En mi blog escribo aquello sobre
lo que medito, sobre lo que pienso, lo que hablo con amigos en mis paseos, sobre
lo que leo. Aun a riesgo de parecer reiterativo (aunque este blog es una
subjetiva inacabable reiteración), me gustaría escribir una docena de líneas
para manifestaros (otra vez) cómo nuestra civilización occidental es
democrática, pero con una democracia atrapada con fuerza en cada país por las
manos políticas de una oligarquía que ostenta el monopolio alternante del
Poder.
En unos casos esas manos fuertes
son de derechas, en otras de izquierdas, en otras de centro. Pero la realidad
es ésa: se trata de un sistema de perpetuación en el Poder con método
partidista de selección interna que favorece la mediocridad.
La gente piensa que es el Pueblo
el que tiene el Poder. Pero más bien deberíamos hablar de que su Poder se
reduce a su capacidad (pocas veces usada) para incluir en la escena a otra
empresa (partido) de gestión del Poder.
La democracia directa, es decir,
la asamblearia, la plebiscitaria, es un desastre. No hace falta probar un
desastre para saber que es un desastre. Funciona en Suiza porque ya hay una
tradición acerca de cómo encauzar semejante desatino; e incluso allí funciona
con muchos peros.
Pero la democracia
representativa, hay que reconocerlo está monopolizada. No permitiríamos que
hubiera un monopolio de la economía. Pero lo hay de la maquinaria del Poder.
Alguien me dirá que Trump es la
excepción a esto. Sí, Trump es la excepción de 329 millones de dólares gastados
por su Comité de Campaña en una plan ideado a largo plazo y que ha dado
resultados. Si usted es capaz de gastar más de mil millones de dólares en una
campaña que dure años, le aseguro que, viva donde viva usted, tiene
posibilidades de ganar las elecciones. Dadme mil millones de dólares y os
aseguro que os podré presentar algún resultado.
Probablemente,
sólo un candidato que hubiera salido a la calle disparando a la gente hubiera
tenido pocas posibilidades a pesar del dinero.
P. FORTEA
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