VATICANO, 22 Feb. 17 / 05:29 am (ACI).- El Papa Francisco ofreció
una nueva catequesis
sobre la esperanza cristiana en la que habló de las consecuencias del pecado
pero también de la Resurrección.
Durante la Audiencia General explicó que ante el pecado del hombre
provoca que “el hombre pierde su propia belleza
originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo
antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo
triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo humano
explotando la creación, destruye”.
Sin embargo, “el Señor no nos deja solos y
también ante este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de
liberación, de salvación universal”.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Muchas veces estamos tentados en pensar que la creación sea nuestra
propiedad, una posesión que podemos explotar a nuestro agrado y del cual no
debemos dar cuenta a nadie. En el pasaje de la Carta a los Romanos (8,19-27)
del cual hemos apenas escuchado una parte, el Apóstol Pablo nos recuerda en
cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en nuestras
manos, para que podamos entrar en relación con Él y podamos reconocer la huella
de su designio de amor, a cuya realización estamos llamados todos a colaborar,
día a día.
Pero cuando se deja llevar por el egoísmo, el ser humano termina por
destruir incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas. Y así ha
sucedido también con la creación. Pensemos en el agua. El agua es una cosa
bellísima y muy importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en todo. Pero para explotar
los minerales se contamina el agua, se ensucia la creación y se destruye la
creación. Este es sólo un ejemplo. Existen otros. Con la experiencia trágica
del pecado, rota la comunión con Dios, hemos infringido la originaria comunión
con todo aquello que nos rodea y hemos terminado por corromper la creación,
haciéndola así esclava, sometida a nuestra caducidad. Y lamentablemente la
consecuencia de todo esto está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día.
Cuando rompe la comunión con Dios, el hombre pierde su propia belleza
originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo
antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo
triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo humano
explotando la creación, destruye.
Pero el Señor no nos deja solos y también ante este escenario desolador
nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación universal. Es
aquello lo que Pablo pone en evidencia con alegría, invitándonos a poner
atención a los gemidos de la entera creación. Los gemidos de la entera
creación… Expresión fuerte. Si ponemos atención, de hecho, alrededor nuestro
todo clama: clama la misma creación, clamamos nosotros los seres humanos y
clama el Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón.
Ahora, estos clamores no son un lamento estéril, desconsolado, sino –
como precisa el Apóstol – son los gemidos de una parturiente; son los gemidos
de quien sufre, pero sabe que está por venir a la luz una nueva vida. Y en
nuestro caso es de verdad así. Nosotros estamos todavía luchando con las
consecuencias de nuestro pecado y todo, alrededor nuestro, lleva todavía el
signo de nuestras debilidades, de nuestras faltas, de nuestras cerrazones.
Pero, al mismo tiempo, sabemos de haber sido salvados por el Señor y ya se nos
es dado contemplar y pregustar en nosotros y en lo que nos rodea los signos de
la Resurrección, de la Pascua,
que opera una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano no vive fuera
del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que lo circunda los signos
del mal, del egoísmo y del pecado. Es solidario con quien sufre, con quien
llora, con quien es marginado, con quien se siente desesperado… Pero, al mismo
tiempo, el cristiano ha aprendido a leer todo esto con los ojos de la Pascua,
con los ojos del Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el
tiempo de la espera, el tiempo de un deseo que va más allá del presente, el
tiempo del cumplimiento. En la esperanza sabemos que el Señor quiere sanar
definitivamente con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo
los que el hombre ha deformado en su impiedad, y que de este modo Él regenerará
un mundo nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliada en su amor.
Cuantas veces nosotros cristianos estamos tentados por la desilusión,
por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil, o quizás
nos quedamos sin palabras y no sabemos ni siquiera que cosa pedir, que cosa
esperar… Pero todavía una vez más viene en nuestra ayuda el Espíritu Santo,
respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivo el clamor y la espera de
nuestro corazón. El Espíritu ve por nosotros más allá de las apariencias
negativas del presente y nos revela ya ahora los cielos nuevos y la tierra
nueva que el señor está preparando para la humanidad. Gracias.
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