La madre de Constantino era ya de avanzada edad pero no quería morir sin antes haber rezado en la tierra donde el Señor había vivido, muerto y resucitado.
Por: Primeros Cristianos | Fuente:
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La gran impulsora del redescubrimiento de los Lugares de la Pasión
fue la Emperatriz Santa Elena, que en el año 326 viajó a Tierra Santa. La
madre de Constantino era ya de avanzada edad -debía
de frisar los ochenta años-, pero no quería morir sin antes haber rezado
en la tierra donde el Señor había vivido, muerto y resucitado.
Tenemos pocos datos sobre la juventud de Elena. Probablemente nació
en Bitinia y tuvo origen humilde. Según San Ambrosio era stabularia -esto es, camarera
o sirvienta en una posada- antes de casarse con Constancio
Cloro en el 273, unión de la que nació Constantino al año
siguiente. Constancio era un ambicioso oficial del ejército romano,
que en el 293 alcanzó la dignidad de César.
Ese mismo año repudió a su esposa, que no tenía sangre noble,
y Elena quedó en la sombra hasta que en el 306 su
hijo Constantino le dio el título de Emperatriz. En ese
momento Elena ya era cristiana, y se sirvió de la privilegiada
posición que ocupaba para hacer el bien, ejercitando la caridad entre los
necesitados e impulsando la extensión y dignidad del culto. Tanto brillaba por
su fe y su piedad, que San Ambrosio no dudaba en tejer su alabanza
diciendo: Mujer grande, que ofreció al emperador mucho más que lo que
recibió de él.
A su paso por Tierra Santa se debe la construcción de las
primitivas basílicas la Natividad, en Belén, y de la Ascensión, en el
Monte de los Olivos. En cuanto al Gólgota, cuando Elena llegó
a Jerusalén acababan de ser demolidos los templos paganos, de modo
que la Emperatriz pudo cumplir su sueño de arrodillarse en la tierra
sobre la que Nuestro Salvador había sido levantado en la
Cruz y de rezar en la roca del Santo Sepulcro. Sin embargo, allí
mismo reparó en que no se había hallado todavía la más importante de las
reliquias.
San Ambrosio nos la describe con gran viveza, caminando entre las
ruinas de los templos romanos acompañada de soldados y obreros. Y
preguntándose: He aquí el lugar de la batalla: ¿pero
dónde está el trofeo de la victoria? ¿Yo estoy en un trono y la cruz del Señor
enterrada en el polvo? ¿Yo estoy rodeada de oro y el triunfo de Cristo entre
las ruinas? (...). Veo que has hecho todo lo posible, diablo, para que
fuese sepultada la espada que te ha reducido a la nada.
Las nuevas excavaciones que la Emperatriz mandó hacer tuvieron fruto
cuando, al remover un terreno cercano al Gólgota, se encontraron tres
cruces, y la tabla sobre la que se había escrito en hebreo, griego y
latín: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.
Así se produjo la invención -el descubrimiento: inventio en
latín significa venir hasta algo, encontrar-
de la Santa Cruz del Señor, que había permanecido oculta durante tres
siglos. La Santa Emperatriz dejó la mayor parte de las reliquias
en Jerusalén, pero llevó consigo a Roma tres
fragmentos de la Vera Crux, el título de la condena, uno de los
clavos y algunas espinas de la corona que sus verdugos impusieron a Jesús.
También hizo trasladar una gran cantidad de tierra del Gólgota y las
gradas de piedra de la escalera que el Señor recorrió cuatro veces el día de su
pasión, para comparecer ante Pilatos en el Pretorio.
LA
BASÍLICA SESSORIANA, O SANCTA HIERUSALEM
Existen numerosos documentos de los siglos IV y V que describen cómo a
partir de la visita de Santa Elena los cristianos veneraban las
reliquias de la Pasión que habían quedado en Jesuralén. Así lo
atestiguan Eusebio, Rufino, Teodoreto y San Cirilo de
Jerusalén. Egeria, una mujer que peregrinó a los Santos
Lugares en el siglo IV, habla de multitudes de fieles que ya por entonces
acudían de todo el Oriente cristiano para tomar parte en las solemnidades en
honor de la Cruz.
Otro historiador, Sócrates el Escolástico,
recogió a mediados del siglo V una piadosa tradición según la cual,
durante la travesía marítima que realizó la emperatriz para volver
a Roma desde Jerusalén, habría sobrevenido una fuerte tempestad.
La nave se debatía entre las olas a punto de naufragar, hasta que Santa
Elena -después de atarlo con una cuerda para echarlo por la borda- hizo
que tocara las aguas el Santo Clavo que llevaba consigo, y el mar se
calmó al instante.
Ese Clavo, los tres fragmentos de la
Cruz y el INRI fueron piadosamente custodiados
por Santa Elena en su residencia imperial: el palacio
Sessoriano. Al cabo de algunos años, posiblemente después de la muerte de su
madre, Constantino quiso que se construyera allí una basílica que
tomó el nombre del palacio, Basílica Sessoriana, aunque también era
llamada Sancta Hierusalem. Como cimiento simbólico de esta construcción se
puso la tierra del Gólgota que la Emperatriz había traído
desde Palestina, y los preciosos fragmentos de la Santa Cruz se
ofrecían a la vista de los fíeles en un relicario de oro adornado con gemas.
De la primitiva basílica constantiniana sólo se conservan algunos restos
pertenecientes a los muros exteriores. A esa edificación siguió otra del siglo
XII, a su vez sustituida por el templo de estilo barroco tardío, terminado en
1744, que puede contemplarse actualmente. A pesar de estos cambios
arquitectónicos y de otras vicisitudes históricas, como las invasiones
padecidas por Roma, toda una colección de documentos atestigua que las
reliquias que se veneran en esta basílica son las mismas que trajo Santa
Elena desde Tierra Santa.
Es del todo natural que este lugar se convirtiese enseguida en meta de
la piedad del pueblo cristiano. Muy pronto se empezó a celebrar allí la
liturgia del Viernes Santo. Hasta el siglo XIV, el Papa en
persona, con los pies descalzos, encabezaba la procesión que iba desde la
Basílica del Laterano hasta la Basflica de la Santa Cruz, para adorar
la vexilla crucis, la bandera de la Cruz, el estandarte de la salvación.
Santa Elena, madre del emperador romano Constantino (306-337 d.C.), está
representaba dormida, sentada, con la cabeza reclinada sobre una mano; la
historia sagrada le atribuye la visión, o para ser más precisos, el sueño que
la llevó a encontrar la verdadera Cruz, materializada (por decirlo de esta
manera) y sostenida por un amorcillo alado. La iconografía no es la que se
encuentra tradicionalmente en el ambiente véneto, donde la Santa generalmente
está representada de pie cerca de la cruz. La pintura, fechada aproximadamente
en 1580, forma parte de la producción madura del gran pintor véneto.
(mv.vatican.va)
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