¡Alegría, alegría para todos!
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría
que tener muy corrompido el corazón para hacerlo...
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Días grandes de Jesús
El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría.
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Días grandes de Jesús
El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría.
- Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en
estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.
- Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han
perdido.
- Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura
que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.
- Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más
cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se
olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el
mundo.
- ¡Alegría, alegría para todos!
- Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha
plantado su tienda en medio de nosotros.
- Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría
suficiente para todos.
Con frecuencia oigo a algunos amigos que me
dicen que a ellos no les gusta la Navidad, que la Navidad les pone tristes. Y,
mirada la cosa con ojos humanos, lo entiendo un poco. La Navidad es el tiempo
de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una
cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los
seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus
padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos
huecos que hay en la mesa familiar.
Sin embargo, creo que mirando la Navidad con
ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos
rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de
pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.
La verdad es que para descubrir ese amor de Dios
hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el
corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se
vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y
es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para
estar cerca de nosotros.
Se ha dicho que los hombres podemos admirar y
adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo
podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos
adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo
mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a
los pequeños.
Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios
hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo
de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo
hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y
que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a
los otros.
Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos
nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los
ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las
telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y
vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría
que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos
quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y
qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?
Por eso, amigos míos, déjenme que les pida que
en estos días no se refugien ustedes en la nostalgia. No miren hacia atrás.
Contemplen el presente. Descubran que a su lado hay gente que les ama y que
necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus
corazones será Navidad.
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