La pobreza debe ser llevada con humildad al igual que la riqueza.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Un tema delicado, sin dudas. Contradictorio al menos en apariencia,
difícil de poner en palabras que conformen a todo el mundo. Para algunos, vale
aquello de que “más fácil es que pase un camello
por el ojo de una cerradura, de que entre un rico al Reino de los Cielos”.
Para otros vale aquello de que “la riqueza o
pobreza de un alma está en el aspecto espiritual del término, no en el
material”. De una forma u otra las Sagradas Escrituras dan referencias
que podrían alimentar variadas interpretaciones, especialmente cuando el
interesado tiene algún particular ángulo que desea priorizar.
De tal modo, los que se consideran a si mismos como “ricos” tratarán de encontrar en este escrito
justificación a su riqueza. Y los que se consideran “pobres”
buscarán encontrar aquí consuelo y promesa de “salvación
automática”. Ni lo uno, ni lo otro. No es ese el espíritu de las
diversas palabras que Jesús nos ha dejado sobre este delicado tema en los
Evangelios.
El primer paso es comprender si riqueza material es sinónimo de casi
segura condenación del alma. Recordamos el caso del joven rico que quiere
seguir al Señor, y Jesús le pone como requisito el dejar atrás bienes y
honores, y él tristemente deja alejarse al Salvador, mientras se queda atado a
su riqueza. También el caso del rico que no da ni los restos de su comida al
pobre que pide en la puerta de su casa. En muchas oportunidades Jesús nos ha
marcado el peligro espiritual que acarrean los bienes materiales. Si, pareciera
que es un hueco muy estrecho como para que pase el camello famoso.
Pero meditando sobre este asunto recordé a aquellos que fueron los mejores
amigos de Jesús en la tierra. Ellos fueron muy probablemente tres hermanos: María Magdalena, Marta y Lázaro, hijos de Teofilo. Quizás
la familia más rica de la Palestina de aquella época, en propiedades en
Jerusalén, en Betania, y en muchos otros lugares. La casa de Betania era el
lugar de descanso preferido de Jesús cuando subía a Jerusalén. A Lázaro y sus
hermanas pedía Jesús muchos favores materiales cuando llegaban a El casos
desesperantes de gente que necesitaba ayuda. Y los hermanos siempre respondían,
fieles al Mesías que ellos habían reconocido en aquel Hombre de Galilea.
Si, los hijos de Teofilo eran ricos, riquísimos, pero supieron merecer
la amistad del Señor. Jesús lloró cuando vio la tumba de Lázaro, y de hecho
hizo de su resurrección el más impresionante milagro, en fecha ya cercana al
Gólgota. Su hermana, María Magdalena, tuvo el honor de ser la primera persona
que lo viera Resucitado. Vaya honor, ¿verdad? Nada
está narrado por casualidad en los Evangelios, de tal modo que tan particular amistad
entre la familia más rica del lugar, y Jesús, tiene que tener un significado
profundo.
Leyendo un hermoso libro titulado “La
Palabra continúa” encontré esta frase: “El
rico que da con amor y caridad verdadera, es el que se hace amar y no envidiar
del pobre”. De este modo, aceptar la propia riqueza proveniente de un
trabajo honesto de los padres, o del propio digno esfuerzo, no es pecado si se
la acepta para hacer buen uso de ella. Por supuesto que la riqueza basada en
dinero logrado por malas artes no tiene mucha cabida frente a Dios. Pero la
riqueza heredada o lograda con trabajo digno, es una manifestación de la
Voluntad de Dios sobre nosotros. El asunto es qué espera Dios que hagamos con
esos dones, porque sin dudas que es mucho el bien que, como Lázaro y sus
hermanas, se puede hacer desde una buena posición económica y social, adquirida
legítimamente.
Vistas así las cosas, el camello puede pasar por el ojo de la cerradura,
pero con una responsabilidad y un esfuerzo que hacen la tarea muy difícil. La
riqueza parece de esta forma asimilarse a una prueba ciclópea para el alma, más
allá de que configura un gran don, una gracia que Dios concede. La gran
pregunta de vida que las personas ricas deben hacerse es qué hacer con los
bienes que Dios ha puesto en sus manos.
Si la riqueza nos enfrenta a semejantes pruebas espirituales, ¿es acaso
la pobreza un don de Dios? Realmente lo es, es una ayuda muy grande que Dios da
para encontrar verdadera humildad y sencillez en el corazón, puertas
fundamentales para el camino a la santidad. ¿Es
entonces pobreza sinónimo de salvación? Sin dudas que no. Un sacerdote
amigo me decía que si bien es notable la soberbia de los ricos, es también
impactante la soberbia de los pobres.
Me quedé mucho tiempo pensando en sus palabras, hasta que comprendí que
se refería al resentimiento y desprecio por aquellos que tienen algo que uno no
tiene, sea un bien material, cultural, o incluso espiritual. Ser pobre y vivir
amargado por ello, es tan malo espiritualmente como ser rico y no hacer uso de
lo recibido para el bien de los demás. En ambos casos se cae en una vida
alejada del amor que Dios espera de nosotros.
La pobreza debe ser llevada con humildad también, al igual que la
riqueza, haciendo de las carencias un agradecimiento a que Dios no nos somete a
la prueba de la abundancia. Difícil tarea, ¿verdad?
Suena más difícil que la tarea del rico, de hacer buen uso de lo
recibido. Sin embargo, creo yo que, espiritualmente hablando, la tiene más
difícil el rico que el pobre. Pero en cualquier caso queda en cada alma el
saber cómo hacer de la situación que nos toca vivir, una oportunidad única de
honrar a Dios con amor y verdadera humildad de corazón.
Si ser pobre o si ser rico, son cuestiones de este mundo material en que
vivimos, cuestiones muy alejadas del destino de verdadera realeza que nos
espera. Riquezas en este mundo, caminos que nos alejan de la genuina riqueza,
si no sabemos utilizarlas para beneficio de los demás. Pobrezas y miserias en
este mundo, un sufrimiento que puede ayudarnos a encontrar la estrecha senda al
Reino, si las aceptamos con alegría de corazón y hacemos de ello un motivo de
unión a la Pobreza del Resucitado.
Jesús tuvo una unión muy intensa con pobres, enfermos e indefensos, y
una amistad profunda con algunos ricos pero bondadosos. Pero, por sobre todas
las cosas, no olvidemos que los que lo enviaron a la Cruz fueron los ricos del
lugar que no aceptaron que el Señor viniera a alterar su poder y comodidad, sus
riquezas materiales, su dominio sobre los pobres. Y tú, rico o pobre, ¿qué haces con ello?
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