La cizaña es todo aquello que nos sirve de tropiezo para llegar a Dios o se opone a Él.
Por: P. Sergio A. Cordova LC | Fuente: Catholic.net
Mateo 13, 24-43
Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino
de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.
Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el
trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces
también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ´Señor, ¿no
sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? ´Él les contestó: ´Algún enemigo ha hecho esto.´ Dícenle los
siervos: ´¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?´ Díceles: ´No, no sea que,
al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan
juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged
primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en
mi granero.´» Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a
un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente
más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las
hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y
anidan en sus ramas.» Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es
semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de
harina, hasta que fermentó todo.» Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente,
y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta:
Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación
del mundo. Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron
sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El
respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es
el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del
Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y
los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la
cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los
obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el
llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en
el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
REFLEXIÓN
La expresión artística ha sido, a lo largo de los siglos, una de las
manifestaciones más nobles de la belleza, de la originalidad, del genio y de la
grandeza del espíritu humano. Y, además, un vehículo importante para la
comunicación del pensamiento y de la cultura, ya que el arte –al igual que la
música y la poesía– transmite siempre una idea, una visión de la vida y de las
cosas, una experiencia o un sentimiento personal. Durante varios siglos, sobre
todo en el arte paleocristiano, bizantino y gótico, se hizo común la creación
de “trípticos”, tanto en la pintura, como en
los mosaicos, vitrales y en las así llamadas “miniaturas”.
Consistían éstos en representar juntas tres escenas de la Biblia o del
Evangelio, formando una unidad artística y catequética. El arte cristiano fue,
desde los orígenes, una forma extraordinaria de predicación sagrada y de
catequesis popular.
Pues hoy nuestro Señor en el Evangelio nos presenta un maravilloso “tríptico” de parábolas para hablarnos del
misterio del Reino de los cielos: la parábola de la cizaña, del grano de
mostaza y de la levadura. Cristo está hablando a sus discípulos –y también a
nosotros hoy– de una realidad sumamente importante y esencial de su mensaje, de
su “Buena Nueva” –esto precisamente
significa “evangelio” en griego–, pero a la
vez de algo misterioso y de difícil comprensión. Por eso Jesús usa parábolas,
para ayudarnos a comprender misterios muy profundos a través de sencillas
imágenes y asequibles comparaciones.
La parábola del grano de mostaza nos enseña que el Reino de los cielos –es
decir, la vida de la gracia divina en nosotros, la Iglesia y las obras de Dios–
es siempre pequeño y casi insignificante en sus inicios, pero tiene que ir
creciendo hasta convertirse en un árbol frondoso, capaz de abrigar en sus ramas
a las aves del cielo; o sea, capaz de salvar a miles de personas y llevarlas a
la vida eterna. El crecimiento continuo es ley de vida, y el día que no se
crece, se muere.
La parábola de la levadura nos habla de esa acción silenciosa y lenta, pero
profundamente eficaz y transformante que realiza el Evangelio, no sólo en la
propia alma, sino también en los ambientes y en las sociedades, impregnando de
fe y de vida nueva todas las realidades humanas. Eso fue lo que hizo el
cristianismo en el imperio romano: los primeros cristianos, con su maravilloso
testimonio de vida santa y auténtica, con su ejemplo de caridad, de pureza, de
piedad y con el perfume de sus virtudes lograron transformar el ambiente
corrompido y enrarecido del paganismo antiguo. Esto es lo que ha hecho la
Iglesia a lo largo de veinte siglos de historia, a pesar de tantas
persecuciones y calumnias. Y lo sigue haciendo en nuestros días, con las mismas
armas de siempre: la fe, la esperanza y la caridad.
La parábola de la cizaña, por su parte –valdría la pena detenerse con más calma
en la consideración de esta enseñanza de Cristo, aunque el tiempo y el espacio
aquí disponibles no lo permiten– nos da tantas lecciones importantes para
nuestra vida cristiana. La cizaña es toda yerba mala que impide al trigo –a la
semilla buena– crecer libremente en el campo de Dios. Cizaña es todo aquello
que significa obstáculo, pecado y vicio en el mundo. La cizaña tiene múltiples
rostros y caretas: el odio, la persecución, la
calumnia, la división, el engaño, la injusticia, el fraude... Cizaña es
toda forma de egoísmo y de soberbia; son las pasiones desordenadas del ser
humano, la intriga, la maledicencia, la mentira, el escándalo... Tal vez muchas
veces hemos oído la expresión: “no vengas aquí a
sembrar cizaña”, y con esa frase pretendemos decir que no queremos
divisiones, odios ni malquerencias, intrigas o divisiones que dañen el buen
espíritu cristiano de caridad.
La cizaña es todo aquello que nos sirve de tropiezo para llegar a Dios o se
opone a Él. Es, en fin, –por decirlo con una sola palabra– el “mysterium iniquitatis” del que hablaba san
Agustín: el misterio del mal en el mundo y en el hombre. ¡Y vaya que si es un misterio! ¡Cuántas veces hemos
escuchado estas preguntas tan inquietantes como difíciles de responder!: “¿Por
qué existe el mal en el mundo, si Dios es tan bueno? ¿Por qué permite el dolor
y el sufrimiento humano, sobre todo de los más débiles, los inocentes y
desamparados? ¿Por qué las guerras, las injusticias, el odio, la venganza, la
prostitución, el abuso de los poderosos?” Y sentimos tal vez indignación
o rebeldía interna... y también la tentación de preguntarle a Dios, como los
obreros de la parábola: “Pero, ¿no sembraste tú
buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, sale la cizaña?” Y el Señor
nos responderá lo mismo que a los obreros: “Un
enemigo lo ha hecho... mientras vosotros dormíais”.
Dios no es el culpable de nuestros “pleitos” y
fechorías. Es el mismo hombre el culpable de tantos desórdenes y abusos que
vemos a cada paso: en las noticias, en la calle, en nuestra propia casa. ¿Ya te enteraste de lo que pasó hace unos días en el
Parlamento europeo? ¡Unos cuantos gobiernos de izquierda pretenden imponer por
la fuerza a todos los países de la Unión europea la ley del aborto obligatorio
y de los anticonceptivos a todas las mujeres y adolescentes sin distinción! ¿No
es escandaloso y motivo de rabia? ¡Y qué decir de tantos y tantos otros abusos
y excesos en todos los campos: el libertinaje sexual, el subjetivismo y
relativismo moral, el indiferentismo o el fanatismo religioso, la imposición de
leyes y conductas que violan los derechos humanos, la libertad religiosa y la
propia conciencia!.... ¿Por qué todo esto? ¡Ahí está la cizaña sembrada por el
enemigo! Sí, mientras nosotros “dormíamos en los laureles”...
Ante este panorama, si somos buenos cristianos, personas con dignidad,
con conciencia y con valores, ¡quisiéramos
arrancarlo todo de raíz!, ¿no es cierto? Quisiéramos, como Santiago y
Juan, “hacer llover fuego del cielo” a todos
los que se oponen a Cristo para que los consumiera. Y, sin embargo, Dios, el
Dueño del campo, nos dice que no. Que esperemos que crezcan juntos la cizaña y
el trigo. Hasta que llegue el día de la siega. ¿Por
qué actúa así Dios? Porque Él, en su infinita paciencia y misericordia,
no quiere que “fulminemos” a los malos, sino
que les demos tiempo. Tal vez también ellos se den cuenta de su error, se
arrepientan y se conviertan, como el buen ladrón del Evangelio, aunque sea a la
última hora de su vida. A nosotros nos toca ser buenos colaboradores de Dios: tener paciencia como Él, dar tiempo al tiempo, orar
también por los que nos persiguen y calumnian –¿se acuerdan de la vergonzosa
campaña de calumnias y críticas que varias gentes organizaron contra algunos
sacerdotes católicos?....–. Pues Cristo quiere que sepamos perdonar, que
les demos buen ejemplo de caridad y que oremos por todos aquellos que pueden
ser, de algún modo, “cizaña” para que
lleguen a ser trigo bueno en el campo del Señor.
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