes el buen olor de una vida santa, inspirada en la
fascinante sencillez del Evangelio”, añadió.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuando la reflexión sobre el sacramento de la Confirmación,
consideramos los efectos que el don del Espíritu Santo hace madurar en los
confirmados, llevándolos a ser, a su vez, un don para los demás. El Espíritu
Santo es un don. Recordemos que cuando el obispo nos da la unción con el óleo
dice: "Recibe el Espíritu Santo que te es dado
en don". Ese don del Espíritu Santo entra en nosotros y nos hace
fructificar, para que podamos dárselo luego a los demás. Siempre recibir para
dar: nunca recibir y quedarse con las cosas dentro, como si el alma fuera un
almacén. No: siempre recibir para dar. Las
gracias de Dios se reciben para dárselas a los demás. Esta es la vida del
cristiano. Es propio del Espíritu Santo descentralizarnos de nuestro "yo" para abrirnos al "nosotros" de la comunidad: recibir para
dar. No somos nosotros el centro: somos un instrumento de ese don para los
demás.
La Confirmación, completando en los bautizados la semejanza con
Cristo, los une más fuertemente como miembros vivos del cuerpo místico de
la Iglesia (ver Ritual de la Confirmación, n. 25). La misión de
la Iglesia en el mundo procede a través de la contribución de todos los que
forman parte de ella. Algunos piensan que en la Iglesia haya patrones: el Papa, los obispos, los curas y que luego vengan los
demás. No: ¡la Iglesia somos todos! Y
todos tenemos la responsabilidad de santificarnos el uno al otro, de
preocuparnos unos de otros. La Iglesia somos todos nosotros. Cada uno tiene su
trabajo en la Iglesia, pero la Iglesia somos todos. Debemos pensar en la
Iglesia como en un organismo vivo, compuesto de personas que conocemos y con
quienes caminamos, y no como una realidad abstracta y distante. La
Iglesia somos nosotros que caminamos, la Iglesia somos nosotros que estamos en
esta Plaza. Nosotros: esta es la Iglesia. La Confirmación vincula a la Iglesia
universal, esparcida por toda la tierra, involucrando activamente a las
personas confirmadas en la vida de la Iglesia particular a la que pertenecen,
encabezada por el obispo, que es el sucesor de los apóstoles.
Y por eso el obispo es el ministro originario de la
Confirmación (véase Lumen Gentium, 26), porque incorpora el
confirmado a la Iglesia. El hecho de que, en la Iglesia latina, este sacramento
sea normalmente conferido por el obispo pone de relieve su “efecto de unir a los que la reciben más
estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar
testimonio de Cristo."(Catecismo de la Iglesia Católica,
1313).
Y esta incorporación eclesial está bien representada por el signo de la
paz que concluye el ritual de la crismación. Efectivamente, el obispo dice a
cada confirmado: "La paz sea contigo". Recordando
el saludo de Cristo a sus discípulos en la tarde de Pascua, lleno del Espíritu
Santo (cf. Jn 20,19-23), -como hemos escuchado- estas palabras
iluminan un gesto que "manifiesta la comunión
eclesial con el obispo y con todos los fieles" (cf. CIC, 1301).
Nosotros, en la Confirmación, recibimos el Espíritu Santo y la paz: esa paz que
debemos dar a los demás. Pero pensemos: Que cada
uno piense, por ejemplo, en su comunidad parroquial. Está la ceremonia
de la Confirmación y después nos damos la paz: el obispo se la da al
confirmado, y después en la misa la intercambiamos entre nosotros. Esto
significa armonía, significa caridad entre nosotros, significa paz. Pero
¿después que pasa? Salimos y empezamos a hablar mal de los demás, a “despellejarlos”. Empiezan los cotilleos. Y los
chismes son guerras. ¡No, no está bien! Si
hemos recibido el signo de la paz con la fuerza del Espíritu Santo, tenemos que
ser hombres y mujeres de paz, y no destruir, con la lengua, la paz que ha hecho
el Espíritu. ¡Pobre Espíritu Santo! ¡Qué trabajo
tiene con nosotros con esta costumbre del chismorreo! Pensadlo bien: el chismorreo no es una obra del Espíritu Santo, no es
una obra de la unidad de la Iglesia. El chismorreo destruye lo que Dios
hace. ¡Por favor, acabemos con el chismorreo!
La Confirmación se recibe solo una vez, pero el dinamismo espiritual
suscitado por la santa unción es perseverante en el tiempo. Nunca terminaremos
de cumplir el mandato de difundir en todas partes el buen olor de una vida
santa, inspirada en la fascinante sencillez del Evangelio.
Ninguno recibe la Confirmación solo para sí mismo, sino para cooperar en
el crecimiento espiritual de los demás. Solo de esta manera, abriéndonos y
saliendo de nosotros mismos para encontrarnos con nuestros hermanos, podemos
realmente crecer y no solo engañarnos con que lo estamos haciendo. De hecho,
cuando recibimos un don de Dios debemos darlo – el don es para dar- para que
sea fructífero, y no enterrarlo, a causa de miedos egoístas como enseña la
parábola de los talentos (Mt 25,14-30). También la semilla, cuando la
tenemos en la mano, no es para dejarla allí, en el armario y que ahí se quede: Hay que sembrarla. El don del Espíritu Santo hay
que dárselo a la comunidad. Exhorto a los confirmados a no “enjaular” al Espíritu Santo, a no oponer
resistencia al Viento que sopla para empujarlos a caminar en libertad, a no
sofocar el Fuego ardiente de la caridad que lleva a consumir la vida por Dios y
por los hermanos. ¡Que el Espíritu Santo nos
conceda el coraje apostólico para comunicar el Evangelio, con las obras y las
palabras, a todos los que encontramos en nuestro camino! Con las obras y
las palabras, pero las palabras buenas: las que edifican. No las palabras
de los chismes que destruyen. Por favor, cuando salgáis de la iglesia
pensad que la paz recibida es para dársela a los demás: no para destruirla con
el chismorreo. No lo olvidéis.
Redacción ACI Prensa
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