Edith Stein (1891-1942) -quien adoptaría el nombre religioso de Sor Teresa Benedicta de la Cruz- nació en Breslau, una ciudad de Alemania que posteriormente pasó a ser parte de Polonia. Nació en el seno de una familia judía y se educó como tal. Sin embargo, durante su adolescencia y los primeros años de juventud empezó a cuestionar su religión y llegó a abrazar el ateísmo.
Años más tarde, convertida en prominente estudiante de filosofía de la
universidad de Gotinga (Gottingen), tomó contacto con la fenomenología,
perspectiva filosófica que pretendía la renovación de las ciencias y el saber.
Como Edith destacaba por su penetración intelectual, el filósofo Edmund Husserl
-padre de la fenomenología- la escogió como asistente de cátedra, incluso antes
que a Martín Heidegger (uno de los filósofos más importantes del siglo XX).
Finalmente, tras enfrentar las dificultades relativas a su condición de mujer
dentro de la academia, Edith obtuvo el título de Filosofía de la Universidad de
Friburgo.
Por su elevado sentido de la solidaridad, se enlistó en la Cruz Roja
como enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Fueron años muy duros, en los
que Edith conoció la tragedia de la guerra y la fragilidad de la condición
humana. En medio de las terribles circunstancias que la rodearon, ella se
esforzó por ser generosa, amable y mantener el espíritu de servicio.
En 1921, Edith decide visitar a una amiga que había quedado viuda, con
el propósito de hacerle compañía. Grande fue su sorpresa al encontrarla con una
serenidad y resignación inesperadas. Edith quedó impactada por la paz y la fe
que irradiaba esta mujer, a pesar del natural dolor a causa de su pérdida. Su
amiga le confesó que era la fe en Dios lo que la sostenía. Es así que Edith se
interesa en conocer la fuente de aquella paz espiritual, y lee la autobiografía
de Santa Teresa de Jesús. Por ese entonces, varios de sus amigos del círculo
fenomenológico se habían convertido al cristianismo, lo que aumentó la
intensidad de su interés.
El acercamiento intelectual y espiritual a la vida de Santa Teresa la
transformó profundamente. El largo cuestionamiento sobre el sentido de su
propia vida y su búsqueda de la verdad culminaron en el abrazo a la fe
católica. Después de un tiempo de purificación personal pidió ser bautizada.
Entonces buscó la ayuda de un sacerdote y, después de una etapa de preparación,
recibió el sacramento en 1922. Había encontrado aquello que buscó siempre,
desde lo más hondo de su ser. Edith decía que al haberse hecho católica, de una
manera muy peculiar, “se sentía más judía”, porque
el pueblo judío había esperado por un mesías, y ella lo había encontrado.
Jesucristo es ahora el sentido de su fe y vida.
Paulatinamente brotaron otros cuestionamientos en ella hasta que
apareció la inquietud vocacional. Edith continúa su itinerario personal
acompañada de un director espiritual. Ingresa a trabajar como maestra en la
escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena, dicta
conferencias, traduce libros, destaca profesionalmente, y cada vez que puede se
escapa para encontrar la paz que necesita en la abadía benedictina de Beuron.
Mientras tanto, la situación política en Alemania empieza a empeorar,
son años de deterioro moral en su país. El régimen nacional-socialista le
prohibió la enseñanza. A pesar de ello, Edith no se desanima e ingresa al
Carmelo, en Colonia. Con ese paso, Edith rompe definitivamente con su pasado y
renuncia al prestigio y la fama del mundo académico. El 15 de abril de 1934
toma el hábito carmelita y cambia su nombre a Teresa Benedicta de la
Cruz.
Para ese entonces, la situación de los judíos se tornó dramática y Edith
pide ser trasladada de monasterio para no poner en riesgo a sus hermanas
religiosas. Edith es enviada a una comunidad en Holanda, junto con su hermana
Rosa, quien también se había convertido al cristianismo y servía como hermana
lega. Los nazis amenazan con deportar a los judíos de Europa, incluyendo a los
conversos.
El curso que había tomado el partido nazi generó el rechazo del mundo
libre y la condena de internacional. La Iglesia Católica tuvo en la figura del
Papa Pío XII un bastión en defensa del pueblo judío. A pesar de las
innumerables presiones que recibió, Pio XII se mantiene firme de lado de los
perseguidos y maltratados.
Las fuerzas nazis de ocupación en Holanda declaran a todos los católicos
judíos como “apátridas”, por lo que deberán
ser detenidos. Así, un cuerpo militar nazi ingresa al convento carmelita donde
viven Edith y Rosa y se las llevan.
Ambas son trasladadas al campo de concentración de Westerbork. Edith, en
medio de aquella situación extrema, se preocupa por ayudar y consolar a sus
compañeros de prisión. Las condiciones en las que vivían incluían
humillaciones, tortura y, por supuesto, la muerte.
Semanas después, Edith y Rosa son enviadas al campo de concentración de
Auschwitz, junto a unos mil judíos. Las hermanas llegaron el 9 de agosto de
1942. Después sucede lo inevitable: los prisioneros
recién llegados son organizados para ser conducidos a la cámara de gas. Santa
Edith es ejecutada en uno de esos grupos. Murió ofreciendo su vida por la
salvación de las almas, la liberación de su pueblo y la conversión de Alemania.
Santa Edith Stein fue canonizada por San Juan Pablo
II en 1998, quien le dio el título de “mártir por amor”. En octubre de 1999 fue
declarada copatrona de Europa.
Redacción ACI
Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario