Con alegría y extrañeza a la vez, abrimos hoy el diario liberal “La Nación", de la Argentina, donde vemos este artículo que, en gran parte, reafirma lo que desde hace años venimos divulgando en nuestro sitio y en nuestros cursos en los que seguimos en todo al incansable Dr. Raúl Leguizamón, acerca del fraude de la “evolución” del hombre a partir de los simios.
Parece que, ahora, ni hubo eslabón perdido ni somos
hijos de la Mona Lucy…
ENIGMA PREHISTÓRICO: POR QUÉ LA CIENCIA DECIDIÓ
ABANDONAR LA BÚSQUEDA DEL ESLABÓN PERDIDO
Por German Wille
Fuente: La Nación
La imagen es fácilmente
reconocible, un clásico de la divulgación científica. En ella se ve de perfil
una serie de personajes que caminan en fila india. El primero de la hilera es un mono, en
general un chimpancé. El último, un hombre. Los cuatro o cinco seres que hay
entre ellos representan la transición entre el primate
y el humano. Es quizás la ilustración más popular para simbolizar
la evolución humana.
Y al calor de esa idea de
progresión evolutiva lineal, que parece representar esa imagen, se consolidó
otro concepto, el de “el eslabón perdido”. Esta noción, que todavía tiene vigencia hoy en el
imaginario popular y en algunos medios de comunicación, alude a la existencia
de algún ancestro de la humanidad actual, que fue en parte
simio y en parte humano.
El
eslabón perdido era la pieza crucial que unía a la humanidad con los monos y,
por lo tanto, con el resto de la naturaleza. Por mucho tiempo, la búsqueda de algún
fósil que comprobara la existencia de este eslabón fue una obsesión de buena
parte de la comunidad científica, que veían el objetivo de su búsqueda como
el Santo Grial de la
evolución.
Pero a esta altura es
fundamental aclarar que hay dos conceptos que se vertieron
aquí que no son correctos. Es
que, para la ciencia, en primer lugar, la idea de una evolución
progresiva y lineal no tiene asidero en la historia natural.
Y en segundo lugar, también
desde un punto de vista científico, el eslabón perdido no existe, o al menos se
trata de un concepto por completo erróneo.
Así es. Por más atractivo que resulte, posiblemente haya llegado la
hora de descartarlo.
“A fines del siglo XIX, el ‘eslabón perdido’ se
convirtió en una expresión familiar que se usaba principalmente en relación con
la evolución humana y, específicamente, con la hipotética conexión entre
primates y humanos", cuenta a LA NACION María Pía Tavella, antropóloga y
docente de Evolución Humana en la UNCGza. María Pía Tavella
EL ESLABÓN PERDIDO EN EL SIGLO XIX
Naturalistas y divulgadores de
la ciencia utilizaron el término “eslabón perdido” en
el siglo XIX, especialmente luego de la aparición de El Origen de las especies, el libro que Charles Darwin publicó en 1859.
Entonces, “muchos científicos se abocaron a la búsqueda de esta
‘pieza faltante’ para conectar a los humanos con el resto del reino animal, una
evidencia crucial para demostrar la teoría de la evolución por selección
natural”, explica a LA NACION María Pía
Tavella, licenciada en Antropología especializada en antropología Genética, becaria del Conicet y docente de Evolución Humana en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Ernst Haeckel sostenía, como
lo ilustra esta imagen de 1874, que desde los organismos unicelulares hasta el
hombre, la evolución constaba de 24 pasos y que en el paso 23, estaba el
eslabón perdido Andares de la ciencia / Anthropologenie oder
Entwicklungsgeschichte des Menschen
El naturalista alemán Ernst Haeckel era
uno de los que entendían la evolución como un proceso progresivo desde las
formas más simples a las más complejas. Pocos años después de la
publicación del libro de Darwin, este
científico estipuló que en la naturaleza existían 24 estadíos hasta llegar al
ser humano, y estableció al eslabón perdido en el anteúltimo de ellos.
Era un ente que existía entre medio del orangután y
el Homo sapiens.
Aún sin tener la menor evidencia
de la existencia de ese ser, le puso el nombre científico de Pithecanthropus alalus o, en términos
populares, “el hombre mono
sin habla”.
El anatomista holandés Eugene Dubois, por
su parte, también se obsesionó con la idea de encontrar al eslabón perdido y
entre 1891 y 1892 descubrió
en Java los
restos fósiles de lo que luego sería identificado como el Homo erectus. Entonces, su hallazgo sacudió
tanto al universo científico como al de la opinión pública, y pocos dudaron del
hecho de que ese “Hombre de Java” encontrado era, en rigor, el famoso eslabón.
Pero, pese al entusiasmo reinante, no lo era.
En 1898, el New York Journal
anunciaba el hallazgo de los restos de “el hombre
de Java” y aseguraba que se trataba de el eslabón perdido Andares de la
ciencia
“EL ESLABÓN PERDIDO VIVIENTE”
“A fines del
siglo XIX, el ‘eslabón perdido’ se convirtió en una expresión familiar que se
usaba principalmente en relación con la evolución humana y,
específicamente, con la hipotética conexión entre primates y humanos. Fue
utilizado tanto por
científicos como por periodistas. Pero también por
entretenedores y presentadores de exhibiciones de curiosidades”, cuenta Tavella.
En relación con esto último,
tanto en Estados Unidos como
en Europa comenzaron a exhibirse en ferias personas de
etnias “exóticas”, a quienes se presentaba
muchas veces como “el eslabón perdido viviente”. Un
ejemplo de ello fue Kraos, una niña laosiana que
sufría de hipertricosis, una afección por la que
crece el pelo en áreas del cuerpo donde no suele crecer.
De acuerdo con lo que
cuenta el biólogo catalán Alex Richter-Boix en su sitio de
biología y ecología evolutiva Evoikos, Kraos fue
“capturada” en su país en 1881 y años más
tarde recorrió toda Europa de la mano del promotor de
espectáculos canadiense Antonio, el Gran Farini. La niña era presentada como “El
eslabón perdido: la prueba viviente de la teoría del origen del hombre de Darwin”.
Krao, la niña de Laos afectada
con hipertricosis era presentada en las ferias europeas bajo el nombre de “el eslabón perdido viviente" Andares de la
ciencia.
De este modo, se comprueba
también cómo la idea de un eslabón perdido servía de excusa para reafirmar los
prejuicios eurocentristas respecto de otros grupos humanos y para confirmar una
perspectiva racista desde una
supuesta teoría científica evolutiva. Así también, en los Estados Unidos, numerosos
afroamericanos eran exhibidos como seres considerados a medio camino entre
el Homo sapiens y los chimpancés.
DARWIN Y LA SCALA NATURAE
Pero más allá de estos nocivos
efectos colaterales de su teoría, lo que logró Darwin con su obra (a El origen de las especies le siguió, en 1871, la publicación de El origen del hombre) fue confirmar que la
humanidad no era otra cosa que el resultado de un proceso natural, con un
origen compartido con otros animales. El hombre y la mujer no eran, de esta
manera, el propósito último del universo, como se sostenía hasta entonces.
Tavella cita a la antropóloga y escritora estadounidense Misia Landau, quien señaló que la narración estándar de la
evolución humana empezó necesariamente con un héroe, y ese no era otro que
el naturalista británico.
Charles Darwin, autor de El
origen de las especies y El origen del hombre, dos obras clave para la ciencia
del siglo XIXBiografías y vidas
“Dado que la
teoría expuesta por Darwin proponía un origen
común entre simios y humanos, se esperaba que su ancestro común tuviera la
característica de ambos. Así empezó la búsqueda del eslabón perdido en el
registro fósil y surgió la disciplina que hoy conocemos como Paleoantropología”, explica la antropóloga Tavella.
Entonces también se debatía en
qué lugar del planeta sería posible hallar a este nexo entre simios
y humanos. Algunos científicos hablaban de Asia, y
otros, de África.
Sin embargo, antes aún de la
teoría darwiniana, existía el concepto de la Scala
naturae del
pensamiento cristiano del iluminismo, o de la cadena de los
seres vivos, a los
que se jerarquizaba de los más simples a los más complejos. De modo que,
asegura Tavella, “la
idea de eslabones perdidos en la cadena de seres, la noción de huecos en el
registro fósil ya estaba muy establecida con anterioridad a El origen
de las especies en la Inglaterra victoriana”.
“NO HAY ESLABÓN PERDIDO”
Para el 1900, el eslabón perdido
había pasado de ser un concepto científico hipotético a convertirse en un
objeto materializado -ilusoriamente- en sitios de excavación,
museos, periódicos, caricaturas y mercados. Muchos creyeron haberlo encontrado,
muchos fueron desestimados, pero pocos dudaron de su existencia.
Sin embargo, ya por aquel
entonces había voces que se elevaban contra el que parecía ser un concepto
científico universal. Es el caso del antropólogo británico Edward Clodd, que ya en 1895 escribió
algo que prácticamente se sostiene hasta el día de hoy. “El
hombre no es ni descendiente ni hermano de los simios, sino una especie de
primo. Y la respuesta a la pregunta: ‘¿Dónde
está el eslabón perdido?’, es: no hay eslabón perdido, y nunca
lo hubo”,
expresó el científico, que también era banquero y
escritor.
“Las similitudes
y diferencias entre simios y humanos se explican
del mismo modo que las similitudes y diferencias de los simios entre sí
-prosiguió Clodd-. Las similitudes son causadas por la descendencia de
un ancestro común, mientras que las diferencias han surgido
lentamente de formas sutiles. Los primates forman las ramas superiores del
árbol de la vida, cuya rama más alta es el hombre”.
La cita es extensa, pero vale
para entender el porqué de la negativa científica a hablar del eslabón perdido, aunque el
concepto insista en persistir hasta el día de hoy y aparezca aun en algunos
titulares casi cada vez que los paleoantropólogos encuentran los fósiles de algún homínido.
Así ocurrió, por caso, cuando
se descubrió el Australopithecus africanus,
en 1924, con la aparición del Homo habilis,
en 1964 y con el hallazgo
del Austalopithecus aferensis,
la famosa Lucy, en 1974.
LA EVOLUCIÓN COMO UN ÁRBOL RAMIFICADO
De regreso a la ilustración
que lleva en fila india del mono al hombre, la
primera vez que se publicó fue en un libro de 1965 llamado El hombre primitivo (Early Man), del antropólogo estadounidense Francis Clark Howell. El ya clásico dibujo fue realizado
por Rudolph F. Zallinger y lleva por
título “El camino hacia el Homo sapiens”.
Aunque en ese libro, el
propio Howell advirtió que no debía tomarse
de modo literal como si se tratara de una progresión
directa entre las especies, la popularidad de la imagen fue tan
vertiginosa e inmensa que no se pudo impedir su malinterpretación.
“El problema es que la imagen da a entender que la evolución humana se dio como un proceso
unilineal y progresivo, y que ese proceso tiende a un fin: el hombre blanco moderno”, señala Tavella.
Sin embargo, agrega la
científica, hace décadas que esa visión está “desterrada por
la evidencia paleontoantropológica y genética”. No hubo evolución
lineal. En cambio, “los homínidos se
ramificaron y divergieron en géneros y especies separadas desde los principios
de su evolución”.
Entonces, para representar el
proceso evolutivo, no tiene nada que hacer la fila india, sino más bien la idea
de un arbusto muy ramificado donde los humanos “son solo una
ramita”, como señala el
antropólogo británico Robert Foley, autor
del libro Humanos antes de la humanidad, de 1997.
“La metáfora de la
evolución como un árbol ramificado es uno de los componentes
principales ya desde la teoría darwinista -afirma Tavella-, donde los organismos actuales (los extremos de las
ramas) descienden de ancestros comunes en el pasado. Sin embargo,
esta noción aparece menos representada en la literatura de divulgación y en la
enseñanza básica, donde se sigue colando el lastre de la ‘escala evolutiva’,
herencia del siglo XVIII”.
Para redondear estos
conceptos, la antropóloga señala
que las representaciones lineales transmiten la falsa idea de
que los primates actuales son nuestros antepasados, cuando más bien compartimos ancestros. “La
separación entre el linaje humano y el de chimpancés y gorilas ocurrió
hace entre 6 y 8 millones de años, por lo que cada línea
evolutiva siguió su proceso independiente todo este tiempo”, asegura.
Como prueba de que ciertos especímenes
primitivos no eran nuestros antepasados, sino
más bien nuestros “primos” por decirlo de alguna
manera, baste decir que hay evidencia genética de que el Homo Sapiens se
cruzó con especies de homínidos con las que
convivió en el Pleistoceno medio,
como el Homo neanderthalensis o
los Denisovanos.
Si bien el homo sapiens, el ser humano actual, habita sin
otros homínidos el planeta hace 30.000 años, todavía hay pruebas de las hibridaciones que
realizó con humanos arcaicos. “Podemos observar
entre 2-4 por ciento de ancestría genética de origen neandertal en
poblaciones actuales de Eurasia y hasta 6 por ciento de ancestría proveniente
de los Denisovanos en algunas poblaciones oceánicas”, informa Tavella.
El Homo sapiens convivió unos miles de años con el
Homo neanderthalensis y con los Denisovanos
LA EVOLUCIÓN ES UN HECHO, NO UN PROPÓSITO
Otro mito con respecto a la
evolución tiene que ver con que es un proceso progresivo
hacia organismos “mejores” o “superiores”. Por
lo contrario, como sostenía el célebre paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, la
evolución es un hecho, no un propósito. Esto es, el devenir
evolutivo es resultado de una interacción única entre procesos azarosos y deterministas, no es el
resultado de un plan.
“La evolución se
basa en continuidades y discontinuidades -agrega Tavella-. La
naturaleza biocultural de los humanos es la principal discontinuidad que emerge
de nuestra historia evolutiva. Los seres humanos nos definimos por
habernos convertido en seres complejos. La cuestión es si esa complejidad es
exclusiva de nuestra especie o si ha emergido en otras especies”.
Lo cierto es que la conducta
humana y su capacidad mental han sido el auténtico distintivo -más que lo
anatómico- para diferenciar a los Homo
sapiens de otras especies
animales. Se cree que estos rasgos puramente humanos surgieron como respuesta a
los frecuentes cambios climáticos ocurridos en el período pleistoceno, gracias
a los cuales nuestros ancestros desarrollaron habilidades para la cooperación, el aprendizaje social y la acumulación
cultural.
Algunas poblaciones actuales de Oceanía tienen un
6% de ancestría genética proveniente de los Denisovanos, coom el que se
representa en la imagen
“Entre los
rasgos que ayudan a definir el comportamiento humano moderno se
señalan varios: el lenguaje articulado y simbólico, el
manejo del fuego, la tecnología lítica de láminas (herramientas de piedra), la
talla sobre hueso, la ornamentación corporal, la
práctica de rituales o la construcción de redes de intercambio”,
señala Tavella.
La antropóloga añade que
muchas de esas adquisiciones evolutivas ya estaban presentes en otras especies
del género homo -sobre todo en los Neandertales, pero quizás también
en sus antecesores, los Homo
heidelbergensis-, pero es el Homo
sapiens quien las generaliza “a
escala planetaria”.
En conclusión, contrariamente
a lo que todavía puede creerse, la evolución no es un proceso
lineal ni progresivo, sino
más bien ramificado y azaroso. Y por eso mismo, al
no existir una gradación escalonada entre las
especies, tampoco es posible que exista un solo eslabón que haga la
conexión entre una y otra.
En otras palabras el eslabón perdido no existe, o, al menos, es un concepto erróneo. A esta altura, es apenas un mito, una
antigua utopía científica que
se extinguió pero que, de todas formas, sigue dando batalla en los medios
y en el imaginario popular.
Por German
Wille
Javier Olivera
Ravasi
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