Madre. Mi amor, tu carta he recibido y he llorado sobre ella tanto, tanto que sus renglones han desaparecido bajo las turbias gotas de mi llanto.
Hijo -me
dices con ferviente anhelo en esos signos que mi pecho adora.
¡Dios
te bendiga desde el alto cielo como yo te bendigo en cada aurora!
Hijo, se
bueno y como bueno honrado; no te arrastres jamás por la escoria y cuando bajes
al sepulcro helado Dios como premio te dará la Gloria.
Se
paladín de toda causa buena.
Coloca la
razón sobre el deseo.
Y cada
vez que ruedes en la arena, álzate con más fuerzas, como Anteo.
No
envidies con rencor lo que te admira, porque la envidia ruin, tenlo presente, es
una gloria para el que la inspira y es un infierno para el que la siente.
Si odias,
depón tu encono envenenado.
Si amas,
mantén tu amor hacia la muerte.
Y ya seas
feliz o desgraciado aprende a conformarte con tu suerte.
Ama a la
patria con amor profundo, Ámala con inmensa idolatría.
¡Más
que a mí misma! ¡Más que a todo el mundo! ¡Mira que es madre tuya y madre mía!
Respeta
todos mis consejos, si buscas paz, si quieres tener calma.
Y hoy que
me tienes de tu vista lejos, no me olvides jamás hijo del alma.
Esto me
dices en tu carta bella y yo te juro, madre bendecida, que las lecciones que me
das en ella serán desde hoy la norma de mi vida.
De Federico Barreto Bustíos (Tacna).
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