EL DILEMA DE RENÉ, QUÍMICO, CON LA PÍLDORA ABORTIVA
¿Qué hacer cuando
debes decidir dejar o no tu puesto de trabajo por una razón moral,
acudes para consultarlo a las fuentes correctas, y ésas sin embargo te
ofrecen soluciones contradictorias?
UN
CASO CONCRETO
Así se le plantearon las cosas
a René, químico, que se vio convertido en
los inicios de su carrera profesional, desarrollada en el sector farmacéutico,
en director de una fábrica de medicamentos. "En
principio, los medicamentos se hacen para cuidar a las personas, pero algunos
son muy cuestionables, porque conducen a la alienación o a la muerte",
explicó él mismo el pasado mes de julio en uno de los encuentros de verano de
la Comunidad del Emmanuel en Paray-le-Monial, donde Santa Margarita María. Alacoque recibió
las visiones y el mensaje del Sagrado Corazón de Jesús.
Su puesto era "una buena promoción" y su cargo
directivo le venía "muy bien", reconoce,
pero había un problema: "Una de las moléculas
que fabricaba esta fábrica, de la que yo era responsable, era la de la píldora
abortiva, conocida como la RU-486. Yo no me di cuenta al principio, pero
rápidamente esto comenzó a herir mi conciencia".
"La conciencia
es ese lugar en lo más profundo del corazón de cada hombre donde se discierne
el bien y el mal y está habitada por el Espíritu de Dios", explicó René para encuadrar su problema. Él no comentaba el asunto ni
siquiera con su esposa Claire -a su lado ahora cuando recordaba todo
esto-, pero él sentía cada vez con mayor claridad "que
estaba colaborando con algo malo".
LA
CONFESIÓN
Y eso le mataba por dentro: "Había en mí un debate interior. Yo era cada vez más
desgraciado, pero me sentía petrificado, incapaz de hablar de ello con nadie.
Veía claramente que no podía seguir así, que debía
tomar una decisión, de ejercer mi libertad para decidir continuar o bien hacer
algo para resolver esta situación".
Su trabajo le gustaba "mucho" y conseguirlo había sido "un gran logro", pero no se engañaba a
sí mismo: "Veía claramente lo
que Jesús me pedía, pero no veía qué hacer ni cómo hacerlo".
René pasó un año reconcomiéndose
con esta situación. En el verano de 2001 acudió en un estado interior "lamentable" al mismo encuentro en Paray-le-Monial donde
veinte años después ha hecho pública esta historia. Y allí la gracia hizo su
efecto. Se confesó y -admite- se derrumbó, pero el sacramento
de la penitencia dio sus frutos: "Recibí el
perdón y la bendición de Jesús que salva, y tomé la firme resolución de
arreglar esta situación".
EL
SEGUNDO DILEMA
No iba a ser tan sencillo. Con
Claire, sí. Se lo contó y ella le acogió "con
bondad", se hizo cargo de la situación y le apoyó en lo
que determinase hacer. Pero su
confesor le había sugerido pedir consejo a dos personas de referencia que
podrían iluminar su resolución: "Por una
parte, mi obispo, y por
otra, un sacerdote especializado en cuestiones morales".
Y ahí surgió un problema: "Las dos personas a quienes consulté, mi obispo y el
moralista, me dieron consejos divergentes".
EL TESTIMONIO DE RENÉ.
LA
VERDAD, CRITERIO RECTOR
René se encontraba así en una
disyuntiva corriente en el obrar práctico aunque los principios morales de
aplicación estén claros. A lo largo de la historia de la Iglesia, los teólogos
morales han propuesto muchas soluciones para que la duda especulativa sobre la
bondad o maldad de una acción se traduzca en una certeza de orden
práctico. Un dominico del siglo XX, el padre Thomas
Deman (1899-1954),
en trabajos que recogió, por primera vez en español, un libro titulado La
prudencia, revivió lo que pensaba al respecto Santo Tomás de Aquino.
La moral católica, explica el
padre Deman, no puede limitarse a actuar con una certeza
práctica desligada de la verdad moral sobre su acto concreto. Si hubiese obrado
así, a René le habría bastado con aferrarse a una opción u otra de las
propuestas por sus consejeros para 'tranquilizar su
conciencia' descargándola en otros.
Deman, siguiendo a Santo Tomás de
Aquino, dice por el contrario que debemos actuar, más que a impulsos de lo
debido, a impulsos de lo bueno, que es lo que genera el
deber. Lo
debido no debe surgir de un cálculo de probabilidades ante el cual
la conciencia se decanta por una opción sin determinar si es, en su caso
concreto, la única buena. Es indispensable, por consiguiente, conocer eso bueno. La prudencia,
explicaba el teólogo francés, es una virtud orientada a la acción,
pero es una virtud intelectual, esto es, que sólo se satisface con el objeto de la inteligencia: la verdad de las
cosas. Hay que actuar
siempre conforme a la verdad objetiva del caso en la medida en la que
pueda captarse.
OVACIÓN
Tal vez René no se hizo estos
planteamientos, pero lo cierto es que parece haber actuado conforme a ellos.
Dado que el obispo y el moralista no se ponían de acuerdo, su prudencia optó
por buscar la verdad y seguirla: "Me tocaba a
mí discernir qué convenía
hacer. La Iglesia no me pedía aplicar preceptos o recetas prefabricadas, sino
acudir a mi conciencia, a mi libertad y a mi conocimiento de la situación.
Así que tomé la decisión de conseguir de mi jefe, que estaba en Estados
Unidos, que detuviésemos esta actividad".
Lo cual le costó "varias discusiones" con él, porque "él no veía problema alguno" en la fabricación de la píldora abortiva y "no comprendía" los escrúpulos de aquel
lejano director de fábrica.
Así que René decidió invitarle a
cenar en su casa, cara a cara los dos una noche, para detallarle sus
motivaciones y su resolución: "Yo no iba a
seguir dirigiendo esa fábrica y estaba dispuesto a dejar la empresa".
Su jefe no dijo nada y retornó a Estados Unidos.
Dos días después le llamo desde
allí: "Me pidió que fuera a ver al cliente de
ese producto, junto con mi director comercial, para anunciarle que abandonábamos
la producción".
Una ovación estalló
en Paray-le-Monial cuando René llegó a este punto.
SIN
TEMOR
Emocionado, continuó: "Recibí una gran alegría. Ya había sido perdonado,
consolado, fortalecido en el sacramento de la reconciliación".
Porque había otra cuestión
envuelta: no se trataba solo de los niños
asesinados con esas píldoras, ni se trataba solo de la conciencia de una sola
persona. Estaba en juego también el alma de sus compañeros:
"Con esta decisión el conjunto de las personas de la fábrica de la que yo
era responsable se libraban también de esta actividad mortífera".
"Jesús solo
quiere mi felicidad", concluyó René: "Me pide cada día confiar en Él y elegir
el camino de la Verdad y del Bien sin temor, a pesar de las
consecuencias que pueda suponer. Porque Él está a mi lado para sostenerme y
acogerme".
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