lunes, 11 de junio de 2012

¿SERÍAMOS CAPACES, NOSOTROS TAMBIÉN?


Estoy leyendo un libro de uno de mis autores favoritos, el arzobispo Fulton Sheen…, que pronto será beatificado, pues tiene la causa abierta y por tanto, está ya declarado Siervo de Dios, paso previa a la declaración de Beato; el libro que estoy leyendo se titula “Vestigios humanos en la selva”, y en él narra un episodio de una joven rusa llamada Eliza Pilekova, que huyó del comunismo y se avecindó en Fayenza y allí ingresó en una orden religiosa. Cuando la persecución de los judíos en la segunda guerra mundial, amparó a muchos perseguidos en el convento. Al descubrirlo la Gestapo alemana, fue encerrada en el campo de concentración de Ravensbruck. Durante dos años y medios vio como se construían, los bloques de edificios que eran las cámaras de gas. Cierto día, un grupo de prisioneras formaban frente a una de estas cámaras para entrar en ella y a una de las prisioneras le dio un ataque de nervios. La madre María que así se llamaba la religiosa rusa, le dijo: no se asuste; yo ocuparé su sitio. Sabía que iba a morir. Esto ocurrió un viernes santo.

            Este hecho es similar, al más conocido de San Maximiliano Kolbe, franciscano polaco que también en el campo de concentración de Auschwitz ofreció su vida, por un padre de familia que así mismo iba a ser asesinado con otros nueve internados, en represalia por un preso que se había fugado. Tengo entendido que existen otros casos similares, en los que toman todo su valor las palabras del Señor: “Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos”. (Jn 15,13). Otro caso de carácter similar lo tenemos en la muerte de la carmelita descalza de etnia hebrea, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, también conocida con el nombre de Edith Stein, que era el suyo antes de su toma de hábitos y consagrarse al servicio del Señor.

Y ante el examen de estos hechos, uno se pregunta si ¿seríamos nosotros capaces también de dar nuestras vidas por amor? Puede ser, que visto a distancia nuestra contestación sea positiva pero una cosa es ver los toros desde la barrera y otra muy distinta estar en medio del ruedo, donde cualquiera que haya hecho sus pinitos o un torero profesional le puede asegurar a uno, que en el ruedo los pitones son más grandes y afilados. Pero también cabe la posibilidad de que si vivimos en gracia y amistad con el Señor, en esos terribles momentos, recibiésemos un impulso y gracias divinas, porque estas suelen llegar muchas veces inesperadamente. Y es que los caminos de Dios decididamente no son nuestros caminos. Pero básicamente este tema o problema, radica en aunque ahora pensemos que no, ello es debido a que estamos todos tremendamente apegados a este mundo y no acabamos de creernos que lo que nos espera es mejor que lo que tenemos, porque la fortaleza de nuestra fe, es una autentica birria.

            Un día, el Señor: "Llamando a la muchedumbre y a los discípulos, les dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame. Pues quién quiera salvar su vida, la perderá, y quién pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. ¿Y que aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? ¿Pues qué dará el hombre a cambio de su alma?”. (Mc 8,34-37). Son muchas las reflexiones a las que no lleva la meditación de estos versículos. Nuestra salvación está en el amor al Señor, en amarle a Él, pero ¿Qué es amar al Señor? Él mismo nos da la respuesta cuando nos dice: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él”. (Jn 14,21). Pero guardar sus mandamientos, podríamos decir que es el mínimo común indispensable. Si una persona guarda sus mandamientos, vive en esa guarda y si peca, acude a la confesión, es indudable que la Santísima Trinidad inhabita en su alma y si perdura en esa conducta, no cabe duda de que se salvará, tiene la garantía de las palabras del Señor. Pero hay muchas personas que entienden que amar al Señor, es mucho más que guardar sus mandamientos, es entregarse apasionadamente a la aventura de su amor. Porque no, en todas las almas en gracia mora el Espíritu Santo de la misma forma y con el mismo agrado.

            Precisamente Santa Teresa Benedicta de la Cruz, con su profundo conocimiento filosófico y teológico, pues antes de ser carmelita descalza fue catedrática de filosofía, escribía: “Verdad es que Dios en todas las almas mora en secreto y encubierto, que de no ser así, no podrían ellas subsistir. Pero “en unas mora solo, en otras no mora solo; en unas mora agradado y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar ni hacer nada. El alma donde menos apetitos y gustos moran, es donde Él más solo y agradado y más como en casa propia, mora rigiéndola y gobernándola y tanto más secreto mora cuanto más solo”…. Ni el demonio ni el entendimiento del hombre pueden saber ni sospechar lo que allí pasa, más para la misma alma no es cosa tan secreta, porque siempre siente en sí este abrazo”.

Leí hace unos días un pensamiento que decía: “El martirio no se improvisa, es siempre el punto final de una vida espiritual intensa” y ciertamente es en este pensamiento donde se encuentra la respuesta a la pregunta del título de esta glosa. Solo estará uno dispuesto a dar su vida por su prójimo, que es tanto como darla por Cristo, aquel que en el desarrollo de su vida espiritual, esté tan despegado de este mundo que haya ya aceptado entregarse al Señor incondicionalmente.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios: