viernes, 23 de julio de 2021

EL JINETE DEL PONCHO BLANCO

 De la cumbre del cerro San Jerónimo, hacia el año 1920, un cazador de venados observó sorpresivamente a la distancia un jinete que aparecía y desaparecía como un fantasma, avanzando rápidamente por la pampa de Visquira.

El fuerte viento, elevaba sobre sus hombros un poncho blanco que entre los médanos del desierto se confundía con la arena. Al verlo cruzar temerariamente esas callejonadas, guarida de ladrones, pensó el cazador se trataba de un bandolero. Pero cambió de opinión al verlo dirigirse al pueblo de Sayán.

Al medio día, con un sol candente, silente el pueblo, el misterioso jinete al ingresar a la Plaza de Armas, frenó bruscamente su cabalgadura y espolió los ijares. El noble bruto protestó mordiendo el freno. Elevándose trató de desmontarlo, sacudiéndose violentamente de un lado a otro, haciendo tintilar los adornos de plata engastados en sus riendas y estribos. Al no conseguirlo, relinchando volvió a elevarse una y dos veces, batiendo al viento sus patas delanteras. El forastero dominando al potro, lo hizo caracolear observando los contornos de la plaza. Complacido calmó los ímpetus del animal palmeándolo cariñosamente. Al conseguirlo desmontó tranquilamente, amarrándolo a la sombra de los ficus.

Para cumplir la misión que tenía el caballero del poncho blanco, cruzó la empedrada calle, al ritmo de sus espuelas. Llegando a una vivienda tocó una y dos veces la puerta y al no recibir respuesta se marchó. Pidió informes en una casa vecina, los dueños le dijeron que la persona que buscaba estaba de momento ausente. Mientras llegara, le invitaron a pasar a su casa, donde celebraban una fiesta.

El forastero gran conversador y cuentista llegó a ser el alma de esa reunión. Describió paisajes de los pueblos que conocía, sobre todo del mundo maravilloso que son las Lomas de Lachay, sus leyendas, sus bosquecillos, aguadas, su flora y su fauna.

Al no llegar la persona, y tener que seguir viaje, se despidió de todos sus nuevos amigos, agradeciendo las atenciones de los dueños de casa. Bajo el ritmo de espuelas abandonaba el salón, cuando la voz del anfitrión lo detuvo, diciéndole: "Señor, queremos conocer su nombre para tenerlo siempre presente y darle a saber a nuestros vecinos”. El forastero se detuvo en seco, ladeó rápidamente las puntas de su poncho a la espalda y girando dejó al descubierto dos pistolas con un cincho lleno de balas. El jolgorio y bullicio de la fiesta cesó como por encanto. "Soy el llamado bandolero Luis Pardo" –contestó-. Girando, continúo su camino hasta que el eco de las espuelas se perdió a la distancia. Luego el golpe y el relincho de un caballo.

Recién toda la concurrencia salió de su asombro corriendo a verlo a la calle. A la distancia vieron entre médanos flotar un poncho blanco jugueteando con el viento.

RELATO DE ALBERTO BISSO SÁNCHEZ, DE SU LIBRO “REVELACIONES DEL ÚLTIMO KURAKA”

Alejandro Smith Bisso

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