La comunicación en la Iglesia es un
problema desde siempre. El mismo Cristo tuvo constante problemas con los
fariseos, romanos y el mismo pueblo judío. Si el Verbo de Dios respeta la
libertad de cada uno de nosotros, es evidente que la Iglesia no puede aspirar a
comunicar correctamente a una sociedad que no desea escuchar. Para conocer la Verdad, es necesario que Dios
nos ayude. Nosotros no podemos hacerlo por nosotros mismos.
El Señor nos enseña que la
persona no puede llegar a conocer a Dios a no ser que el mismo Dios se lo
manifieste; dicho de otra manera: no
podemos conocer a Dios sin su ayuda. Pero el Padre quiere ser conocido:
le conocerán aquellos a quienes el Hijo se lo revelará.... La palabra
«revelará» no se refiere sólo al futuro, como si el Verbo no hubiera comenzado
a revelar al Padre si no después de nacer de María, sino que se refiere a la
totalidad del tiempo. Desde el principio, el Hijo, presente en la creación que
él mismo ha modelado, revela el Padre a todos los que el Padre quiere, cuando
quiere y como lo quiere. En todas las cosas y a través de todas las cosas, no
existe más que un solo Dios Padre, un solo Verbo, un solo Espíritu y una sola
salvación para todos los que creen en él.
En efecto, nadie puede conocer al
Padre sin el Verbo de Dios, es decir, si el Hijo no se lo revela, ni conocer al
Hijo sin el «beneplácito» del Padre... Jesús dijo a sus apóstoles: "Yo soy
el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a
mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto."
(Jn 14,6-7) (San Ireneo de Lyon. Contra las
herejías, IV, 6, 4.7.3)
En estos días pasados, han vuelto
a aparecer en las noticias, diversas frases que dicen que el Papa a dicho a
determinadas personas. Eugenio Scalfari, fundador del diario ´La Repubblica´,
ha dicho que el Papa le ha dicho, que “estaba decidido a encontrar
"soluciones" al problema del celibato sacerdotal y por otra que
"hay obispos y cardenales entre el 2% de pederastas que son sacerdotes”.
Brian Stiller (Embajador global
de World Evangelical Alliance) dice que el Papa le ha dicho: “No estoy
interesado en convertir a los evangélicos al catolicismo. Quiero que la gente
encuentre a Jesús en su propia comunidad. Existen tantas doctrinas que nunca
llegaremos a un acuerdo. No perdamos nuestro tiempo en eso, sino más bien
tratemos de mostrar el amor de Jesús”.
Entre rumores, interpretaciones
libres, opiniones matizadas, conjeturas diversas, sólo podemos terminar
desorientados. ¿Qué podemos hacer? Dejar de escuchar lo que unos “dicen que les
dijeron” y centrarnos en lo que Cristo nos dice. Pero incluso si nos dedicamos
a leer los Evangelios y los Primeros Padres de la Iglesia, seguro que
encontraremos discrepancias diversas que nos pueden hacer dudar o confundirnos.
Dios es quien nos señala la Verdad e incluso así, nuestra naturaleza caída nos impedirá entender
claramente esta Verdad. Así que también aparecerán discrepancias entre
nosotros. Discutiremos porque nuestro entendimiento es limitado y falible. Nos cuesta comprender que nadie es dueño del
Verbo de Dios y poseedor la Verdad. Si la Iglesia nos señala
determinadas certezas, tenemos que agarrarnos a ellas con humildad y
agradecimiento. Estas certezas son como tablas de salvación en nuestra deriva
por el mar tormentoso de la vida. Lo
que nunca debemos hacer es utilizar estas certezas como armas para hacernos
daño unos a otros. Valiente espectáculo solemos dar cuando nos vestimos
de doctores de la ley y decidimos qué es la verdad y qué no es verdad, cuando
es la Verdad la que nos acoge para que no naufraguemos.
Dice San Agustín: “Si alguien
hace algo [erroneo] que puede efectivamente hacerse con buena intención,
no lo reprendas; no usurpes para ti más de lo que te concede tu condición
humana. Ver el corazón es propio de Dios; propio del hombre no es más que
juzgar de las cosas externas” (Sermón 243,5)
A veces somos ligeros en señalar
las sombras, olvidando que entre ellas siempre hay algo de luz. No se trata de
dejar a nuestros hermanos en el error, sino de acercarnos a ellos para caminar
unidos hacia la Luz. Ser un poco como los discípulos de Emaús, que humildemente
caminaron junto a la Verdad sin intentar apodarse de Ella. Tenemos que se conscientes de que nuestras
certezas personales parten de realidades que pueden ser falsas sin dejar de ser
reales. La realidad siempre es un entendimiento subjetivo que creamos a
partir nuestras vivencias y nuestras ideas. A veces sufrimos por quimeras que
inventamos o perdemos la vida persiguiendo apariencias.
Si sufrimos, la causa es el pecado, nunca la realidad
que vivimos. ¿Cómo dejar de sufrir? Para
dejar de sufrir no vale intentar ajustar la realidad a nuestros deseos. La
realidad nunca es superior a la Verdad, porque la Verdad es Cristo. En la
medida que nosotros estemos en Cristo, nuestra realidad estará mejor
sintonizada con la Verdad. Si nuestra
vida no está centrada en Cristo, la realidad puede ser tan realmente dolorosa
como verdaderamente falsa.
Toda alma que abandona la
eternidad de la Verdad y se deleita en torpezas terrenas, peca lejos del Señor (San Agustín. Sermón 10,2)
La
comunicación de la Iglesia fue, es y será un desastre, pero no es culpa de
nadie más que de cada uno de nosotros. No
esperemos comunicar mejor que el Espíritu Santo. No esperemos se
nosotros quienes comuniquemos la Verdad a otros, ya es imposible. Cada uno de
nosotros le abre o le cierra la puerta a la Verdad, por lo que tenemos que
pedir al Señor el valor suficiente para abrir la puerta y dejar que la Verdad
nos posea a nosotros.
Néstor Mora Núñez
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