El tema de la segunda meditación de Adviento del padre capuchino Raniero
Cantalamessa a la Curia es el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva
por título: “La vocación universal a la
santidad en la Iglesia”. Cantalamessa, como predicador de la Casa Pontificia, desarrolló este
terma el pasado viernes.
El predicador explicó que “la primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella”.
Y ha precisado que “si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana”.
Haciendo un repaso del sentido de “santidad” en el Antiguo Testamento, después ha observado que, en el Nuevo Testamento, “santidad no es ya un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad”.
Los mediadores de la santidad de Dios, señaló Cantalamessa, ya no son lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo.
“Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino en estar unidos a Jesucristo”, ha asegurado el padre Cantalamessa.
“Decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él”. Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica, afirmó Cantalamessa.
Por esto, “la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo”.
Por otro lado ha asegurado que “las buenas obras sin la fe no son obras ´buenas´ y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe”.
En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”.
El predicador de la Casa Pontificia ha subrayado que un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo.
La santidad -ha añadido- no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor.
Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo --ha advertido-- no es pecador, ¡sino fracasado!
Y ha añadido que “no depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores”.
El padre Cantalamessa ha explicado que nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. “Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo”, ha precisado.
En la vida de la Iglesia, las invitaciones a retomar el camino “se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina”, ha observado el predicador.
Finalmente, el padre Raniero ha precisado que la justicia bíblica, se sabe, es la santidad.
Y así, ha invitado a concluir la predicación con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”
El predicador explicó que “la primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella”.
Y ha precisado que “si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana”.
Haciendo un repaso del sentido de “santidad” en el Antiguo Testamento, después ha observado que, en el Nuevo Testamento, “santidad no es ya un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad”.
Los mediadores de la santidad de Dios, señaló Cantalamessa, ya no son lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo.
“Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino en estar unidos a Jesucristo”, ha asegurado el padre Cantalamessa.
“Decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él”. Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica, afirmó Cantalamessa.
Por esto, “la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo”.
Por otro lado ha asegurado que “las buenas obras sin la fe no son obras ´buenas´ y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe”.
En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”.
El predicador de la Casa Pontificia ha subrayado que un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo.
La santidad -ha añadido- no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor.
Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo --ha advertido-- no es pecador, ¡sino fracasado!
Y ha añadido que “no depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores”.
El padre Cantalamessa ha explicado que nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. “Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo”, ha precisado.
En la vida de la Iglesia, las invitaciones a retomar el camino “se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina”, ha observado el predicador.
Finalmente, el padre Raniero ha precisado que la justicia bíblica, se sabe, es la santidad.
Y así, ha invitado a concluir la predicación con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario