martes, 22 de marzo de 2016

HISTORIA Y MILAGROS DE LA RELIQUIA DE LA CORONA DE ESPINAS DE JESUCRISTO


La más conocida reliquia de la corona está alojada en la catedral Notre Dame de París. Es un círculo de ramas unidas con hilos de oro. Las espinas se adjuntan a este círculo trenzado, que mide 21 centímetros de diámetro.

Las espinas se dividieron a lo largo de los siglos por los emperadores bizantinos y los reyes de Francia. Hay setenta, todas del mismo tipo, que se han confirmado como las espinas originales.

El primer viernes de cada mes, la corona de espinas se saca a la veneración de los fieles y todos los viernes de cuaresma, además del viernes santo.

Si bien es imposible saber si se trata de la corona real de espinas, se ha venerado como tal por muchos cientos de años.
Las espinas de la corona se han distribuido por todo el mundo y han sido protagonistas de muchos milagros, algunos de los cuales referenciamos.

VISIÓN DE LA CORONACIÓN DE ESPINAS

La beata Ana Catalina Emmerich, la monja alemana y mística del siglo XIX cuyas visiones de la Pasión inspiraron la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, describe la coronación de espinas de la siguiente manera:

La coronación de espinas se llevó a cabo en el patio interior del cuerpo de guardia. Había allí cincuenta miserables, criados, carceleros, esbirros y esclavos, y otros de la misma calaña. La muchedumbre permanecía alrededor del edificio. Pero pronto fueron apartados de allí por los mil soldados romanos.

Le quitaron a Jesús nuevamente la ropa y le colocaron una capa vieja, colorada, de un soldado, que no llegaba a sus rodillas.

La capa se encontraba en un rincón de la habitación y con ello los criminales eran cubiertos después de la flagelación. El Señor fue sentado al centro de la plaza, sobre el tronco de una columna revestida de pedazos de vidrio y piedras.

No se puede describir el tormento de aquella coronación: alrededor de la cabeza de Jesús fue colocada una corona hecha con tres varas de espino bien trenzadas, la mayor parte de las puntas torcidas a propósito hacia adentro.

Al amarrar posteriormente la corona a la santa cabeza, los verdugos la apretaron brutalmente de tal modo que las espinas del grosor de un dedo se enterraron en su frente y en la nuca. Después le pusieron una caña en la mano; hicieron todo esto con una gravedad irrisoria, se pusieron de rodillas delante de Él y escenificaron la coronación como si realmente coronasen a un rey.

No contentos, le arrancaron de la mano aquella caña, que debía figurar como cetro de mando y le pegaron con tanta violencia en la corona de espinas, que los ojos del Salvador se inundaron de sangre. Sus verdugos, arrodillándose delante de Él le hicieron burla, le escupieron a la cara y le abofetearon, gritándole: “¡Salve, Rey de los judíos!”

Su cuerpo era todo una llaga, tanto que caminaba encorvado y chueco. No podría repetir todos los ultrajes que imaginaban estos hombres. Jesús fue así maltratado por espacio de media hora en medio de la risa, de los gritos y de los aplausos de los soldados formados alrededor del Pretorio.

El Salvador sufría una sed horrible, su lengua estaba retirada, la sangre sagrada, que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. El pobre Jesús llegó a las escaleras ante Pilatos, suscitando hasta en este hombre tan cruel un sentido de compasión. El pueblo y los pérfidos sacerdotes lo escarnecían continuamente…

Ahora vayamos a la historia de la reliquia.

HISTORIA DE LA CORONA DE ESPINAS

Cuando muere Nuestro Señor lo sepultan en un sepulcro nuevo, pero con todos los que habían sido los instrumentos de la Pasión, cruz, corona de espinas, la lanza, etc., en un pozo que estaba preparado y que luego rellenan con tierra, porque todo eso había tomado contacto con un muerto. Es la actual capilla de Santa Elena en la Basílica del Santo Sepulcro.

Cuando esta mujer inteligente, Santa Elena, que tenía entonces 72 años, Emperatriz madre de Constantino, decide peregrinar a Tierra Santa, va a hablar con los ancianos, y les pregunta a ellos dónde, según la tradición oral transmitida por generaciones, están los instrumentos de la Pasión.

Y ellos le señalan con toda precisión el lugar, porque lo conocían perfectamente bien. Y podían tener certeza porque pocos años después de Cristo, el Emperador Adriano Aelio (el que hizo el Castel Sant’Angelo en Roma) había hecho colocar sobre el lugar del Calvario un estatua en honor de Venus y sobre el Sepulcro (la Anástasis) había hecho colocar una estatua de Júpiter para contrarrestar el culto cristiano. Eso fue lo que permitió individuar con precisión el lugar de la Pasión, del Santo Sepulcro y el lugar donde estaban enterrados los instrumentos de la Pasión.

Va entonces Santa Elena, y encuentra lo que ya sabemos: la cruz, la corona de espinas, los clavos, etc. Inmediatamente estos instrumentos comenzaron a ser objetos de devoción. Cuentan los antiguos cómo la gente iba a peregrinar y realizaban un recorrido santo para rezar ante las distintas reliquias de la Pasión, antes que se diese lo que suelen llamar la «translatio Hierosolymae», la translación desde Jerusalén.

Primero fueron trasladadas a Constantinopla, y luego a Europa. Y hay testimonios interesantes. Por ejemplo, el Obispo Paulino da Nola (354-431) contó en su Diario de viaje (409):

“a las espinas con las cuales Nuestro Redentor fue coronado se rendía homenaje, junto a la Santa Cruz y la columna de la flagelación“.

También escribe en una carta al magistrado Macario:

“Si nosotros veneramos con razón las reliquias del Salvador, la columna a la que estuvo atado, las espinas con las cuales fue coronado,…”.

También San Vicente de Lerins, quien murió en el 445, decía que la corona de espinas de Cristo formaba parte del «sagrado ajuar», o sea las mayores reliquias de la pasión, veneradas por peregrinos, santos, penitentes y fieles que llegaban de Europa a Tierra Santa. Y este santo refiere que efectivamente la corona de espinas tenía la forma de un pileus, o sea de un yelmo militar romano, “que tocaba y revestía por todas partes su cabeza”.

También dice Casiodoro de haber visto allí, en Jerusalén, la corona de espinas, Gregorio de Tours la venera en el 593, y afirma en su Historia de los francos que quedó impresionado por el color verde vivo y por la frescura de la reliquia, y escribe en otra parte que la corona se fortalecía milagrosamente con el pasar del tiempo.

Al cabo del tiempo San Luis Rey de Francia le compra al Emperador de Constantinopla la Sagrada Corona, que es llevada triunfalmente por los venecianos a Venecia, de allí a la ciudad de Villeneuve, donde era esperada por el mismo rey, por su madre, Blanca de Castilla, y por todo el séquito real, para ser llevada a París. Era el 10 de agosto de 1239.

En París el rey San Luis hace levantar una Iglesia impresionante, la Saint-Chapelle, para que fuera un inmenso y digno relicario de la corona de espinas de Nuestro Señor.

Sainte-Chapelle, si no está familiarizado con ella, es más que un pequeño museo de reliquias de las casas reales franceses. Se trata de una “capilla” (aunque uno podría ser excusado por considerarla una catedral) y es considerada una de las grandes obras maestras de la arquitectura gótica en toda Europa.

Ahí la gran reliquia permaneció hasta la Revolución, cuando, después de encontrar un hogar por un tiempo en la Biblioteca Nacional, fue finalmente restaurada a la Iglesia y se depositó en la Catedral de Notre-Dame en 1806.

Noventa años más tarde (en 1896) un nuevo y magnífico relicario de cristal de roca se hizo para ella, cubierta dos tercios de su circunferencia con una caja de plata espléndidamente forjada y enjoyada. La corona de este modo conservada consiste sólo en un círculo de juncos, sin ningún rastro de espinas.

Se han hecho inventarios en Italia y aparecen más de 160 espinas en distintos lugares. Ciertamente que el número de espinas con las que coronaron a Nuestro Señor fue muy grande. Pero en el inventario aparecen espinas que fueron cortadas en dos y en tres partes y otras que son consideradas reliquias por habar sido puestas en contacto con las originales.

LOS MILAGROS

En muchos lados ocurren milagros atribuidos a las sagradas espinas de Nuestro Señor, como librar de las plagas y pestes, defender en tempestades o contra los enemigos, etc.

Pero hay otros fenómenos milagrosos de las santas espinas de la corona de Cristo que pueden agruparse en tres categorías: 1. La reviviscencia; 2. La florescencia; y, 3. El reverdecimiento.

1. La reviviscencia: es cuando la espina tiene alguna gota de sangre, y esa sangre que está seca revive en determinadas circunstancias, y se vuelve rojo vivo. De este tipo hay contabilizados y autenticados 24 casos en Italia.
2. La florescencia: es cuando florecen.
3. El reverdecimiento: es cuando se vuelven flexibles y frescas, como si fueran de una planta viva.

En total, de la corona de espinas de Nuestro Señor, en Italia solamente, hay 41 en las que ocurren estos fenómenos.

¿Cuándo ocurren? Lo más común es que suceda en los viernes santos que coinciden con el 25 de marzo, por una relación estrechísima entre el misterio de la Anunciación y el de la Pasión de Nuestro Señor. Es algo que nos toca directamente.

También ocurren otros viernes santos, a veces durante alguna hora, o a veces también durante meses.

Este es un testimonio de uno de estos casos, en Bérgamo. El doctor Paolo Bianchi vio sobre la reliquia

una mancha roja color sangre, viva y húmeda, que tendía a dilatarse visiblemente hacia arriba, visible a ojo limpio y a un metro de distancia». Se vieron también algunas aureolas blancas y luminosas crecer y desarrollarse alrededor de la espina. Con gran alegría y estupor el vicepárroco de la iglesia les avisa a los fieles que estaban allí rezando, era la tarde de Pascua, que había un fenómeno milagroso en la sagrada reliquia. Un cauce de color de sangre viva cubría todo el largo de la espina, tenía la forma de una llama invertida, y medía 10 mm de largo por 2 de ancho”.

Otro de Perugia:

“Aquello que es supremamente estupendo y terrible, cada año, en el Viernes Santo, a la hora de la pasión, es que la espina reverdece, la Sangre revive, y de una y otra se ven aparecer pequeñas flores doradas, blancas, azules y verdes, con algunos resplandores que aparecen y desaparecen, como si hirviese la preciosa Sangre, y como si la espina no se hubiera secado hace miles de años, sino como si hubiese sido cortada ese mismo día de un espino vivo y lozano”.

Y hay otro relato de una de las espinas que está en Andria, en Bari, una de las que más fenómenos señalados y confirmados por escribanos, ha tenido. Por mencionar uno, la tarde del 1 de noviembre de 1837 la espina enrojeció de sangre viva, y más prodigioso fue el hecho de que el fenómeno duró cerca de un mes. Pero la historia venía ya de antes.

El primer relato del evento prodigioso, de manchas de sangre coagulada sobre la espina, se remonta al 1633. Los testigos afirman que

“la sagrada espina se muestra evidentemente enrojecida de sangre fresca, y con frecuentes variaciones de la misma”.

En los siglos XVII y XVIII los milagros tuvieron lugar en 1644, 1701, 1712, 1785 y 1796, y han sido acompañados de una documentación cada vez más rica y particularizada.

Hay que mencionar especialmente lo sucedido en marzo de 1701, cuando en la catedral de Andria aconteció “el milagro en el milagro”: mientras el Obispo Andrea Ariani desde el altar mayor mostraba al pueblo la espina en la cual poco antes se había realizado el prodigio, una mujer poseída, con gritos y aullidos, asustando a los fieles, se dirigía corriendo hacia la sagrada espina.

El obispo, dejando que se acercara, mandó que terminara aquella terrible posesión, y con asombro de muchos, la pobrecilla cayó en tierra como un cuerpo muerto, libre del maligno.

En 1842 se esperaba que el 25 de marzo, como era ya tradición, la sagrada espina sangrara nuevamente. El obispo Giuseppe Cosenza, llegada la noche, se disponía a reponer la reliquia en su lugar, desalentado por el milagro que no había tenido lugar. Cuando se acercaba a la capilla observó que de algunas manchas de sangre brotaban pequeñísimas florcitas blancas y plateadas, como si fueran pequeñas espinas, manifestación que duró hasta el día siguiente.

El obispo, en signo de agradecimiento, dispuso que se hiciera una solemne procesión, que tuvo lugar en la fiesta de la Ascensión, llevando la sagrada espina por las calles de la ciudad.

En el s. XIX los milagros se repitieron en 1847, 1853 y 1864.

En el s. XX, en 1910, 1921 y 1932.

En Andria el culto de la sagrada espina ha sido siempre sólido. Al acercarse la coincidencia del 25 de marzo con el viernes santo en 1932, el obispo Fernando Bernardi publicó una carta pastoral intitulada El milagro permanente de Andria. La Sagrada Espina, en la cual, al inicio de la cuaresma, hacía pública la preocupación del papa Pío XI, de

“no ahorrar esfuerzos para recoger todo documento que pudiera ayudar a robustecer nuestra fe en esa antigua y sagrada reliquia”.

Así ocurrió: el 26 de marzo la comisión, presidida por el notario, testimoniaba que

a las 13 horas y 15 minutos de hoy (25 de marzo) la sagrada espina ha sido transportada desde la Capilla donde es custodiada, a la de San Ricardo, en la iglesia Catedral. Allí ha permanecido expuesta a la adoración de una enorme multitud que llenaba la iglesia.

A las 14 horas y 30 minutos, la mancha en el vértice de la S. Espina ha comenzado a mostrarse más viva, coloración que se iba perdiendo progresivamente hacia la base. A las 16:00 las pequeñas manchas esparcidas sobre toda la S. Espina se mostraban más vívidas.

A las 16 horas y 15 minutos la mancha de la punta de la Espina revivió aún más, presentándose de color sanguinolento, y con la particularidad de no derramarse a pico de flauta, sino que asumió en la base una línea circular. Luego de tales cambios que se verificaron en la s. Espina, a las 16:20, se proclamó el milagro sucedido entre el entusiasmo y la explosión de alegría de todos”.

FUENTES:


Foros de la Virgen María

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