He visto un documental sobre las protestas de Tiananmen. No sabía que tuvieron tanto apoyo: todas las universidades, obreros de distintos sectores. Tampoco que un general chino se negó a reprimir la manifestación, que el Politburó estaba dividido entre reformistas y no reformistas. Y que, finalmente, Den Xiao Pin, que tenía un mero cargo honorífico, fue el que retomó el Poder por su propia autoridad ante la, según su opinión, inacción del presidente de la república.
Qué cerca
estuvimos de que la historia del siglo XXI hubiera sido completamente distinta.
¡Qué cerca! Me produce tanta tristeza pensar
en la evolución que pudo haberse puesto en marcha. Cuánto sufrimiento hubiera
sido ahorrado, qué cantidad tan inmensa de dolor.
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He tenido
una larga conversación telefónica, ayer y hoy, con un laico que considero un
gran teólogo, uno de los mejores que conozco: en su
campo de especialidad, el mejor. Y este laico teorizaba sobre
posibilidades ontológicamente imposibles de que el Mal llegara al nivel máximo.
Ha sido una interesantísima conversación. Las ramificaciones del ser, las
ramificaciones de lo posible...
A veces, las
ideas más malignamente retorcidas de la teología se le ocurren a un fraile que
cuida de sus ovejas y sus quesos.
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He acabado,
por fin, con todo el contenido del congelador. Ya no queda nada. Momento
largamente esperado para descongelar. A partir de mañana, comenzaré a llenarlo
de nuevo. Dos veces al año, lo vacío del todo; consumo todos los congelados, y
vuelta a empezar. En algunas familias, en el fondo del congelador, debe haber
algún pollo que lleva olvidado varios lustros.
P. FORTEA
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