La mutación de los demonios.
La presencia del demonio como
personificación del mal contrapuesto a Dios, es la parte del cristianismo que
ha caído más en desgracia. En el afán racionalista, se ha cortado el nexo que
conecta a Dios con el demonio; ambos – en el mejor de los casos – pueden ser
dos entidades que existen, pero cada uno en lo suyo.
Mientras la presencia de Dios
ha derivado en el concepto de una fuerza creadora que hizo el universo, sus
leyes y eventualmente lo mantiene – con poca vinculación personal con los
hombres –, los demonios son vistos como seres que atormentan el camino de
algunos hombres a quienes poseen; de modo que la lucha es entre algunos hombres
y los demonios, quienes quieren impedir el camino de algunos desafortunados.
Esto es lo que explica que los
“demonios cristianos” sean considerados parte de la épica medieval, mientras
que la visión moderna de los demonios est;a limitada a lo que se muestra en los
exorcismos: una entidad malvada que se introduce en una persona y la posee,
mientras un técnico entrenado lucha desde afuera para desalojarlo.
Y
todo transcurre ajeno a la lucha cósmica entre Dios y los demonios, a la acción
sistemática de los demonios en la naturaleza y al trabajo de los demonios
mediante la tentación.
LA HUMANIDAD SIEMPRE HA CREÍDO
ESPÍRITUS MALVADOS
La
humanidad ha creído durante mucho tiempo en la existencia de espíritus
malignos que rondan y atormentan a los vivos.
En
muchas civilizaciones antiguas, como la asiria, persa, hindú, y hebrea,
encontramos cuentos de demonios; el primer relato conocido sobre demonios se
encuentra en el Testamento de Salomón, supuestamente escrito por el propio rey
hebreo, aunque se cree que es una obra de los inicios de la era cristiana.
Pero fue el
cristianismo el que desarrolló una tipología completa de los demonios y sus
actividades.
En
los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, Jesús expulsa demonios de los
poseídos, y también se señala que Él pasó ese poder a sus discípulos.
Sacerdotes católicos, de los que se dice han
recibido este poder de estos discípulos a través del principio de la sucesión
apostólica, aún realizan exorcismos, un hecho que, en nuestro tiempo, ha marcado fuertemente la conciencia pública a
través de la película y el libro de William Peter Blatty, “El Exorcista”.
De hecho, las películas de exorcismo han aparecido
regularmente en los teatros durante la última década, y en muchos proyectos de
Hollywood.
Una encuesta reciente mostró que casi dos tercios
de los estadounidenses entre 18 y 29 años, creen en el concepto de la posesión
demoníaca. Por lo tanto, la idea de que el diablo y los demonios existen no ha pasado de moda en nuestro mundo moderno, a
pesar de que nuestra sociedad secular se ha declarado hostil hacia lo
sobrenatural.
Tal vez, paradójicamente, mientras
que en los Estados Unidos, la creencia en el demonio está en aumento, la
creencia en Dios parece estar en declive
entre los estadounidenses, al igual que la concurrencia a la iglesia.
Aunque uno podría especular sobre las razones de
esta aparente contradicción, parece
lógico que la creencia en los demonios al menos debería alentar la creencia en
Dios.
“La
gente dice que Dios ha muerto, pero ¿cómo pueden pensar eso si yo les he
mostrado el Diablo?”, escribe el perturbado personaje epónimo en la
película “El exorcismo de Emily Rose”.
NO SE PIDE PROTECCIÓN CONTRA
LOS DEMONIOS SINO AYUDA PARA RESOLVER LOS PROBLEMAS PERSONALES
La
teología cristiana enseña que Lucifer (nombre que significa “Luz”) era un ángel que se
rebeló contra Dios, y que sus demonios adeptos son ángeles caídos que siguieron
a Lucifer en su desobediencia.
La
Guerra en el Cielo, que se menciona en el libro del Apocalipsis, fue
dramatizada en forma memorable por John Milton en su poema narrativo “El
Paraíso Perdido”, donde se anticipa la caída de Adán, y termina con el
Arcángel San Miguel aplastando a Lucifer y sus secuaces.
Hoy en día,
muchos católicos aún rezan la oración a San Miguel, que pide a Dios que
arroje al infierno a Satanás y a todos los espíritus malignos que andan
dispersos por el mundo, buscando la perdición de las almas.
También en los bautismos católicos, y en los de
algunas iglesias cristianas, se emplea un
“exorcismo menor”, una oración que busca proteger a los bautizados contra las
tentaciones de satanás.
Y sin embargo, el cristiano
medio rara vez pide la protección cotidiana contra demonios específicos.
Al mismo tiempo, la idea de
santos que intervienen a favor de los seres humanos ha seguido siendo popular
entre los cristianos desde la época medieval temprana.
Así hoy, el devoto católico todavía puede usar la
oración de intercesión para pedir a un santo favorito que intervenga en su
favor ante el Todopoderoso, o puede orar a cierto santo patrono para obtener
ayuda específica: por ejemplo, a San
Antonio para ayudar a encontrar un objeto perdido, o a San Blas para curar una
dolencia de garganta o a Santa Rita para un pedido que se cree imposible,
etc.
Pero incluso los más religiosos, entre los
occidentales, han abandonado en gran
parte una visión dualista de la guerra espiritual.
Aparte de los casos espectaculares que impliquen la posesión, Occidente parece haber olvidado que el diablo
o los demonios pueden hacer que uno haga lo que ellos quieren. Es decir,
al igual que la gracia de Dios nos impulsa a hacer el bien a los demás, las
tentaciones de los demonios pueden llevarnos hacia el mal y a grandes masas de
gente.
Incluso los que admiten la existencia de un ser
espiritual o seres espirituales malvados, tenderán a reducir a satanás y sus secuaces a personajes inverosímiles, a menudo
cómicos.
Clive
Staples (conocido como C.S. Lewis) reconoció esta tendencia moderna ya en la
primera mitad del siglo XX. En su libro “Cartas del diablo a su sobrino”,
el demonio-mentor Screwtape (Escrutopo) aconseja a su protegido:
“Si la más leve sospecha de tu existencia empieza a
surgir en su mente, insinúale una imagen de algo con mallas rojas, y persuádele
de que, puesto que no puede creer en eso (es un viejo método de libro de texto
para confundirles), no puede, en consecuencia, creer en ti”.
Creer
en el diablo y los demonios como enemigos, peligrosos, vigentes y activos de la humanidad
asistida por Dios, es tal vez una condición necesaria para mantener una fuerte
fe en Dios. Sin la primera, esta última probablemente se desmoronaría.
HUBO UN TIEMPO EN QUE LA
EXPLICACIÓN DE LOS PROBLEMAS HUMANOS VENÍA POR EL LADO DE LOS DEMONIOS
Solía
ser una táctica común de los padres asustar a los hijos, para que se
comportaran, relatándoles cuentos sobre espíritus malos y criaturas malvadas
que atacaban súbitamente a los niños desobedientes.
Uno piensa en los cuentos de hadas de los hermanos
Grimm y la historia de Caperucita Roja. Pero quizás hoy seamos, simplemente, demasiado sensibles, demasiado
sofisticados, demasiado “iluminados”, como para creer en tales cosas.
No siempre fue así. En la época medieval, los
pensadores cristianos comenzaron a clasificar
los demonios según su tipo y actividad.
Michael
Pselo,
monje y erudito bizantino del siglo XI aconsejó a emperadores, el español
franciscano del siglo XV Alfonso de
Spina, y el astrólogo-teólogo alemán Cornelius Agrippa (en su De occulta
hilosophia de 1509/1510) se encontraban entre estos.
De Spina fue preciso a la hora de clasificar y
contar los demonios. En una oportunidad calculó
que el número de ángeles caídos que se rebelaron contra Dios era de 133 306
668.
Otros escritores cristianos asocian demonios específicos
con pecados específicos. Al demonio
Asmodeo se lo identificó con los pecados de la carne, tal como lo había
sido desde el tiempo de los antiguos hebreos, y que aparece en el Libro de
Tobías, uno de los libros deuteronómicos.
Fanal de la Luz,
un tracto anónimo publicado entre 1409 y 1410, asoció al demonio Belcebú con la envidia.
El obispo alemán Peter Binsfield
designó un demonio diferente como responsable de cada uno de los siete pecados
capitales (Lucifer: orgullo; Mammon:
avaricia; Asmodeo: lujuria; Leviatán: envidia; Belcebú: gula; Satanás: ira,
Belfegor: pereza).
El dominico francés Sébastien Michaelïs estuvo involucrado en el exorcismo de una
joven monja y en su relato “La Admirable Historia de la Posesión y la
Conversión de una mujer penitente”, publicado en Inglés en 1620, contó lo
que el demonio que la poseía aparentemente le dijo sobre la jerarquía infernal.
Michaelïs habló de ciertos santos que se enfrentan como enemigos
acérrimos de demonios específicos, en un dualismo que predijo el paradigma moderno de los superhéroes de cómics y
sus archienemigos: por lo tanto, San Pedro combate a Leviatán, que incita a la
herejía; a Sonneillon, que empuja a los hombres al odio, se le opone San
Esteban; San Francisco de Asís lucha contra Belcebú, que fomenta el pecado de
orgullo.
En el “Diccionario de los Infiernos” escrito
por el ocultista francés Jacques
Auguste Simon Collin de Plancy, se describe el orden demoníaco del
infierno similar al de un tribunal francés. Este Diccionario resultó tan
popular que tuvo varias ediciones entre 1818 y 1863.
EL CASO DEL DEMONIO TITIVILLUS
Pero la actividad demoníaca no se limita
simplemente al ámbito del pecado. Los
demonios fueron asociados, por así decirlo, con la creación de problemas.
Escribas medievales, por ejemplo, atribuyen sus errores de escritura a un demonio malicioso llamado
Titivillus.
Este demonio parece haberse originado en el siglo IV, cuando fue
visto por primera vez anotando los errores de los sacerdotes en su recitación
de la liturgia, así como los chismes de los feligreses en trozos de
pergamino, que luego metía en su bolsa, guardándolos para luego ser usados como evidencia contra las almas en el Día del
Juicio.
Según Juan
de Gales (escritor franciscano) en su “Tratado de Penitentia” de
1285, Titivillus era un demonio que trabajaba bajo órdenes de Lucifer, quien le
mandaba le trajese diariamente miles de bolsas llenas de errores y negligencias
contenidas en sílabas y palabras. A
este demonio se le atribuían los errores en el trabajo de los escribas: errores
ortográficos, gramaticales, de redacción, etc.
En 1303, el inglés, Robert Manning de Brunne, compuso “Handlyng Synne”, una
obra devocional que contenía una historia sobre Titivillus.
Parece que este
demonio estaba ocupado en su trabajo durante una misa, copiando los chismes de
dos mujeres, cuando se quedó sin espacio en su pergamino para anotar sus
palabras. Al estirar el pergamino con sus garras y dientes, el papel se rasgó
en dos y Titivillus salió volando, haciendo que el desafortunado demonio
golpeara su cabeza contra la pared de la iglesia y perdiese su trabajo. Un
diácono que fue testigo del incidente estalló en carcajadas, interrumpiendo la
misa y viendo a Titivillus escabullirse avergonzado en las sombras.
Titivillus
mostró lo que podía hacer, cuando Carlomagno ordenó que todos los manuscritos clásicos y
cristianos de su imperio se volviesen a copiar en minúscula carolingia, la
nueva letra desarrollada por su profesor-asesor, Alcuino de York.
La orden del emperador estimuló a legiones de monjes a pasar sus días copiando
cuidadosamente textos en salones de escritura, conocidos como
scriptoria.
Inevitablemente,
se deslizaron errores en su trabajo. Curiosamente, los eruditos modernos reportan que
los errores más típicos hechos por los monjes fueron la omisión de palabras.
La
invención de la imprenta estimuló aún más el trabajo de Titivillus. En 1631, el
demonio dio su golpe maestro, cuando los editores reales Robert Baker y Martin Lucas,
publicaron lo que debía ser una copia
de la Biblia del Rey Jacobo, en la que se omitió la palabra “no” en el Séptimo
Mandamiento (Exodo 20:14).
Por lo tanto, “La Biblia
Maldita”, como se la conoce,
indicaba que el Todopoderoso animaba a los devotos a cometer adulterio.
La
ganancia de Titivillus resultó en pérdidas para los editores ya que el
Rey multó a Baker y Lucas con 300 libras; además se ordenó destruir los 1.000
ejemplares, aunque varias copias sobreviven hoy por las cuales se ofrece
actualmente miles de dólares.
¿QUÉ HA PASADO QUE YA NO
PENSAMOS EN LOS DEMONIOS COMO PRESENCIAS COTIDIANAS?
Tal vez es porque el laico occidental ha rechazado la idea de que nuestro mundo ha caído en
todos los aspectos, que el pecado original ha desfigurado no sólo el
alma humana sino también la mente humana, y de hecho todo el mundo físico.
Terremotos, inundaciones,
incendios, tormentas, y las enfermedades pueden ser el resultado de la expulsión del hombre del pacífico paraíso del Edén, que a su vez
es el resultado del pecado.
Pero generalmente somos insensibles a indicios de
que la naturaleza puede ser no sólo un
inconveniente, sino francamente malévola.
Muchos bomberos, por ejemplo, dirán que los fuegos que combaten parecen tener mentes
despiadadas, empeñadas en la muerte y la destrucción.
Y hay una razón por la que las serpientes, venenosas y astutas, desde tiempo inmemorial, han
sido asociadas con el mismo Maligno.
El Mal entonces, es la raíz de
toda imperfección mundana y de todo el sufrimiento humano, sin importar si este último es el resultado de fuerzas externas o
internas.
También bajo este paradigma cristiano, el error
humano – incluyendo simples errores de juicio y fallos en el desempeño mental o
rendimiento – debe ser comprendido no
como un simple fenómeno neutro o falla aleatoria sino como fruto de la maldad,
consecuencia de la caída, del mal y de aquellos agentes reales del mal: los
demonios.
FUENTES:
- http://www.theimaginativeconservative.org/2015/10/did-a-demon-make-me-do-it.html
- http://forosdelavirgen.org/34257/los-nombres-de-los-demonios/
- http://forosdelavirgen.org/41644/conferencia-del-exorcista-padre-fortea-sobre-su-experiencia-con-el-demonio-2012-03-21/
Foros de la Virgen María
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